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Orgullosa de su cultura, Hopkins se siente igualmente orgullosa de su nueva grabación, ‘Recuerdos de Granada/Memoirs from Granada’, en la que combina el jazz, el flamenco y ecos de músicas latinoamericanas.
Es un álbum que surge como fruto de las experiencias que vivió durante sus dos años de estudio en la ciudad andaluza. Fluye de manera notablemente natural, desde la bravura flamenca de ‘Miranda’ hasta los aires misteriosos de ‘El Darro’, desde las cadencias de ‘Mi Sacromonte’, entre cubanas y blueseras, hasta la jubilosa samba de ‘Confeti’. El piano es la voz principal, pero las aportaciones de los demás músicos -dos unidades distintas de bajo y batería, además de un percusionista y, en tres cortes, un trompetista- afincan sólidamente esta música en ese terreno que ocupa entre dos mundos.
“Me parece que hay deseo de un mayor intercambio de ambas partes”, dice Hopkins. “Allá nuestra música es apreciada, aunque muchas veces para ellos no está claro de dónde provienen las canciones de Rafael Hernández, por ejemplo. Me lancé a regar la voz y decir de dónde proviene esta música”.
Con su nueva grabación, Hopkins hace su contribución a ese intercambio. “La idea es lograr que la música puertorriqueña continúe nutriéndose de los sonidos de otros países”, dice.
“Todo fluye naturalmente. El jazz casa prácticamente con todo. Y el flamenco tiene un elemento de espontaneidad”.
“Yo llegué a tocar flamenco -en el Taller de Arte en el Albayzín, el antiguo barrio judío de Granada- sin haberlo estudiado. Me dejaba llevar por instinto. Y me di cuenta de que hay una relación bien fuerte entre nosotros los caribeños y el sur de España. Fue un descubrimiento interesante”.
El descubrimiento, sin embargo, fue en dos direcciones. A los granadinos les tomó por sorpresa esta pianista de aspecto nórdico que apareció repentinamente en su ambiente musical.
“Yo no llevé piano a España”, cuenta Hopkins, “sólo la melódica (un pequeño teclado de viento). Tan pronto me enteré de que habría ‘jam sessions’ (sesiones informales en los que cualquier músico presente puede subirse a la tarima a tocar) en un lugar llamado el Booga Club, me aparecí melódica en mano. Terminé tocando; es increíble cómo la música lo llama a uno. Luego me enteré de que los ‘jams’ habían empezado esa misma noche y que yo había sido la primera persona en treparse a ‘jammear’”.
Después de eso, no cesaron las invitaciones. “Fue obligatorio comprarme un teclado y vivir la vida musical”, cuenta, “aunque tocar no era necesariamente lo que yo tenía en mente”. En el tiempo en que vivió en Granada, Hopkins trabajó mayormente en un tablao con gitanos, como parte de un grupo en el que ella era la única extranjera.
Para componer la música del CD, se inspiró en los pasos de las bailaoras -“allí el baile es un instrumento más”, comenta- y en la guitarra flamenca. “Pero una vez uno usa esas fuentes, la idea es transformarlas en una voz propia”, subraya.
“Esto no es un género puro”, añade. “Lo que uno busca es utilizar las fuentes para la expresión de lo que uno es”.
“En ese balance que tiene que haber en toda cultura entre tradición e innovación, me veo sencillamente como una persona interesada en la búsqueda de distintos sonidos que puedan ir enriqueciendo nuestra cultura, para que tengamos nuevas formas de expresar lo que somos”, manifiesta.
Lo que no es nada nuevo, agrega. “Lo que originó la música que hoy llamamos puertorriqueña fueron los encuentros y los intercambios entre otras culturas”.
A la pianista no le preocupan los cuestionamientos que puedan surgir por estar trabajando música de otras tierras. “Cuando tú llevas la patria contigo y haces intercambios con gente de otras culturas, tú dejas con ellos la esencia del sitio de donde tú vienes. Y ellos lo hacen con uno también. Ese es el arte para mí”.
Es un álbum que surge como fruto de las experiencias que vivió durante sus dos años de estudio en la ciudad andaluza. Fluye de manera notablemente natural, desde la bravura flamenca de ‘Miranda’ hasta los aires misteriosos de ‘El Darro’, desde las cadencias de ‘Mi Sacromonte’, entre cubanas y blueseras, hasta la jubilosa samba de ‘Confeti’. El piano es la voz principal, pero las aportaciones de los demás músicos -dos unidades distintas de bajo y batería, además de un percusionista y, en tres cortes, un trompetista- afincan sólidamente esta música en ese terreno que ocupa entre dos mundos.
“Me parece que hay deseo de un mayor intercambio de ambas partes”, dice Hopkins. “Allá nuestra música es apreciada, aunque muchas veces para ellos no está claro de dónde provienen las canciones de Rafael Hernández, por ejemplo. Me lancé a regar la voz y decir de dónde proviene esta música”.
Con su nueva grabación, Hopkins hace su contribución a ese intercambio. “La idea es lograr que la música puertorriqueña continúe nutriéndose de los sonidos de otros países”, dice.
“Todo fluye naturalmente. El jazz casa prácticamente con todo. Y el flamenco tiene un elemento de espontaneidad”.
“Yo llegué a tocar flamenco -en el Taller de Arte en el Albayzín, el antiguo barrio judío de Granada- sin haberlo estudiado. Me dejaba llevar por instinto. Y me di cuenta de que hay una relación bien fuerte entre nosotros los caribeños y el sur de España. Fue un descubrimiento interesante”.
El descubrimiento, sin embargo, fue en dos direcciones. A los granadinos les tomó por sorpresa esta pianista de aspecto nórdico que apareció repentinamente en su ambiente musical.
“Yo no llevé piano a España”, cuenta Hopkins, “sólo la melódica (un pequeño teclado de viento). Tan pronto me enteré de que habría ‘jam sessions’ (sesiones informales en los que cualquier músico presente puede subirse a la tarima a tocar) en un lugar llamado el Booga Club, me aparecí melódica en mano. Terminé tocando; es increíble cómo la música lo llama a uno. Luego me enteré de que los ‘jams’ habían empezado esa misma noche y que yo había sido la primera persona en treparse a ‘jammear’”.
Después de eso, no cesaron las invitaciones. “Fue obligatorio comprarme un teclado y vivir la vida musical”, cuenta, “aunque tocar no era necesariamente lo que yo tenía en mente”. En el tiempo en que vivió en Granada, Hopkins trabajó mayormente en un tablao con gitanos, como parte de un grupo en el que ella era la única extranjera.
Para componer la música del CD, se inspiró en los pasos de las bailaoras -“allí el baile es un instrumento más”, comenta- y en la guitarra flamenca. “Pero una vez uno usa esas fuentes, la idea es transformarlas en una voz propia”, subraya.
“Esto no es un género puro”, añade. “Lo que uno busca es utilizar las fuentes para la expresión de lo que uno es”.
“En ese balance que tiene que haber en toda cultura entre tradición e innovación, me veo sencillamente como una persona interesada en la búsqueda de distintos sonidos que puedan ir enriqueciendo nuestra cultura, para que tengamos nuevas formas de expresar lo que somos”, manifiesta.
Lo que no es nada nuevo, agrega. “Lo que originó la música que hoy llamamos puertorriqueña fueron los encuentros y los intercambios entre otras culturas”.
A la pianista no le preocupan los cuestionamientos que puedan surgir por estar trabajando música de otras tierras. “Cuando tú llevas la patria contigo y haces intercambios con gente de otras culturas, tú dejas con ellos la esencia del sitio de donde tú vienes. Y ellos lo hacen con uno también. Ese es el arte para mí”.
