Elogio de las playas de Gaza


Siempre me han atraído las playas de Gaza, pobres, deslucidas, entre dunas, palmeras y, a veces adelfas, con sus humildes cobertizos y empalizadas, con sus puestos ambulantes en los que se venden neumáticos salvavidas.



Por la angosta y reventada carreterita del litoral hay, de vez en cuando, pequeños embotellamientos de amarillos taxis municipales, camionetas con morenos muchachos, niños en bicicleta, carros tirados por mulas o asnos, con lugareños que se desplazan por estas tierras y algún jinete a lomos de su caballo enjaezado.

Es el mundo rural de Gaza a la orilla del mar. En Gaza, hombres y mujeres se bañan juntos. Las mujeres siempre vestidas y los hombres raras veces en bañador. El gobierno de Hamás ha tratado de imponer restricciones vestimentarias femeninas, y su policía, alguna que otra vez, obligó a los muchachos a cubrirse el torso desnudo, con camisetas. Solo los niños y adolescentes están acostumbrados a ir a la playa, ligeros de ropa.

Hay familias que acarreran sombrillas, sillas de plástico, narguiles o altas pipas de agua, para solazarse ante el mar. En una población desprovista, desde hace muchos años, desde la primera "intifada" de 1987, de cines, espectáculos, toda su suerte de diversiones públicas, solo les queda esta orilla mediterránea para aliviarse de sus penalidades de cada día. Es por esto que cuando los israelíes bombardearon en alguna ocasión estas playas, dando muerte a una familia de refugiados que disfrutaba sobre sus arenas, los habitantes de Gaza tuvieron que volver a enclaustrarse por miedo, en su pobres viviendas, excluidos del placer de salir al mar.

Visité la playa de Al Qarara meses después de las elecciones de hace tres años que dieron el triunfo a Hamás. Era el principio del estío y en un santiamén se habían armado chiringuitos con tablas de madera, hojas de palmera, cañas secas, con rótulos como Al Andalus, Ken Man Zaman, u ostentosamente, Casino del Líbano.

Dos atezados muchachos, Mohamad y Omar, hacían de camareros, vestidos de escarlatas camisetas imitación Versace y Puma, y se encargaban de las tiendas de lona azul que alquilaban por horas o por días. Aunque tenían pocos clientes -algunos hombres jóvenes, algunos extranjeros empleados de ONG - se sentían a gusto en su trabajo.

Todo este litoral del sur desde Dir el Bareh hasta casi Rafah, en la frontera egipcia, había sido un enclave privilegiado. Gush Katif, en el que los israelíes habían construido once colonias de poblamiento, un pequeño y exclusivo paraíso mediterráneo, arrebatado a los habitantes de Gaza que no podían ni acceder a la orilla del mar...

Cuando las tropas del Tsahal evacuaron esta angosta y desgraciada tierra mediterránea, los palestinos recobraron estas playas, antes prohibidas, las más anchas de la franja. Entre los chiringuitos hay algun que otro pequeño chalet de ladrillo, y la diminuta base de la marina palestina sin embarcaciones ni lanchas patrulleras... ¡Pobres playas de la costa de Gaza! En los años de la primera "intifada", acompañando a Ignacio Rupérez, entonces consejero de la Embajada española en Tel Aviv, íbamos al pequeño club de la ONU con su despintada terraza de madera azul, un lugar exclusivo para los extranjeros, donde se expedían bebidas alcohólicas. Casi nadie aprovechaba su playa con viejas barcas varadas.

Los pescadores del pobre y destartalado puertecito adyacente, sufrían las normas impuestas por los israelíes que limitaban a solo diez millas el espacio para poder faenar. El club fue incendiado años después.

Al establecerse la Autoridad Nacional Palestina, recuerdo que me iba con varios muchachos de Al Fatah, recién enrolados en la flamente Policía Autónoma, a beber de tapadillo en las playas del norte de Gaza, a la caída de la tarde, unas botellas de cerveza que había comprado en el Marna House, entonces el único hotelito moderno que había en la ciudad. En un abrir y cerrar de ojos, se erigieron los hoteles Al Dira, Al Andalus, Palestina, en el paseo marítimo, con sus playas y piscinas exclusivas, en aquel tiempo de ilusiones y espejismos cuando Arafat creía que la paz haría de Gaza un Singapur alejándola del peligro de convertirse en el anárquico infierno somalí.

Arafat mencionaba a menudo el mar de Gaza. Una vez dijo en un discurso que a los que no les gustase un estado palestino independiente con Jerusalén por capital "que fuesen a beber el mar de Gaza " aludiendo a que se fuesen al infierno. Es desde una lancha de pesca como más resplandece la ciudad con sus altos edificios como cualquier otra ciudad mediterránea, y sus playas. ¡Lástima que sus alegres chiringuitos con sus banderas multicolores al viento solo sean un sueño estival!
Tomás Alcoverro
Lunes, 3 de Agosto 2009
La Vanguardia, Barcelona
           


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