IÑAKI ANASAGASTI - 14/12/2008 08:00
En la anterior legislatura, la octava, y bajo la presidencia de Manuel Marín, le envié a este presidente varias cartas llamando su atención sobre la anomalía democrática que supone el ornato de tres cuadros en pasillos del Congreso que agreden una mínima sensibilidad en relación con los valores democráticos a defender y exaltar.
Nunca me contestó. Y eso que en aquel entonces yo era el Secretario primero de la Mesa del Senado. Para este caballero no existía, en estos asuntos, ni la cortesía parlamentaria.
Elegido presidente D. José Bono, y tras la consabida felicitación, le recordé lo que a su antecesor le he venido solicitando. El presidente Bono me contestó es de agradecer ya esta deferencia diciendo que buscaría una fórmula para dar salida a mi petición, pero, aprobada la Ley de la Memoria Histórica, compruebo alarmado que la Mesa elude pronunciarse sobre algo, a mi juicio, de extrema gravedad. Es por ello que le envío al presidente Bono la siguiente carta abierta:
Leo en distintos medios vuestra decisión en relación con la ubicación de los cuadros de los tres presidentes de las Cortes orgánicas de la dictadura el mismo día de la Jornada de Puertas Abiertas con motivo del 30 aniversario de la Constitución. Mi compañero del PNV en la Mesa no está de acuerdo.
He lamentado no haber estado en los pasillos del Congreso explicando, como solía hacer en estas fechas nuestro amigo Mardones, quiénes son algunos de los próceres que adornan los pasillos de la Casa de la Democracia y de la Palabra.
Hubiéramos llegado ante los retratos de estos tres sinvergüenzas y les hubiera dicho que están allí, para honra y prez de la democracia española, siguiendo la doctrina Roosevelt, no la del segundo, Franklin, sino la del primero, Theodore, que, refiriéndose a Anastasio Somoza, dijo aquello tan gráfico de: "Efectivamente. Es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra". La frase es gruesa, pero es del primer Roosevelt, no mía.
También les hubiera dicho que están allí al aplicarse la doctrina Pilatos, que consiste en que, cuando la Mesa, órgano de gobierno de la Casa, no quiere tomar una decisión de principios, la traslada al hemiciclo a través de una proposición no de ley, cuando la Mesa es quien gobierna el Congreso y las proposiciones se dirigen al Ejecutivo.
Y para completar la cuestión, les diría que se hace lo más sencillo y menos comprometido. Se pide un informe jurídico a sabiendas de su resultado.
Les diría también a los boquiabiertos chavales y vejetes que aquel Esteban Bilbao, además de cargarse el carlismo, fue un asqueroso ministro de Justicia que firmó y propició el asesinato de socialistas, republicanos, nacionalistas, milicianos, gudaris y gente de "mal vivir" antes de avalar todo lo más sucio y antidemocrático de una feroz dictadura que abolió la democracia y el Congreso y propició que todos los diputados elegidos en 1936 murieran en el exilio.
Y les añadiría cómo aquel mal bicho sólo dejaba aplaudir a Franco, porque nunca permitió una discusión política. De Iturmendi, les diría que fue un franquista sostenedor de un sistema que cercenaba las libertades y la libre confrontación de las ideas, y de Rodríguez de Valcarce les recordaría el acto en el hemiciclo cuando, a los tres días de morir el sátrapa, gritó aquello de "En el recuerdo de Franco, ¡viva el rey!".
Y todos entenderían a la primera que una colección de retratos, más bien para el museo de la represión, como hay en Jerusalén, brillen aplaudidos en la Casa de la Palabra y de la Democracia en la Carrera de San Jerónimo.
Alguno quizás comentaría que esa es la historia de España. Pues sí, pero mejor estarían estos cuadros en un museo, en un trastero o en el Basurero de la Historia, no en su exposición en un pasillo democrático. Como dice Juan Gelman: "Desaparecen las dictaduras de la escena y aparecen inmediatamente los organizadores del olvido".
En un Congreso donde no hay un cuadro de Azaña, de Martínez Barrios, de Companys, de Aguirre, de Negrín, de Largo Caballero, de Carrasco i Formiguera o de Pasionaria, el que cuelguen los de estos tres perseguidores de la democracia y que os parezca algo normal, me parece, querido presidente, una auténtica vergüenza.
Aprobada la Ley de la Memoria Histórica no sólo para abrir fosas, ni sólo para quitar estatuas ecuestres del tirano, el que, en el lugar físico en el que se aprobó dicha ley, se siga homenajeando a semejantes fascistas, uno de ellos con las manos manchadas de sangre, clama al cielo.
Una cosa es el consenso y otra, muy diferente, los principios. Y esto es un asunto de principio. Y no de un tema menor, sino del nudo gordiano de un sistema de libertades. Ante esto, la placa de Sor Maravillas me parece una anécdota.
Desde el respeto y el aprecio que te tengo, te recuerdo que tú has aplaudido que el Tribunal Supremo haya sentenciado que en el Parlamento Vasco ondee la bandera española. Lo consideras un asunto legal y de importancia. Permite por tanto que el hecho de que cuelguen en esa casa los retratos de tres antiparlamentarios sea para algunos, también, cuestión de principio. El consenso para un demócrata, en según qué cosas, no se puede aceptar. Y creo que esta es una de ellas.
Ante esta decisión sugiero enviéis el acuerdo de la Mesa del Congreso al Bundestag alemán y le sugieras a su presidente que, ya que Hermann Goering fue elegido presidente del Reichstag, coloquen en aquel hermoso hall de cristal un cuadro de aquel mariscal declarado tras la contienda y su juicio en Nuremberg como "criminal de guerra".
Por lo menos Goering, a diferencia de Bilbao, Iturmendi y Rodríguez de Valcarce, fue elegido democráticamente en los años 30, en representación del partido nazi, por el voto popular de los alemanes. Los tres franquistas citados ni eso. Fueron presidentes por el dedo autoritario del dictador.
Si esta cuestión tan obvia y tan de limpieza democrática necesita explicación, ya sólo esto, es toda una explicación.
En la anterior legislatura, la octava, y bajo la presidencia de Manuel Marín, le envié a este presidente varias cartas llamando su atención sobre la anomalía democrática que supone el ornato de tres cuadros en pasillos del Congreso que agreden una mínima sensibilidad en relación con los valores democráticos a defender y exaltar.
Nunca me contestó. Y eso que en aquel entonces yo era el Secretario primero de la Mesa del Senado. Para este caballero no existía, en estos asuntos, ni la cortesía parlamentaria.
Elegido presidente D. José Bono, y tras la consabida felicitación, le recordé lo que a su antecesor le he venido solicitando. El presidente Bono me contestó es de agradecer ya esta deferencia diciendo que buscaría una fórmula para dar salida a mi petición, pero, aprobada la Ley de la Memoria Histórica, compruebo alarmado que la Mesa elude pronunciarse sobre algo, a mi juicio, de extrema gravedad. Es por ello que le envío al presidente Bono la siguiente carta abierta:
Es una auténtica vergüenza que parezca normal que cuelguen en el Congreso los cuadros de estos antidemócratas
Estimado Presidente: Leo en distintos medios vuestra decisión en relación con la ubicación de los cuadros de los tres presidentes de las Cortes orgánicas de la dictadura el mismo día de la Jornada de Puertas Abiertas con motivo del 30 aniversario de la Constitución. Mi compañero del PNV en la Mesa no está de acuerdo.
He lamentado no haber estado en los pasillos del Congreso explicando, como solía hacer en estas fechas nuestro amigo Mardones, quiénes son algunos de los próceres que adornan los pasillos de la Casa de la Democracia y de la Palabra.
Hubiéramos llegado ante los retratos de estos tres sinvergüenzas y les hubiera dicho que están allí, para honra y prez de la democracia española, siguiendo la doctrina Roosevelt, no la del segundo, Franklin, sino la del primero, Theodore, que, refiriéndose a Anastasio Somoza, dijo aquello tan gráfico de: "Efectivamente. Es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra". La frase es gruesa, pero es del primer Roosevelt, no mía.
También les hubiera dicho que están allí al aplicarse la doctrina Pilatos, que consiste en que, cuando la Mesa, órgano de gobierno de la Casa, no quiere tomar una decisión de principios, la traslada al hemiciclo a través de una proposición no de ley, cuando la Mesa es quien gobierna el Congreso y las proposiciones se dirigen al Ejecutivo.
Y para completar la cuestión, les diría que se hace lo más sencillo y menos comprometido. Se pide un informe jurídico a sabiendas de su resultado.
Les diría también a los boquiabiertos chavales y vejetes que aquel Esteban Bilbao, además de cargarse el carlismo, fue un asqueroso ministro de Justicia que firmó y propició el asesinato de socialistas, republicanos, nacionalistas, milicianos, gudaris y gente de "mal vivir" antes de avalar todo lo más sucio y antidemocrático de una feroz dictadura que abolió la democracia y el Congreso y propició que todos los diputados elegidos en 1936 murieran en el exilio.
Y les añadiría cómo aquel mal bicho sólo dejaba aplaudir a Franco, porque nunca permitió una discusión política. De Iturmendi, les diría que fue un franquista sostenedor de un sistema que cercenaba las libertades y la libre confrontación de las ideas, y de Rodríguez de Valcarce les recordaría el acto en el hemiciclo cuando, a los tres días de morir el sátrapa, gritó aquello de "En el recuerdo de Franco, ¡viva el rey!".
Se trata de un asunto de principio. Ante esto, la placa de sor Maravillas no es más que una anécdota
Alguno quizás comentaría que esa es la historia de España. Pues sí, pero mejor estarían estos cuadros en un museo, en un trastero o en el Basurero de la Historia, no en su exposición en un pasillo democrático. Como dice Juan Gelman: "Desaparecen las dictaduras de la escena y aparecen inmediatamente los organizadores del olvido".
En un Congreso donde no hay un cuadro de Azaña, de Martínez Barrios, de Companys, de Aguirre, de Negrín, de Largo Caballero, de Carrasco i Formiguera o de Pasionaria, el que cuelguen los de estos tres perseguidores de la democracia y que os parezca algo normal, me parece, querido presidente, una auténtica vergüenza.
Aprobada la Ley de la Memoria Histórica no sólo para abrir fosas, ni sólo para quitar estatuas ecuestres del tirano, el que, en el lugar físico en el que se aprobó dicha ley, se siga homenajeando a semejantes fascistas, uno de ellos con las manos manchadas de sangre, clama al cielo.
Una cosa es el consenso y otra, muy diferente, los principios. Y esto es un asunto de principio. Y no de un tema menor, sino del nudo gordiano de un sistema de libertades. Ante esto, la placa de Sor Maravillas me parece una anécdota.
Desde el respeto y el aprecio que te tengo, te recuerdo que tú has aplaudido que el Tribunal Supremo haya sentenciado que en el Parlamento Vasco ondee la bandera española. Lo consideras un asunto legal y de importancia. Permite por tanto que el hecho de que cuelguen en esa casa los retratos de tres antiparlamentarios sea para algunos, también, cuestión de principio. El consenso para un demócrata, en según qué cosas, no se puede aceptar. Y creo que esta es una de ellas.
Ante esta decisión sugiero enviéis el acuerdo de la Mesa del Congreso al Bundestag alemán y le sugieras a su presidente que, ya que Hermann Goering fue elegido presidente del Reichstag, coloquen en aquel hermoso hall de cristal un cuadro de aquel mariscal declarado tras la contienda y su juicio en Nuremberg como "criminal de guerra".
Por lo menos Goering, a diferencia de Bilbao, Iturmendi y Rodríguez de Valcarce, fue elegido democráticamente en los años 30, en representación del partido nazi, por el voto popular de los alemanes. Los tres franquistas citados ni eso. Fueron presidentes por el dedo autoritario del dictador.
Si esta cuestión tan obvia y tan de limpieza democrática necesita explicación, ya sólo esto, es toda una explicación.