Un gol de Gotze en la prórroga dio la victoria a los de Low tras un partido precioso y de guante blanco, digno de una final de un Mundial. El fútbol dio la razón a Alemania y escapó del sentimentalismo que proponía Messi y cuarenta millones de almas enfervorizadas por recuperar la gloria que su último profeta les concedió. La pelota dio la espalda al nuevo mesías ante la oportunidad de convertirse en mito en vida, de lograr el tercer Mundial para Argentina, de ser más grande que Maradona.
El mundo asistió a un partido de una igualdad que pocos esperaban. Una batalla táctica y psicológica al límite en la que los dos contendientes estuvieron a la altura de lo que había en juego. Con diferentes filosofías y con armas opuestas, pero con los objetivos de derribar a un oponente temible y de alargar las esperanzas de los aficionados. Alemania, entonando la sintonía que se grabó a fuego en la piel tras la derrota ante España en 2010. Un fútbol apetecible y rico en posibilidades ofensivas, siempre valiente con el balón, siempre agradecido para el espectador. El vals alemán bailó durante muchos minutos a una Argentina concienzuda en la tarea defensiva, pero siempre fogosa en la ofensiva.
Los esfuerzos de Messi, el mejor de su equipo y Balón de Oro del torneo, no sirvieron para que su nombre entre, de momento, en la leyenda de los mundiales. La Argentina de Sabella, excesivamente dependiente de la fantasía del azulgrana, terminó asemejándose demasiado al combinado que dirigió en 1990 Carlos Bilardo, que cayó en la final del Mundial de Italia. En Maracaná, la albiceleste vivió el día de la marmota. Como en tierras transalpinas, todo un país contra once combatientes, una estrella que aspiraba a romper la historia de los mundiales y enfrente un equipo acostumbrado a romper mitos.
Alemania volvió hacer trizas la historia. Ya dejó a Johan Cruyff, uno de los cuatro grandes que revolucionó para siempre el mundo del fútbol, sin su Mundial en 1974, cuando Benckenbauer y Muller dirigieron a una máquina que frenó al mítico equipo holandés. Constantes y fiables a lo largo de la historia y ahora con el fútbol de su parte. En Brasil lograron acabar con el sueño del mejor jugador de la década y con ello se convirtieron en el primer equipo no americano en ganar un Mundial en ese continente.
Los dos luchaban contra frustraciones del pasado, derrotas que durante años habían impedido a dos gigantes mundiales levantar la Copa del Mundo. Alemania, con dos finales perdidas (Corea y Japón 2002 y Austria y Suiza 2008) y tres semifinales más alcanzadas en los últimos doce años (Alemania 2006, Sudáfrica 2010 y Polonia y Ucrania 2012), llegaba con la sensación de que este era el momento de alzarse con una victoria histórica. Argentina, después de 24 años sin grandes éxitos, se arrojó a los brazos del nuevo héroe, candidato por méritos incontestables a ser el más grande de la historia. En su misión histórica de ganar un Mundial pocas veces pudo contar Messi con mimbres de nivel, pero sí con la pasión de todo un país y con la retranca de hacerlo en la casa de su eterno rival.
Pese a ello los de Sabella no se amedrentaron ante el verdugo de Brasil. Fueron la velocidad de Messi, en el partido más importante de su carrera, y Lavezzi y los desmarques de Higuaín los que hicieron buena la disposición de Argentina sobre el campo. Ellos tres fueron la avanzadilla de una jauría de lobos, como les definió en la previa Schweinsteiger. Tres arrancadas de ‘La Pulga’ y una de Lavezzi en la primera parte dejaron en evidencia a una defensa poco acostumbrada a tener que perseguir a sus contrarios. Argentina olió sangre pronto y se tranquilizó con el paso de los minutos. Alemania se daba cuenta de que la final sería larga.
A la baja de Khedira por una lesión en el calentamiento se unió la de Kramer a la media hora. Low tuvo que rectificar su plan en demasiadas ocasiones y eso, junto a la amenaza albiceleste, mermó la confianza de un grupo acostumbrado a disfrutar sobre el campo en este Mundial. Schurrle fue finalmente la opción del técnico para despejar dudas, si las había, sobre su valentía.
La ocasión más clara del encuentro la tuvo Higuaín tras una cesión terrible de Kross de cabeza en el minuto veinte. El del Nápoles, de palomero, se vio sólo delante del portero alemán pero le sobró decisión y le faltó puntería. Su disparo se fue a la derecha. Tendría la suya la Mannschaft, mejor al filo del descanso, en un remate de Howedes de cabeza que se fue al palo de manera tan violenta como sorprendente.
Argentina había resistido y amenazaba con hacer sangre si los germanos se despistaban. Y la segunda parte comenzó como nadie imaginaba. Era la albiceleste la que dominaba y Alemania la que guardaba la ropa. Allí volvió a aparecer Messi para sembrar el pánico. Tras una arrancada se plantó ante Neuer y su disparo se fue rozando el palo izquierdo. Los de Low eran presa de la ansiedad. No encontraban el camino y el miedo les hacía lentos y previsibles.
El partido cayó. Los dos contendientes parecían pedir una tregua después de muchos minutos de una intensidad encomiable. Alemania apelaba a su dignidad, Argentina esperaba al acecho, aguardando la ocasión que el fútbol debía brindarle. La tuvo Toni Kross tras un pase de Ozil, el mejor jugador alemán con mucha diferencia.
El partido entraba en una fase en la que los mejores aparecen y los mediocres se esconden. Y Messi y Ozil no ofrecieron dudas para seguir los guías de sus respetivos bloques. El balón les buscaba constante, sus compañeros les miraban con la esperanza de tenerlos cerca para desahogarles de la responsabilidad. La velocidad era cada vez menor pese a que Alemania lo intentó más, la prórroga fue un alivio para todos.
Los de Low salieron con más decisión y acosaron desde el comienzo de la prolongación el mermado físico de los argentinos. Schurrle, tras pared con Gotze, chutó al bote pronto con potencia, pero Romero respondió formidable. Atacaban con muchos hombres los germanos y eso lo sabían los de Sabella, que al poco tiempo estuvieron a punto de matar la final. Palacio aprovechó un pase de Rojo para ponerse ante Neuer, pero su vaselina se fue desviada por muy poco.
El mejor equipo del campeonato comenzó entonces a inclinar el campo sobre la portería de Romero. Lahm subía incansablemente por su banda, Ozil dirigía, Schurrle percutía y Gotze mordía. Y estos dos últimos fueron los protagonistas que pasarán a la historia. El del Chelsea colgó un balón al área, no llegó Garay de cabeza, y el del Bayern controló con el pecho y soltó la zurda para mandar el balón al palo largo. Alemania derribaba el muro argentino después de 112 minutos de sufrimiento y terminaba con el aliento de 40 millones de argentino. También con el de Messi, que tuvo la última en una falta que mandó a las nubes, adonde se fue el sueño de convertirse en leyenda en Maracaná.