Mehdi, el beduino revolucionario de Wadi El Jedid


El Cairo. - Encalló el ¨Toyota¨ entre las dunas. Se paró en seco su motor. Habíamos salido de Abu Monkar, de su oasis, con Mehdi, inteligente y hermoso beduino veinteañero y de dos de sus parientes de la tribu de Rachaida, rumbo al campamento de la compañía polaca “Geofy Torun¨ que ha emprendido prospecciones petrolíferas en la meseta de Abu Safid. Sus ruedas quedaron casi sepultadas en este gran desierto de la provincia de Wadi Jedid a quinientos kilómetros de la frontera de Libia.



Wadi al Jedid
Wadi al Jedid
Impasibles los tres hombres vestidos de blanco, tocados de turbantes violeta, descendieron del desvencijado vehículo y fueron a buscar arbustos secos para encender un fuego donde calentar el té.  Sobre una estera en medio de este paisaje de silencio, de lomas de dunas -hay dunas femeninas y masculinas, me dijeron en el pueblo- , de mogotes rematados de formas semejantes a ciudadelas de piedra, de huellas de vehículos que surcan el desierto, desayunamos con queso, tomates, pan y aceitunas, esperando que se enfriase el motor. Mehdi con un walki talki se comunicaba con la compañía, en este paraje sin teléfonos. Continuamos la travesía, venciendo la altura de la arena acumulada por uno de sus flancos.  Las dunas están separadas por vaguadas o valles desérticos. Hay que tener gran destreza en el volante para poder sortearlas. El campamento consistía tan solo en una gran tienda de campaña, armada en un promontorio en un abrupto paisaje ocre.  Sobre colchones, y mantas, yacían media docena de beduinos, trabajadores de la empresa polaca, entre los que, en seguida comprobé que Mehdi tenía gran ascendencia. Eran hombres esbeltos, de manos fuertes y delicados pies. Mientras discutían sobre las diferencias que habían surgido con la compañía, fumaban cigarrillos,  sorbían tacitas de té, inhalaban hachís. De mano en mano se pasaban un reluciente kalashnikov, recién comprado, que examinaban con atención.
El pueblo de Abu Monkar se había ido extendiendo en torno a los pozos perforados por el estado, desde el gobierno del presidente Nasser. Sus  cinco mil habitantes viven en barrios que se llaman Primer pozo, Segundo pozo ,Tercer pozo… En Abu Monkar hay beduinos, nómadas sedentarizados, fellahs o campesinos, y Saidis. El ¨honda¨ es el jefe tradicional de estos pueblos, el jeque ejerce su autoridad sobre los beduinos,  y el Rais al baladia o alcalde, al frente del ayuntamiento, es el representante de la autoridad estatal.
A este pueblo cercano de los oasis de Farafra, del oeste de Egipto, menos conocidos que los de Siwa, donde guardan vestigios arqueológicos dispersos de la época faraónica, llegó también ¨la revolución del 25 de enero¨del Cairo. Los beduinos, capitaneados por Mehdi, asaltaron el cuartelillo de la policía y desmantelaron su puesto de control en la carretera. Armados de viejas escopetas de cartuchos, obsoletas pistolas,  expulsaron a los agentes y se encargaron de la vigilancia de los accesos al pueblo. Todavía no hay en Monkar ni policía ni alcalde como en otras localidades de Egipto.
Fueron los beduinos los que dieron el golpe de fuerza, encolerizados por los abusos que habían sufrido. Mehdi viajó a El Cairo a seiscientos kilómetros de distancia,  estuvo varios  días y noches en la plaza del Tahrir.
El pueblo de casas de tierra revocada, de adobe, tiene una escuela de dos pisos, y pequeñas mezquitas con diminutos alminares. Entre los beduinos no se ven muchos símbolos religiosos, como en los otros musulmanes. Apenas algunas mujeres, todas cubiertas de la cabeza a los pies, cruzan sus callejas. Los beduinos guardan su estilo tradicional, las mujeres no trabajan y no salen de las casas, siguen practicando la poligamia y sobre todo, aman la  libertad y desconocen las fronteras… Desde la caída de Mubarak han aumentado los enfrentamientos del  ejército y estas tribus díscolas.
En Abu Monkar no hay policías pero sí algunos militares.  Al sur de esta vasta y despoblada provincia de Wadi Jedid, cuya capital es Karja, el ejército pose una extensísima propiedad rural, Chark el Auenat. Es un mundo cerrado y exclusivo, sin mujeres. Es en estas remotas regiones de Egipto donde el ejército mantiene todo su gran poder. Cuenta Mehdi que los soldados de aquella gran finca, en tierras fronterizas con Libia, trabajan como esclavos.
Tomás Alcoverro
Domingo, 8 de Enero 2012
La Vanguardia, Barcelona, España
           


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