El público del Liceu desaprueba la puesta en escena de la versión de Salomé


La arriesgada apuesta se tradujo en un abucheo sin precedentes | La soprano Nina Stemme se lleva las mayores ovaciones por su papel protagonista. Richard Strauss jugaba con ventaja cuando decidió emprender su aventura operística sobre el mito de Salomé (1905) a partir de la versión del punzante Oscar Wilde (1892), y es que el dramaturgo no dudó en situar a Salomé en el centro de la tragedia.



El público del Liceu desaprueba la puesta en escena de la versión de Salomé
En eso mismo quiso hacer hincapié el alemán Guy Joosten en la nueva puesta en escena de esta obra operística, que convierte Judea en una corte de matones, yuppies y santurrones, de baja cota moral. La coproducción de La Monnaie y del Liceu, ambientada en la actualidad, se estrenó anoche en el Gran Teatre.
Pero la fórmula no fue del agrado del público. Joosten transformó el tan esperado baile de los siete velos en una incipiente parodia de esta seducción, seguida de una performance videográfica con la Salomé denuncia los abusos de Herodes, su padrastro, siendo ella adolescentes, y con la se venga del tetrarca. La arriesgada apuesta se tradujo en un abucheo sin precedentes, que contrastó con las grandes ovaciones a la extraordinaria Nina Stemme.

La soprano sueca, la niña consentida y frívola que aparenta ser Salomé, insufló carácter y llenó de matices psicológicos esta actualizada versión del mito.

Porque si en la Biblia esta joven pedía la muerte de Jochanaan (Juan Bautista) instigada por su madre Herodias, que no admite sentirse moralmente juzgada por el profeta, en la obra de Wilde es la propia Salomé la que reclama por propio deseo su decapitación. “Déjame besar tu boca, Jochanaan”, pide obsesiva la más bella de las hijas de Judea. “Atrás, hija de Sodoma, no me toques –replica el santo varón–. Con la mujer vino el mal en el mundo”. Y pone fin al conflicto la exigencia del trofeo: tú que tanto me miras, le dice al padrastro, tráeme en bandeja de plata la cabeza de quien no desea mirarme. Pero lo que en otros tiempos fue leído como un tanático “despechodrama”, en esta ocasión sirve para un más profundo análisis: la psicosis de Salomé obedece a una trayectoria vital de abusos y violencia en el seno de una familia ávida de poder y lujuria, lo que la conduce a un errático ideal del querer. “Tus labios tienen un sabor amargo. Tal vez fuera el sabor del amor”, concluye, tras el beso a la cabeza de Bautista. ¿Despecho? No es sino un argumento superficial que esconde venganzas más profundas. La partitura de Strauss, ejemplo del expresionismo musical alemán, que aquí dirige Michael Boder y coronan Robert Brubaker, en el papel de Herodes (difrazado de Karl Larerfeld), Mark Delavan, como el profeta, y Jane Henschel, como la patética Herodias, es mucho más profunda.

Parece que las óperas están revisando sus personajes femeninos. ¡Qué menos! Lo que décadas atrás se asumían como parte de la condición humana de los sexos cantan ahora más que un gallo.
Lunes, 22 de Junio 2009
La Vanguardia, Barcelona, España
           


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