Su esposo y otros cientos de civiles han quedado atrapados en una ratonera en los barrios bajo control de los islamistas. Se enfrentan a múltiples amenazas como las bombas, los disparos de francotiradores, el hambre y la falta de atención médica.
Se encuentran a dos kilómetros de una zona segura. Por eso algunos de ellos se arriesgan a escaparse para ponerse al abrigo pese a las balas de los yihadistas.
Todos los días, Camilia, de 43 años y madre de seis hijos, se dirige al edificio del gobierno provincial con la esperanza de ver a su marido correr hacia sus brazos.
"Para mí es muy doloroso. Tengo miedo que lo alcance" una bala, declara a la AFP con voz melodiosa mientras manosea, nerviosa, su hiyab (velo islámico).
"Está demasiado traumatizado para escapar. Incluso nosotros, que estamos en el exterior, tenemos miedo porque no sabemos de dónde vienen las balas", añade, esforzándose por no llorar.
Los combates comenzaron el 23 de mayo, cuando cientos de yihadistas con la bandera negra del EI sembraron el caos en las calles de Marawi, la ciudad musulmana más grande de Filipinas, un país con mayoría de población católica.
Los civiles son un factor clave de la resistencia de los yihadistas, que los usan como escudos humanos para impedir al ejército destruir completamente las zonas bajo su control.
Pese a todo hay calles enteras en ruinas. Diez soldados murieron en un bombardeo que erró el blanco.
La mayoría de los 200.000 habitantes lograron huir durante los enfrentamientos. Pero las autoridades estiman que entre 300 y 1.700 civiles siguen atrapados en barrios bajo control de los yihadistas.
Camilia y su familia se encontraban en una localidad aledaña cuando estallaron los combates. Pero su marido, Nixon, regresó para ver cómo estaba la casa. Consigue hablar con él, y lo que le cuenta es aterrador.
"No come. No duerme. Una bomba por aquí, una explosión por allí. Se está debilitando", afirma su esposa.
Las condiciones de vida se han degradado muchísimo. "Algunos habitantes comen cartón. Lo mojan en agua para ablandarlo y se lo comen", explica a la AFP Zia Alonto Adiong, portavoz del comité de crisis provincial, citando el testimonio de supervivientes. "Se te parte el corazón. Cuesta creer que la gente viva así".
Según el ejército, los yihadistas esclavizan a algunos civiles, obligándoles a cocinar y a transportar municiones.
Nick Andeleg, un cristiano de 26 años, logró huir el martes. Él y sus colegas decidieron escapar convencidos de que quedarse era sinónimo de muerte. "Nos escondíamos donde podíamos. Debajo de los muebles, de camas, de armarios, en el aseo. Éramos como ratas".
Camalia Baunto ha dejado a sus hijos en casa de sus suegros y no ceja en el empeño de esperar a su marido.
Se encuentran a dos kilómetros de una zona segura. Por eso algunos de ellos se arriesgan a escaparse para ponerse al abrigo pese a las balas de los yihadistas.
Todos los días, Camilia, de 43 años y madre de seis hijos, se dirige al edificio del gobierno provincial con la esperanza de ver a su marido correr hacia sus brazos.
"Para mí es muy doloroso. Tengo miedo que lo alcance" una bala, declara a la AFP con voz melodiosa mientras manosea, nerviosa, su hiyab (velo islámico).
"Está demasiado traumatizado para escapar. Incluso nosotros, que estamos en el exterior, tenemos miedo porque no sabemos de dónde vienen las balas", añade, esforzándose por no llorar.
Los combates comenzaron el 23 de mayo, cuando cientos de yihadistas con la bandera negra del EI sembraron el caos en las calles de Marawi, la ciudad musulmana más grande de Filipinas, un país con mayoría de población católica.
- Escudos humanos -
Desde entonces, resisten a la campaña de bombardeos aéreos apoyada por Estados Unidos y a los combates encarnizados con las tropas filipinas. El panorama en barrios enteros es tan desolador como el de ciudades destruídas de Siria o Irak.Los civiles son un factor clave de la resistencia de los yihadistas, que los usan como escudos humanos para impedir al ejército destruir completamente las zonas bajo su control.
Pese a todo hay calles enteras en ruinas. Diez soldados murieron en un bombardeo que erró el blanco.
La mayoría de los 200.000 habitantes lograron huir durante los enfrentamientos. Pero las autoridades estiman que entre 300 y 1.700 civiles siguen atrapados en barrios bajo control de los yihadistas.
Camilia y su familia se encontraban en una localidad aledaña cuando estallaron los combates. Pero su marido, Nixon, regresó para ver cómo estaba la casa. Consigue hablar con él, y lo que le cuenta es aterrador.
"No come. No duerme. Una bomba por aquí, una explosión por allí. Se está debilitando", afirma su esposa.
- Comer cartón -
Veintiséis civiles murieron en los combates. Las autoridades locales y los cooperantes estiman que hay probablemente muchos más cadáveres.Las condiciones de vida se han degradado muchísimo. "Algunos habitantes comen cartón. Lo mojan en agua para ablandarlo y se lo comen", explica a la AFP Zia Alonto Adiong, portavoz del comité de crisis provincial, citando el testimonio de supervivientes. "Se te parte el corazón. Cuesta creer que la gente viva así".
Según el ejército, los yihadistas esclavizan a algunos civiles, obligándoles a cocinar y a transportar municiones.
Nick Andeleg, un cristiano de 26 años, logró huir el martes. Él y sus colegas decidieron escapar convencidos de que quedarse era sinónimo de muerte. "Nos escondíamos donde podíamos. Debajo de los muebles, de camas, de armarios, en el aseo. Éramos como ratas".
Camalia Baunto ha dejado a sus hijos en casa de sus suegros y no ceja en el empeño de esperar a su marido.