¿A qué le tiene miedo Israel? Esa nación lleva años utilizando la vieja excusa de la “zona militar restringida” para impedir que se cubra la ocupación de los teritorios palestinos. Pero la última vez que Israel jugó a esto –en Jenin, en 2000– fue un desastre. Al impedir que los reporteros vieran la verdad con sus propios ojos, lo que éstos hicieron fue citar a palestinos que afirmaron que hubo una matanza perpetrada por los soldados israelíes, y Tel Aviv ha pasado años desmintiéndolo. De hecho sí hubo una masacre, pero no a la escala que se reportó originalmente.
Ahora el ejército israelí utiliza esa misma práctica fracasada. Veten a la prensa. Mantengan fuera a las cámaras. Pero la mañana de ayer, sólo horas después de que el ejército israelí entró a Gaza para matar a más miembros de Hamas –y desde luego a más civiles–, ese movimiento reportó la captura de dos soldados israelíes. Reporteros en el terreno pudieron haber distinguido la verdad de la mentira. Pero sin un solo periodista occidental en Gaza, los israelíes tuvieron que decirle al mundo que no sabían si la versión era verdadera o no.
De otro lado, los israelíes son tan inescrupulosos, que las razones para impedir el acceso a periodistas se entienden muy fácilmente: hay tantos soldados de Israel que van a matar a tantos inocentes –tomando en cuenta sólo a aquellos de los que nos enteramos–, que las imágenes de la matanza serían intolerables. No es que los palestinos hayan sido de mucha ayuda. El secuestro, por parte de una familia de la mafia palestina de un hombre de la BBC en Gaza, quien finalmente fue liberado por Hamas hace unos meses aunque ahora eso no se recuerde, le puso precio a la cabeza de cualquier trabajador de la televisión occidental en esa zona. Sin embargo, los resultados son los mismos.
En 1980, la Unión Soviética expulsó a todo periodista occidental de Afganistán. Quienes estábamos reportando la invasión rusa y sus brutales consecuencias no podíamos reingresar al país, excepto que fuéramos acompañados de guerrilleros mujaidines.
Recibí una carta de Charles Douglas Hume, entonces director de The Times, diario para el que trabajaba, quien me hizo una importante observación: “Ahora que no tenemos cobertura regular desde Afganistán”, me dijo el 26 de marzo de ese año, “agradecería que no perdieras la oportunidad de reportar a partir de testimonios confiables de lo que está ocurriendo en el país. No debemos permitir que lo que ocurre en Afganistán se desvanezca del papel simplemente porque no tenemos corresponsal ahí”.
No debe sorprendernos que los israelíes empleen la vieja táctica soviética de cegar la visión del mundo sobre la guerra. Pero el resultado es que las voces palestinas, al contrario de las de los reporteros occidentales, dominarán las ondas magnéticas. Los hombres y mujeres que están bajo los ataques aéreos y de artillería de los israelíes están ahora contando sus propias historias a televisoras, radios y periódicos, como nunca antes pudieron, sin el artificial “equilibrio” que mucho del periodismo televisivo impone a los reportes en vivo.
Quizá esto se convierta en una nueva forma de cubrir un conflicto, dejando que los participantes cuenten sus propias historias. El otro lado de la moneda será, desde luego, que no hay occidental alguno en Gaza para cuestionar a Hamas su dudoso testimonio de los hechos: otra victoria para la milicia palestina, entregada en bandeja por los israelíes.
Pero hay un lado todavía más oscuro. La versión de los hechos que ha dado Israel ha gozado de tanta credibilidad ante la agonizante administración del presidente George W. Bush que la prohibición a los periodistas de ingresar a la franja de Gaza puede simplemente no importarle al ejército israelí. Para cuando podamos investigar lo que sea que están tratando de ocultar, ya estaremos inmersos en otra crisis y ellos proclamarán que se encuentran en “el frente de batalla en la guerra contra el terror”.
Robert Fisk
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
Ahora el ejército israelí utiliza esa misma práctica fracasada. Veten a la prensa. Mantengan fuera a las cámaras. Pero la mañana de ayer, sólo horas después de que el ejército israelí entró a Gaza para matar a más miembros de Hamas –y desde luego a más civiles–, ese movimiento reportó la captura de dos soldados israelíes. Reporteros en el terreno pudieron haber distinguido la verdad de la mentira. Pero sin un solo periodista occidental en Gaza, los israelíes tuvieron que decirle al mundo que no sabían si la versión era verdadera o no.
De otro lado, los israelíes son tan inescrupulosos, que las razones para impedir el acceso a periodistas se entienden muy fácilmente: hay tantos soldados de Israel que van a matar a tantos inocentes –tomando en cuenta sólo a aquellos de los que nos enteramos–, que las imágenes de la matanza serían intolerables. No es que los palestinos hayan sido de mucha ayuda. El secuestro, por parte de una familia de la mafia palestina de un hombre de la BBC en Gaza, quien finalmente fue liberado por Hamas hace unos meses aunque ahora eso no se recuerde, le puso precio a la cabeza de cualquier trabajador de la televisión occidental en esa zona. Sin embargo, los resultados son los mismos.
En 1980, la Unión Soviética expulsó a todo periodista occidental de Afganistán. Quienes estábamos reportando la invasión rusa y sus brutales consecuencias no podíamos reingresar al país, excepto que fuéramos acompañados de guerrilleros mujaidines.
Recibí una carta de Charles Douglas Hume, entonces director de The Times, diario para el que trabajaba, quien me hizo una importante observación: “Ahora que no tenemos cobertura regular desde Afganistán”, me dijo el 26 de marzo de ese año, “agradecería que no perdieras la oportunidad de reportar a partir de testimonios confiables de lo que está ocurriendo en el país. No debemos permitir que lo que ocurre en Afganistán se desvanezca del papel simplemente porque no tenemos corresponsal ahí”.
No debe sorprendernos que los israelíes empleen la vieja táctica soviética de cegar la visión del mundo sobre la guerra. Pero el resultado es que las voces palestinas, al contrario de las de los reporteros occidentales, dominarán las ondas magnéticas. Los hombres y mujeres que están bajo los ataques aéreos y de artillería de los israelíes están ahora contando sus propias historias a televisoras, radios y periódicos, como nunca antes pudieron, sin el artificial “equilibrio” que mucho del periodismo televisivo impone a los reportes en vivo.
Quizá esto se convierta en una nueva forma de cubrir un conflicto, dejando que los participantes cuenten sus propias historias. El otro lado de la moneda será, desde luego, que no hay occidental alguno en Gaza para cuestionar a Hamas su dudoso testimonio de los hechos: otra victoria para la milicia palestina, entregada en bandeja por los israelíes.
Pero hay un lado todavía más oscuro. La versión de los hechos que ha dado Israel ha gozado de tanta credibilidad ante la agonizante administración del presidente George W. Bush que la prohibición a los periodistas de ingresar a la franja de Gaza puede simplemente no importarle al ejército israelí. Para cuando podamos investigar lo que sea que están tratando de ocultar, ya estaremos inmersos en otra crisis y ellos proclamarán que se encuentran en “el frente de batalla en la guerra contra el terror”.
Robert Fisk
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca