Pese a que durante años la sombra de la duda pesó sobre su autenticidad, hace poco se confirmó la veracidad de este objeto arqueológico compuesto por diez folios que fungen como calendario adivinatorio elaborado entre los años 1120 y 1130 después de Cristo.
En entrevista con Efe, la cocuradora e investigadora de la exposición “Códice Maya de México: eslabón, puente y testigo” Sofía Martínez asegura que se trata de un calendario que interpretaba cómo podía la deidad Venus afectar a la Tierra y, al saberlo, contentarla “para que no causara daño al ámbito social y natural del mundo”.
Para los mayas, excelentes observadores del cielo, Venus era una estrella con largos rayos de luz que emulaban peligrosas lanzas.
Esto hacía pensar a las culturas mesoamericanas “que con esas lanzas podía hacer daño al universo”, indica la investigadora de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Venus podía impactar sobre aspectos fundamentales como la agricultura, pero también a los distintos individuos de la sociedad.
“Podía afectar a los guerreros, a los ancianos, a los niños, a las mujeres. Entonces, ellos creaban estos calendarios con el fin de pronosticar esa primera aparición de la “estrella” y ofrendarle sacrificios que podían ser sacrificios humanos”, detalla Martínez.
Para pronosticar cuándo podían suceder desgracias, las culturas mesoamericanas tenían tablas y registros precisos sobre la aparición de los planetas más importantes, así como de los eclipses lunares y solares que estaban asociados con Venus.
“Mediante la observación sabían cuándo Venus iba a hacer sus apariciones y, con el fin de prevenir acciones negativas, hacían estos calendarios y estas ofrendas”, asegura.
Las ilustraciones presentes en los folios muestran distintas deidades como la de la muerte, la de la fertilidad agrícola o la del fuego, entre otras.
Estas deidades son mostradas en escenas de agresión y de sacrificio, apareciendo todas junto a un “cautivo, un personaje que puede ser de un grupo étnico que sea distinto al maya o al tolteca o puede ser el árbol sagrado, el árbol de jade”.
“Está representando que, si la deidad agrede al árbol, puede venir una época de sequía, entonces hay que ofrecer los sacrificios rituales en consecuencia para que no haya una sequía”, explica la investigadora.
Otro ejemplo que puede verse es el de una deidad atacando un templo con navajas de obsidiana en el techo, imagen que indicaba que el grupo que se iba a ver afectado era el de los guerreros, a los que se protegería con los sacrificios correspondientes.
En cada fragmento aparece una “fecha de distancia” que indica cuántos días permanece Venus en cada una de sus cuatro fases de movimiento: estrella matutina, conjunción superior -cuando está detrás del Sol- estrella vespertina y conjunción inferior, que es cuando está entre la Tierra y el Sol.
La primera fecha del primer folio del códice coincide con una época de sequía, algo que la experta considera representativo de un periodo en el que hubo muchas migraciones.
“Es una época de supervivencia; la importancia de las sociedades mesoamericanas que vivían de la agricultura la vemos reflejada en el códice maya de México, que empieza con una época de sequía”, considera.
Únicamente diez fragmentos de los veinte totales que componían el códice se encuentran preservados en una cápsula anóxica -sin oxígeno para que no proliferen microorganismos- y son monitoreados las 24 horas del día.
Pero la credibilidad de la que goza ahora este documento ancestral no la tuvo hasta hace muy poco; el INAH confirmó su autenticidad a finales del pasado agosto.
El INAH convocó en 2016 a un equipo de investigadores para hacer un proyecto integral donde se analizara hasta el último detalle del códice.
Se analizó el pigmento conocido como azul maya con el que está ilustrado el códice y confirmaron la presencia de índigo, un colorante, y la arcilla paligorskita, la que contiene al índigo para poder formar el color.
Este pigmento inventado por los mayas dejó de utilizarse en el siglo XVIII, por lo que aquellos que argumentaban que el códice era una falsificación elaborada en 1960 vieron cómo su hipótesis se hacía añicos.
Por su parte, la cocuradora de la exposición María del Pilar Cuairán expone a Efe la reflexión de que “el patrimonio cultural en todo el mundo es sumamente poderoso”, al tener la capacidad de eludir lo efímero y preservar “la sabiduría y la identidad de los pueblos”.
“Conforme van cambiando los tiempos, nuestras maneras de ver y de leer también cambian, eso quiere decir que el patrimonio nunca caduca”, concluye.
Zoilo Carrillo