Por otra parte, si decimos que la crisis económica actual no es sino un reflejo de una profunda crisis de valores de la que solo podemos salir en la medida en que recuperemos unos valores comunes, quizá nos interesa a todos que se reúnan unos jóvenes que justamente quieren recordarse unos valores que son cristianos -y, por tanto, profundamente humanos- pero que en estos momentos pueden ser regeneradores para toda la humanidad. Sobre todo un valor común que es la alteridad, es decir: que el otro sea más importante que uno mismo.
Ahora bien, es difícil poder hacer un perfil único de lo que es un joven de la JMJ. Tan difícil como lo ha sido hacerlo con quienes se han aglutinado en el movimiento del 15-M. Ambos son fenómenos que aglutinan un conglomerado de preocupaciones y aspiraciones muy diferentes, quizá tantas como personas que en ellos se cobijan. ¿Qué tiene en común un joven de nuestras iglesias mediterráneas con los de las centroeuropeas o nórdicas o las de los países del Este de Europa? Sus realidades políticas, sociales y religiosas son muy diferentes. Como lo son las que pueden tener los jóvenes latinoamericanos y los norteamericanos. Y ¿qué pueden tener en común un argentino y un boliviano? Quizá somos nosotros quienes los ponemos a todos en el mismo saco.
Lo que hay en común en estos jóvenes es lo que los aglutina. Es decir, en este caso el Papa, que es el que realmente lidera la convocatoria. Sin su llamada, mensaje y presencia no podríamos hablar de las mismas cifras de asistencia. Como los aglutina el hecho de ser creyentes en un contexto mundial cada vez más secularizado. A ellos también les preocupa cómo se puede ser creyente en una sociedad laica. Y los aglutina el deseo de vivir unos valores diferentes en una cultura que, demasiado marcada por el consumo, nos deshumaniza cada vez más. Y también -¿por qué no decirlo?- hay un factor muy banal como puede ser el turismo juvenil.
Todo esto, muy mezclado, por unos días es y será multitudinario. Pero no nos engañemos, la profunda crisis institucional que vivimos hace que, cuando acabe todo esto, sin la espuma de las multitudes y sin el liderazgo de la figura del Papa, nuestras iglesias no se llenarán de más jóvenes. Cada uno seguirá viviendo su seguimiento de la fe de una manera diferente. Quizá una minoría buscará un movimiento de jóvenes o una comunidad cristiana, pero será muy minoría. Benedicto XVI no ignora esta realidad, y por eso repetidas veces se ha referido al cristianismo como una «minoría creativa».
Francesc Romeu
Sacerdote y periodista. Profesor de Blanquerna
Ahora bien, es difícil poder hacer un perfil único de lo que es un joven de la JMJ. Tan difícil como lo ha sido hacerlo con quienes se han aglutinado en el movimiento del 15-M. Ambos son fenómenos que aglutinan un conglomerado de preocupaciones y aspiraciones muy diferentes, quizá tantas como personas que en ellos se cobijan. ¿Qué tiene en común un joven de nuestras iglesias mediterráneas con los de las centroeuropeas o nórdicas o las de los países del Este de Europa? Sus realidades políticas, sociales y religiosas son muy diferentes. Como lo son las que pueden tener los jóvenes latinoamericanos y los norteamericanos. Y ¿qué pueden tener en común un argentino y un boliviano? Quizá somos nosotros quienes los ponemos a todos en el mismo saco.
Lo que hay en común en estos jóvenes es lo que los aglutina. Es decir, en este caso el Papa, que es el que realmente lidera la convocatoria. Sin su llamada, mensaje y presencia no podríamos hablar de las mismas cifras de asistencia. Como los aglutina el hecho de ser creyentes en un contexto mundial cada vez más secularizado. A ellos también les preocupa cómo se puede ser creyente en una sociedad laica. Y los aglutina el deseo de vivir unos valores diferentes en una cultura que, demasiado marcada por el consumo, nos deshumaniza cada vez más. Y también -¿por qué no decirlo?- hay un factor muy banal como puede ser el turismo juvenil.
Todo esto, muy mezclado, por unos días es y será multitudinario. Pero no nos engañemos, la profunda crisis institucional que vivimos hace que, cuando acabe todo esto, sin la espuma de las multitudes y sin el liderazgo de la figura del Papa, nuestras iglesias no se llenarán de más jóvenes. Cada uno seguirá viviendo su seguimiento de la fe de una manera diferente. Quizá una minoría buscará un movimiento de jóvenes o una comunidad cristiana, pero será muy minoría. Benedicto XVI no ignora esta realidad, y por eso repetidas veces se ha referido al cristianismo como una «minoría creativa».
Francesc Romeu
Sacerdote y periodista. Profesor de Blanquerna