!Adios, Teherán!


Cada vez que salgo de mi querido Irán, nunca se si podré volver. Trato de absorberlo todo para impregnarme de su vida. Esta vez no pude hacer las cosas que quería, viajar a una aldea remota para saber cómo es su gente, ir a la costa del Caspio, presenciar un combate de lucha iraní...



!Adios, Teherán!
Viajar por este gran país donde hay persas, azarís, kurdos, árabes, beluches, de diversas etnias y lenguas. Es difícil porque hay que contar con permisos del Erchab o Ministerio de cultura e información. Los días son contados porque el visado solo se extiende una semana o bien un poco más. Hay que negociar, regatear, convencer a los funcionarios. Con la nueva situación de estos días obtenerlos será aun más complicado.

Llevo treinta años visitando Irán, casi siempre con motivo de elecciones, porque es en este tiempo cuando los periodistas extranjeros consiguen, menos difícilmente, los preciosos visados. Una vez dentro del país, todo aquello que era tan in anhelado, que parecía imposible, se convierte en banal. Nadie inquiere, ni se molesta en saber cómo se ha entrado. Gracias a las elecciones he podido ir viajando, a lo largo de los años, por esta gran nación de antigua cultura persa, con ciudades imperiales como Isfahan -la mitad del mundo, como dicen los iraníes- con un pueblo habitado de un gran orgullo nacional. He creído siempre que la revolución islámica es, ante todo, una afirmación nacional ante las injerencias extranjeras.

En febrero de 1979, un fin de semana, después de la llegada del ayatolá Jomeini del exilio de París, pude viajar a la isla de Kich en el Golfo pérsico, conocí las gloriosas ruinas de Persépolis, el Chiraz de los poetas clásicos de la literatura persa como Hafez, viví por vez primera, la alegre fiesta del Noruz o año nuevo persa, fui a Yazd con las torres del silencio de los zoroatros, a Mchadad la primera ciudad santa chií cerca de la frontera afgana.

Cuando en la conferencia de prensa del presidente Ahmadinejad, tras el anuncio del escrutinio, fui invitado como corresponsal del "La Vanguardia", a hacerle una pregunta, decidí preguntarle si pensaba dar más libertad a los artistas y cineastas iraníes, orgullo nacional, muy muy reputados en extranjero, dije en unas emocionadas palabras que hacia treinta años de mi primera visita al Irán, que había presenciado la llegada del ayatolá Jomeini, y que quería mucho a esta nación.

Cada vez que se acaba mi visado, tengo mucho miedo de no poder volver más, y seguir descubriendo esta gran nación, más allá de sus estereotipadas imágenes del régimen teocrático con sus mollahs enturbantados y del sistema en vigor de la revolución islámica. Nunca hubiese podido imaginar que treinta años después de mi primer viaje, me sorprendiese en Teherán, en la misma geografía urbana del centro de la ciudad, un profundo movimiento de protesta, encabezada por un exprimer ministro del régimen, al que se le compara, a veces, con Gandhi. "Un hombre mostraba en la calle un pañuelo ensangrentado. Unos muchachos que habían mojado sus dedos en el charco de sangre de los manifestantes muertos, dejaban su huellas en las paredes, en postes de semáforos, en blancas carrocerías de ambulancias. Cuando los habitantes de la capital se regocijaban por la salida del Sha, grupos de adolescentes en un gesto de confraternización con la tropa tendían flores, rosas rojas a los militares. Uno de los aspectos más sorprendentes de la oposición popular al régimen imperial es que casi siempre han aparecido desarmados, a pecho descubierto, ante las fuerzas del orden publico. Este movimiento revolucionario, animado por los religiosos chiíes, evoca a veces la lucha no violenta, la resistencia pasiva de los seguidores de Mahatma Gandi de la India contra las tropas del imperio británico". Son párrafos entresacados de mi crónica "Sangre en las calles de Teherán" publicada en enero del 1979.

A menudo en las mismas calles de hace treinta años, donde las muchedumbres se desgañitaban con los lemas de "!Muerte al Sha!", ahora prorrumpen en gritos de "!Muera el dictador!", como llaman sus adversarios a Ahmadinejad. La revolución en que participaban liberales de Musadeq, comunistas del Tudeh, izquierdistas de Mojaedin el Khalk, acusados ahora por el gobierno de haberse infiltrado en las manifestaciones, nacionalistas kurdos, además de los seguidores de la ideología islámica del imán Jomeini, empezó en Tabriz, y en otras ciudades, antes de alcanzar Teherán, y solo dos meses antes del regreso del ayatolá , fue reforzada por la decisión de los obreros de la compañía nacional de petróleo de interrumpir su exportación a partir de las refinerías de Abadán. Los revolucionarios tenían como objetivo derrocar al régimen del Sha y establecer una república, pero divergían profundamente sobre cual debía ser su naturaleza. Como en todas las revoluciones, la del imán Jomeini, devoró a muchos de sus protagonistas, empezando por los partidarios del Tudeh, o los liberales del Frente nacional. Su primer presidente, a cuya elección también asistí, Bani Sdr, fue un político laico que tras su efímero mandato, tuvo que exilarse en París. Al cumplir sus treinta años este régimen es impugnado por millones de iraníes. Se dice, se escribe, que el valiente movimiento de protesta actual es impulsado, sobre todo, por la juventud. El fin de las ilusiones de la Etiopía islámica se debe a la degradación de la situación económica, al paro, al radicalismo de la elite religiosa gobernante, al aislamiento internacional, al enquisitamiento del régimen. Es su reacción a una revolución envejecida, desgastada, represora. "Yo tenia veinte años- escribió Paul Nizan- y no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida". Muchos jóvenes de Teherán, con un alto porcentaje de suicidios femeninos, muy afectados por los estragos de la droga, estos hijos fatigados, incrédulos de la revolución, se han echado a las calles. A diferencia de sus padres, a diferencia de la anterior generación instalada en el poder, los líderes que ahora encabezan este amplio movimiento de impugnación popular, no se proponen derrocar el régimen, sino ante todo conseguir que se haga justicia en la mascarada del escrutinio, con cuyo votos expresaron sus ansias de una vida mas libre. Musaui y los demás candidatos que se presentaron al escrutinio, como el anterior presidente reformista Jatami, son hijos de la jerarquía en el poder, criaturas del fallecido imán Jomeini que les otorgó su confianza en su circulo intimo. En caso contrario su candidatura, sometida a la implacable supervisión del "Consejo de los guardianes", constituido por el Guía de la republica, ayatolá Jameini, no hubiesen podido prosperar. No es como en 1979, una lucha entre las fuerzas heteróclitas de la oposición, y el régimen del Sha considerado entonces el más sólido del Oriente Medio, y el gendarme de Occidente.

El conflicto de generaciones, el anhelo de un estilo de vida más libre, el despotismo del gobierno de Teherán , al despreciar una parte destacada de sus ciudadanos ,fomentan esta engranaje de peligrosos acontecimientos que pueden desbordarse en las calles de Teherán. No es fácil, por ahora, que esta gran frustración popular provoque el desmoronamiento de la republica islámica. Sin embargo una represión brutal es germen de todas las incertidumbres. En 1979 por cierto siendo presidente de los EE.UU., Jimmy Carter, nadie podía creer que la milenaria monarquía persa que los Reza Pahlevi reivindicaban, fuese derribada. El "dictador" como llaman sus adversarios a Ahmadinejad, es más fuerte que el Sha. Detrás del presidente se yergue, poderosa, la jerarquía teocrática, las instituciones del régimen, las fuerzas amadas, empezando por los "Pasdaran" o "Guardianes de la revolución" y los " Basidij", estos milicianos que aterrorizan a la población. El imán Jomeini triunfó cuando el ejercito del Sha se puso a su lado.

Irán es la antigua Persia, un pueblo de gloriosa historia, en el que se publican muchos mas libros que en El Cairo, con una inquietud artística, cultual, una expresión política, que no existe en la mayoría de países del Oriente Medio, con una juventud que sueña con la libertad. Su capital es una trepidante ciudad que recuerda más una ciudad del este de Europa, que a una población del Oriente. !Que pronto pueda volver a Teherán!
Tomás Alcoverro
Miércoles, 24 de Junio 2009
La Vanguardia, Barcelona, España
           


Nuevo comentario:

Noticias | Opiniòn | Comentario