"Me siento una suerte de sastre del vidrio. Cuando vamos a una casa para colgar una araña, la montamos para que transmita felicidad", reconoce a la AFP Gino Seguso, quien heredó de su padre Archimede Seguso, fallecido en 1999, uno de los talleres de vidrio más reconocidos de Venecia no sólo por la habilidad de sus artesanos sino por el diseño y el gusto.
En la sede de la vidriería fundada en Murano -una ciudad llena de encanto- hace unos 50 años por uno de los grandes maestros del vidrio del siglo XX, el ritmo de producción entre canales y árboles es lento: el secreto para resistir a la globalización.
"Trabajamos todo a mano. Yo sé que voy contracorriente", admite Seguso, quien produce 3 a 5 jarrones en un día mientras la competencia, sobre todo aquella "en tierra firme", es decir de países como China, invade con millones de objetos y miniaturas, jarros, floreros, anillos, ceniceros y collares el mercado mundial y veneciano.
"La diferencia de elaboración es notable. Si quieren copiar que nos copien. De todas maneras nosotros somos capaces de producir siempre algo nuevo y distinto. Creo que tenemos ese toque de fantasía para lograrlo", sostiene Seguso.
Como los antiguos venecianos que contribuyeron al desarrollo del vidrio e introdujeron filigranas, hebras de vidrio opaco y blanco dentro del cristal transparente, la firma Archimede Seguso sigue innovando.
"En un mundo tan globalizado, industrializado y veloz, trato de mantener nuestra tradición, nuestra manualidad, aunque es difícil", admite el heredero de la dinastía Seguso.
Clientes como los reyes de España, la reina de Tailandia Sirikit, jefes de Estado y de Gobierno, en particular el primer ministro italiano Silvio Berlusconi, banqueros u hoteleros figuran en el libro de honor de visitantes.
"Nosotros preferimos vender directamente", subraya Gino, quien recibe con cita previa en su taller, donde trabajan unas 30 personas, a "ricos y pobres".
La gran familia del vidrio sueña con fundar un museo en Murano gracias a una red de coleccionistas mundial de piezas de Seguso.
"Estamos esperando la bendición del arquitecto Frank Gehry (autor del espectacular museo Guggenheim de Bilbao en España) para un proyecto que se inspira en un jarrón de mi padre. Un vaso de vidrio para contener vidrios", revela sin querer mientras indica la maqueta con una inmensa torre arrugada transparente.
Un reto que cuesta unos 35 millones de euros y que formaría parte del eje de museos abiertos al arte contemporáneo que acaba de nacer en Venecia con la espectacular Punta de la Aduana del multimillonario francés Francois Pinault (costó 20 millones de euros) y la sugestiva Fundación Vedova de Renzo Piano.
"Pesa la herencia de una familia que trabaja el vidrio desde hace 750 años y sobre todo la de mi padre, Archimede, porque era uno de los grandes maestros del vidrio del siglo XX", confiesa Seguso, quien abandonó hace años las calderas y los hornos al contrario de su progenitor, que sopló vidrio hasta los 90 años cumplidos.
"Estaba influenciado por el mundo y creía que se podía servir el mundo entero con arte, elegancia e innovación", dice el hijo a propósito del padre, quien mantuvo una prolífica colaboración de 60 años con la prestigiosa casa estadounidense Tiffany's.
En la sede de la vidriería fundada en Murano -una ciudad llena de encanto- hace unos 50 años por uno de los grandes maestros del vidrio del siglo XX, el ritmo de producción entre canales y árboles es lento: el secreto para resistir a la globalización.
"Trabajamos todo a mano. Yo sé que voy contracorriente", admite Seguso, quien produce 3 a 5 jarrones en un día mientras la competencia, sobre todo aquella "en tierra firme", es decir de países como China, invade con millones de objetos y miniaturas, jarros, floreros, anillos, ceniceros y collares el mercado mundial y veneciano.
"La diferencia de elaboración es notable. Si quieren copiar que nos copien. De todas maneras nosotros somos capaces de producir siempre algo nuevo y distinto. Creo que tenemos ese toque de fantasía para lograrlo", sostiene Seguso.
Como los antiguos venecianos que contribuyeron al desarrollo del vidrio e introdujeron filigranas, hebras de vidrio opaco y blanco dentro del cristal transparente, la firma Archimede Seguso sigue innovando.
"En un mundo tan globalizado, industrializado y veloz, trato de mantener nuestra tradición, nuestra manualidad, aunque es difícil", admite el heredero de la dinastía Seguso.
Clientes como los reyes de España, la reina de Tailandia Sirikit, jefes de Estado y de Gobierno, en particular el primer ministro italiano Silvio Berlusconi, banqueros u hoteleros figuran en el libro de honor de visitantes.
"Nosotros preferimos vender directamente", subraya Gino, quien recibe con cita previa en su taller, donde trabajan unas 30 personas, a "ricos y pobres".
La gran familia del vidrio sueña con fundar un museo en Murano gracias a una red de coleccionistas mundial de piezas de Seguso.
"Estamos esperando la bendición del arquitecto Frank Gehry (autor del espectacular museo Guggenheim de Bilbao en España) para un proyecto que se inspira en un jarrón de mi padre. Un vaso de vidrio para contener vidrios", revela sin querer mientras indica la maqueta con una inmensa torre arrugada transparente.
Un reto que cuesta unos 35 millones de euros y que formaría parte del eje de museos abiertos al arte contemporáneo que acaba de nacer en Venecia con la espectacular Punta de la Aduana del multimillonario francés Francois Pinault (costó 20 millones de euros) y la sugestiva Fundación Vedova de Renzo Piano.
"Pesa la herencia de una familia que trabaja el vidrio desde hace 750 años y sobre todo la de mi padre, Archimede, porque era uno de los grandes maestros del vidrio del siglo XX", confiesa Seguso, quien abandonó hace años las calderas y los hornos al contrario de su progenitor, que sopló vidrio hasta los 90 años cumplidos.
"Estaba influenciado por el mundo y creía que se podía servir el mundo entero con arte, elegancia e innovación", dice el hijo a propósito del padre, quien mantuvo una prolífica colaboración de 60 años con la prestigiosa casa estadounidense Tiffany's.