Cuadro de Gauguin
"Gauguin, hacedor de mitos" llega a Washington tras ser visitada por más de 420.000 personas en la Galería Tate de Londres, y muestra su radical distanciamiento del impresionismo apegado a la realidad de la época, su obsesión por provocar o contar historias mediante sus pinturas.
"Sabes que tengo sangre inca en mis venas y eso se refleja en todo lo que hago", aseguró Gauguin (1848-1903) en una carta a un amigo, para justificar sus excentricidades de artista "salvaje".
Uno de sus familiares era virrey español en Perú, donde Gauguin pasó parte de su infancia, pero este artista francés no tenía en absoluto antepasados incas.
"A partir de una pizca de verdad, las historias de Gauguin sobre sí mismo estaban marcadas por la exageración y la invención", explicó este martes a la prensa la comisaria de la exposición, Belinda Thomson.
Nacido en París, Gauguin empezó a viajar muy pronto durante su juventud, como marino mercante. No pasó nunca por una escuela de arte y aprendió pintura y escultura por su propia cuenta, junto a maestros en la época.
Pero Gauguin no dudó tampoco en representarse a sí mismo como Jesús (Cristo en el Jardín de los Olivos, de 1899) para reivindicar su condición de artista maldito e incomprendido, o como Lucifer detrás de dos jóvenes tahitianas (Cuentos bárbaros, 1902).
Los títulos de muchos de esos cuadros son en una lengua tahitiana casi inventada, otro de los aspectos poco conocidos de la capacidad de fabulación del artista que salen a relucir en esta exposición.
Desde el pasado lunes los visitantes de la Galería Nacional pueden admirar igualmente una veintena de obras de Canaletto (1697-1768) sobre Venecia y compararlas con una treintena de sus rivales en la época, en una rara exposición con motivo de los 150 años de Italia.
"Sabes que tengo sangre inca en mis venas y eso se refleja en todo lo que hago", aseguró Gauguin (1848-1903) en una carta a un amigo, para justificar sus excentricidades de artista "salvaje".
Uno de sus familiares era virrey español en Perú, donde Gauguin pasó parte de su infancia, pero este artista francés no tenía en absoluto antepasados incas.
"A partir de una pizca de verdad, las historias de Gauguin sobre sí mismo estaban marcadas por la exageración y la invención", explicó este martes a la prensa la comisaria de la exposición, Belinda Thomson.
Nacido en París, Gauguin empezó a viajar muy pronto durante su juventud, como marino mercante. No pasó nunca por una escuela de arte y aprendió pintura y escultura por su propia cuenta, junto a maestros en la época.
Pero Gauguin no dudó tampoco en representarse a sí mismo como Jesús (Cristo en el Jardín de los Olivos, de 1899) para reivindicar su condición de artista maldito e incomprendido, o como Lucifer detrás de dos jóvenes tahitianas (Cuentos bárbaros, 1902).
Los títulos de muchos de esos cuadros son en una lengua tahitiana casi inventada, otro de los aspectos poco conocidos de la capacidad de fabulación del artista que salen a relucir en esta exposición.
Desde el pasado lunes los visitantes de la Galería Nacional pueden admirar igualmente una veintena de obras de Canaletto (1697-1768) sobre Venecia y compararlas con una treintena de sus rivales en la época, en una rara exposición con motivo de los 150 años de Italia.