Pero no sólo eso: En unos comicios que vieron ganar, si bien con grandes pérdidas, a la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Angela Merkel y hundirse a los socialdemócratas del SPD, la AfD se convirtió en el primer partido ultraderechista en sentarse en la Cámara baja de la potencia europea en más de 50 años. El éxito electoral de la AfD le ha dado una lección a las formaciones tradicionales comandadas por la conservadora Merkel y el socialdemócrata Martin Schulz: En una Alemania de economía pujante la solución no pasa por ignorar a un movimiento de académicos de discurso mordaz que surgió hace tan solo cuatro años como catalizador del descontento popular por los millonarios rescates económicos de Grecia consensuados por la Unión Europea (UE) en Bruselas.
"Que se vayan preparando para la que les espera. Vamos a recuperar nuestro país y a nuestra gente", advertía el lenguaraz cabeza de cartel de AfD, Alexander Gauland, al futuro Gobierno nada más conocidos los primeros resultados.
Toda una declaración de intenciones que resquebraja los cimientos sobre los que tradicionalmente se ha asentado el tablero político germano.
Porque el desembarco de la AfD en el Bundestag no solo pone en riesgo la cultura del consenso que ha imperado en las últimas décadas en Alemania, ni solo amenaza la retórica parlamentaria de lo políticamente correcto, sino que aniquila el dogma que sentenciaba que la sociedad alemana estaba vacunada contra la ultraderecha por su pasado histórico.
¿Cómo es posible? "La política migratoria de Angela Merkel ha cambiado Alemania", opinó hoy el diario "Süddeutsche Zeitung". Para muchos analistas ahí está la clave del empuje de los ultraderechistas, aunque no el único.
La llegada masiva a Alemania de inmigrantes de Cercano y Medio Oriente y de África en 2015 alimentó su legión de seguidores y le sirvió para encadenar sucesivos éxitos electorales en comicios regionales. AfD era la única formación que, desde fuera del arco parlamentario, ejercía de facto como oposición al abogar por el cierre de fronteras y promulgar a los cuatro vientos las amenazas que se cernían sobre el país con la llegada de unos 900.000 peticionarios de asilo.
Ahora seguirá marcando la agenda política del país pero desde dentro del sistema.
"Naturalmente tenemos un gran desafío ante nosotros que es la entrada de AfD en el Bundestag, y tendremos que hacer un profundo análisis", admitió hoy la canciller Merkel. "Es un punto de inflexión y ningún demócrata puede pasar esto por alto", dijo, por su parte, el socialdemócrata Schulz, quien calificó de alarmante el resultado obtenido por los ultranacionalistas.
AfD conectó con los miedos y las preocupaciones de la gente común. Articuló todas aquellas ideas que sobrevolaban en el imaginario colectivo pero que ninguna otra formación se atrevía a verbalizar, aquellos asuntos que partidos establecidos quizás consideraban demasiado incómodos o podían generar controversia social.
"El que rompe tabúes, AfD", tituló en este sdentido el conservador "Frankfurter Allgemeine Zeitung". La identidad nacional o la islamización de la sociedad occidental empezaron a erigirse como ejes centrales de su discurso.
La AfD era ya imparable en su giro desde el euroescepticismo hacia postulados de la ultraderecha tradicional. Ahora su voz estará representada, según los primeros cálculos, por más de 80 diputados en el Bundestag. "Alemania se ha presentado a un examen de fin de ciclo que supone la entrada de los neonazis en el Parlamento", lamentó en este contexto el diario muniqués "Süddeutsche Zeitung".
Atrás quedan los tiempos en los que la AfD vendía lingotes de oro para financiarse. Con el caudal de votos recibido tiene asegurada una buena asignación de fondos estatales que aliviarán su situación económica y apuntalarán su supervivencia, siempre que las luchas intestinas no hagan acto de presencia.
Después de haber ingresado en 13 de 16 Parlamentos regionales y obtenido siete eurodiputados en las elecciones europeas de 2014 (en la actualidad tan solo dos de ellos se mantienen adscritos al partido), AfD se ha colgado hoy una nueva medalla.
"No lamento haber fundado AfD, lamento en lo que se ha convertido", ha repetido en más de una ocasión el catedrático Bernd Lucke, defenestrado cofundador de esta formación que en un principio buscaba simplemente poner una voz al descontento de muchos contribuyentes alemanes con los millonarios rescates europeos. Su criatura ahora se ha convertido en la tercera fuerza política de Alemania.
"Que se vayan preparando para la que les espera. Vamos a recuperar nuestro país y a nuestra gente", advertía el lenguaraz cabeza de cartel de AfD, Alexander Gauland, al futuro Gobierno nada más conocidos los primeros resultados.
Toda una declaración de intenciones que resquebraja los cimientos sobre los que tradicionalmente se ha asentado el tablero político germano.
Porque el desembarco de la AfD en el Bundestag no solo pone en riesgo la cultura del consenso que ha imperado en las últimas décadas en Alemania, ni solo amenaza la retórica parlamentaria de lo políticamente correcto, sino que aniquila el dogma que sentenciaba que la sociedad alemana estaba vacunada contra la ultraderecha por su pasado histórico.
¿Cómo es posible? "La política migratoria de Angela Merkel ha cambiado Alemania", opinó hoy el diario "Süddeutsche Zeitung". Para muchos analistas ahí está la clave del empuje de los ultraderechistas, aunque no el único.
La llegada masiva a Alemania de inmigrantes de Cercano y Medio Oriente y de África en 2015 alimentó su legión de seguidores y le sirvió para encadenar sucesivos éxitos electorales en comicios regionales. AfD era la única formación que, desde fuera del arco parlamentario, ejercía de facto como oposición al abogar por el cierre de fronteras y promulgar a los cuatro vientos las amenazas que se cernían sobre el país con la llegada de unos 900.000 peticionarios de asilo.
Ahora seguirá marcando la agenda política del país pero desde dentro del sistema.
"Naturalmente tenemos un gran desafío ante nosotros que es la entrada de AfD en el Bundestag, y tendremos que hacer un profundo análisis", admitió hoy la canciller Merkel. "Es un punto de inflexión y ningún demócrata puede pasar esto por alto", dijo, por su parte, el socialdemócrata Schulz, quien calificó de alarmante el resultado obtenido por los ultranacionalistas.
AfD conectó con los miedos y las preocupaciones de la gente común. Articuló todas aquellas ideas que sobrevolaban en el imaginario colectivo pero que ninguna otra formación se atrevía a verbalizar, aquellos asuntos que partidos establecidos quizás consideraban demasiado incómodos o podían generar controversia social.
"El que rompe tabúes, AfD", tituló en este sdentido el conservador "Frankfurter Allgemeine Zeitung". La identidad nacional o la islamización de la sociedad occidental empezaron a erigirse como ejes centrales de su discurso.
La AfD era ya imparable en su giro desde el euroescepticismo hacia postulados de la ultraderecha tradicional. Ahora su voz estará representada, según los primeros cálculos, por más de 80 diputados en el Bundestag. "Alemania se ha presentado a un examen de fin de ciclo que supone la entrada de los neonazis en el Parlamento", lamentó en este contexto el diario muniqués "Süddeutsche Zeitung".
Atrás quedan los tiempos en los que la AfD vendía lingotes de oro para financiarse. Con el caudal de votos recibido tiene asegurada una buena asignación de fondos estatales que aliviarán su situación económica y apuntalarán su supervivencia, siempre que las luchas intestinas no hagan acto de presencia.
Después de haber ingresado en 13 de 16 Parlamentos regionales y obtenido siete eurodiputados en las elecciones europeas de 2014 (en la actualidad tan solo dos de ellos se mantienen adscritos al partido), AfD se ha colgado hoy una nueva medalla.
"No lamento haber fundado AfD, lamento en lo que se ha convertido", ha repetido en más de una ocasión el catedrático Bernd Lucke, defenestrado cofundador de esta formación que en un principio buscaba simplemente poner una voz al descontento de muchos contribuyentes alemanes con los millonarios rescates europeos. Su criatura ahora se ha convertido en la tercera fuerza política de Alemania.