"Malambo, el hombre bueno" celebra hoy su estreno mundial en la sección Panorama, la segunda más importante de la Berlinale, y en la que también estos días se podrán ver las argentinas "Marilyn", de Martín Rodríguez Redondo, y "La omisión", de Sebastián Schjaer.
Para este cineasta originario de Córdoba, en el interior de Argentina, el mundo del malambo era algo extraño, pero esa lejanía fue la que le impulsó a centrar su nuevo trabajo en este baile.
"Me dio curiosidad el tema del malambo, sabía que existía, que estaba un poco en auge, como un malambo más de exportación, pero descubrí que había un tipo de malambo que mantenía una tradición desde hacía mucho tiempo, y más deportivo, que tenía que ver más con la preparación física", explica en entrevista con dpa el director de otras películas como "La paz".
A priori le resultaba "muy lejano", confiesa, y tuvo que luchar contra su prejuicio vinculado a "un nacionalismo extremo o a una hipermasculinidad". Sin embargo, al sumergirse en este mundo descubrió la lucha para superar un límite y la existencia también de ciertas cercanías como las emociones que experimentan los bailarines de esta disciplina, que exige un gran esfuerzo físico.
"El malambista está buscando un momento de plenitud. Trabaja para poder conquistar el presente. Hay algo del zapateo que para mí es como una reafirmación del presente y yo siento que cuando filmo o escribo intento lo mismo, intento esa captura de gloria fugaz, intensa y momentánea", comenta sobre esta danza tradicional originaria del siglo XVII.
A lo largo de 71 minutos, Loza muestra en imágenes en blanco y negro el empeño de Gaspar Jofre por lograr su sueño de ganar el campeonato de malambo a pesar de las dificultades médicas. Dividida en diferentes partes que van desde "El dolor de Gaspar" hasta "Todo héroe debe partir al final" el espectador acompaña a Gaspar a través de su dolor y frustraciones hasta su cénit.
"Es como un cuento, donde inclusive está esta idea de pasar el conocimiento de alguien que viene de lejos que le pasa a otro y el conocimiento va pasando. Era una pequeña fábula. Hay algo de fábula de un hombre pequeño que se vuelve extraordinario. Como todo cuento tiene partes y me gustaba que esas partes fueran arbitrarias, poéticas, como formas de ir entrando a esas zonas de la película", declara Loza.
Para llevar a cabo su largometraje, el cineasta argentino contó con actores profesionales y gente ajena al mundo del cine como el propio Gaspar Jofre, un auténtico bailarín de malambo, y que a la vez que rodaba se preparaba para un campeonato. "Un actor no puede bailar como baila un malambista", explica sobre su decisón de contar con él.
Tras su larga lucha por alzarse vencedores, los bailarines de malambo una vez victoriosos tienen que retirarse, algo que a Loza le resultaba "conmovedor". "El mismo momento de gloria es también su disolución. No pueden volver a competir. Es como una carrera en la que están años intentando llegar a ese lugar de triunfo", comenta. "Me conmueve esa paradoja del héroe que su logro es también su disolución".
Loza espera que el público berlinés experimente "esa empatía emocional que propone la película y también algo de energía". "Me gustaría que salieran de la sala con ganas de golpear el piso", bromea.
Para este cineasta originario de Córdoba, en el interior de Argentina, el mundo del malambo era algo extraño, pero esa lejanía fue la que le impulsó a centrar su nuevo trabajo en este baile.
"Me dio curiosidad el tema del malambo, sabía que existía, que estaba un poco en auge, como un malambo más de exportación, pero descubrí que había un tipo de malambo que mantenía una tradición desde hacía mucho tiempo, y más deportivo, que tenía que ver más con la preparación física", explica en entrevista con dpa el director de otras películas como "La paz".
A priori le resultaba "muy lejano", confiesa, y tuvo que luchar contra su prejuicio vinculado a "un nacionalismo extremo o a una hipermasculinidad". Sin embargo, al sumergirse en este mundo descubrió la lucha para superar un límite y la existencia también de ciertas cercanías como las emociones que experimentan los bailarines de esta disciplina, que exige un gran esfuerzo físico.
"El malambista está buscando un momento de plenitud. Trabaja para poder conquistar el presente. Hay algo del zapateo que para mí es como una reafirmación del presente y yo siento que cuando filmo o escribo intento lo mismo, intento esa captura de gloria fugaz, intensa y momentánea", comenta sobre esta danza tradicional originaria del siglo XVII.
A lo largo de 71 minutos, Loza muestra en imágenes en blanco y negro el empeño de Gaspar Jofre por lograr su sueño de ganar el campeonato de malambo a pesar de las dificultades médicas. Dividida en diferentes partes que van desde "El dolor de Gaspar" hasta "Todo héroe debe partir al final" el espectador acompaña a Gaspar a través de su dolor y frustraciones hasta su cénit.
"Es como un cuento, donde inclusive está esta idea de pasar el conocimiento de alguien que viene de lejos que le pasa a otro y el conocimiento va pasando. Era una pequeña fábula. Hay algo de fábula de un hombre pequeño que se vuelve extraordinario. Como todo cuento tiene partes y me gustaba que esas partes fueran arbitrarias, poéticas, como formas de ir entrando a esas zonas de la película", declara Loza.
Para llevar a cabo su largometraje, el cineasta argentino contó con actores profesionales y gente ajena al mundo del cine como el propio Gaspar Jofre, un auténtico bailarín de malambo, y que a la vez que rodaba se preparaba para un campeonato. "Un actor no puede bailar como baila un malambista", explica sobre su decisón de contar con él.
Tras su larga lucha por alzarse vencedores, los bailarines de malambo una vez victoriosos tienen que retirarse, algo que a Loza le resultaba "conmovedor". "El mismo momento de gloria es también su disolución. No pueden volver a competir. Es como una carrera en la que están años intentando llegar a ese lugar de triunfo", comenta. "Me conmueve esa paradoja del héroe que su logro es también su disolución".
Loza espera que el público berlinés experimente "esa empatía emocional que propone la película y también algo de energía". "Me gustaría que salieran de la sala con ganas de golpear el piso", bromea.