El punto de partida es el encargo que recibe el joven reportero de cubrir la boda de un príncipe en el exilio con una bella señorita de la alta sociedad y que, por coincidencias y malentendidos, traba amistad con el príncipe, quien le encomienda escribir la crónica de su peculiar historia, algo que llevará a Rufo a Nueva York.
En la novela se refleja el proceso de cambio de dos ciudades: Nueva York y Barcelona. Aunque la novela tiene elementos autobiográficos, son, advierte Mendoza, “cronológicos, históricos, pero no lo son en el protagonista ni en las cosas que le pasan a él ni en las personas con las que trata”.
Remarca el autor que aunque “no se trata de unas memorias disfrazadas” de novela, “parten de la misma idea que podría haber dado lugar a unas memorias”.
Sin embargo, “por razones de edad y trayectoria”, Mendoza pensó que “quizá tenía que escribir algo distinto de lo que venía haciendo, y que había llegado la hora de cambiar de registro”. Un motor lo llevó a escribir estas memorias en diferido: “dejar constancia de lo que hemos vivido; si no lo contamos nosotros, nadie lo contará. Los historiadores cuentan lo que pasó, pero cómo lo vivieron las personas, sólo lo harán los testigos”.
Descartó escribir esas vivencias en formato de memorias, sobre todo porque eso le “aburre mucho” y fue así como surgió “la idea de escribir una novela con un personaje que hubiera vivido momentos importantes” de su vida personal.
Arranca El rey recibe con un protagonista en un momento avanzado de su vida, en los años 60, y aunque la intención era que este primer volumen llegara hasta la muerte de Franco en 1975, finalmente llega hasta el asesinato de Carrero Blanco, en 1973.
Eduardo Mendoza, que ya está escribiendo la segunda entrega de esta trilogía, no descarta todavía ampliarla a un cuarto libro.