Entre el lecho y el pincel


• Las exposiciones ‘Imatges secretes’, en el Museu Picasso, y ‘Las lágrimas de Eros’, en el Thyssen, invitan a reflexionar sobre las diferencias del erotismo en Occidente y Japón. La exploración del deseo y ahondar en el misterio, en lo que intuimos oculto, forman parte del territorio brumoso que comparten arte y erotismo.



Entre el lecho y el pincel
Dos exposiciones coincidentes en Barcelona y Madrid –Imatges secretes. Picasso i l’estampa eròtica japonesa (Museu Picasso, hasta el 14 de febrero) y Las lágrimas de Eros (Museo Thyssen-Bornemisza, hasta el 31 de enero)– invitan a reflexionar sobre las semejanzas y diferencias del erotismo en Oriente y Occidente a través de un diálogo cruzado entre los curadores de ambas muestras.
El concepto de iro-gonomi (sensualidad), un atributo esencial en toda persona refinada, ha impregnado la historia cultural de Japón desde la antigüedad. Este precepto y la fascinación que suscitan algunos aspectos rituales de la cultura nipona –las geishas, la ceremonia del té– podrían llevarnos a concluir que el erotismo es el producto de una sociedad que ha alcanzado cierto refinamiento, como la japonesa, y que, en cambio, pornografía y obscenidad serían fruto de la avidez occidental. Nada más falso.
La geografía del porno
Ricard Bru, historiador del arte y comisario de la exposición en el Picasso junto con Malén Gual, subraya que en el Japón actual erotismo y pornografía conviven de la misma forma que lo hacen en Occidente. Como ejemplos, aduce la gran oferta de revistas y hentai manga (cómics de contenido sexual) y el enjo-kôsai, una práctica social según la cual hombres maduros pagan elevadas sumas por la simple compañía o los servicios sexuales de jovencitas.
La audacia de las estampas eróticas japonesas (shunga) que se exhiben en el Picasso también desarma toda idea preconcebida de sutileza. Los grabados de la época Edo (1603-1867) sorprenden por la crudeza con que muestran el coito y los genitales, exagerados y con sumo detalle. En cambio, el arte clásico occidental enmascara los órganos sexuales, señala Guillermo Solana, director artístico del Thyssen y comisario de Las lágrimas de Eros: «Frente a la explicitud de las imágenes japonesas, las Venus académicas del mismo periodo no tienen vello y su sexo está difuminado».
Los dos especialistas coinciden en que la religión ha desempeñado un papel fundamental en la forja de ambos cánones artísticos. La cultura judeo-cristiana ha modelado una sexualidad represiva muy distinta a la que se asocia a la antigua religión japonesa: «El sintoísmo –argumenta Bru– celebra la vida sexual como fuente de fertilidad, y las crónicas que explican el origen mitológico de Japón, como el Nihongi, aluden a la creación metafórica del archipiélago a partir de la dispersión del esperma de una de sus deidades».
En Occidente, señala Solana, es como si Eros se hubiera convertido «en la preocupación central de la tradición monoteísta judeo-cristina (y también del Islam), de forma que las más intensas expresiones de erotismo se han dado en el arte religioso». María Magdalena, San Sebastián, las tentaciones de San Antonio…
La leyenda de la buceadora
Llama la atención que en ambas culturas exista una íntima relación entre Eros y Thánatos, entre la pulsión sexual y el instinto de muerte, vinculación que Georges Bataille indagó en ensayos como El erotismo y Las lágrimas de Eros. «En Japón, esa dualidad ya aparece en la leyenda sagrada de Taishokan, donde la muerte de una buceadora acaba convirtiéndose en la apasionada relación erótica y sexual de esa mujer con un pulpo gigante», explica el comisario Bru (los pinceles de Katsushika Hokusai y Pablo Picasso revisitaron la leyenda en sendas obras que pueden verse en el museo de la calle Montcada).
Ninguno de los dos expertos considera que la emancipación sexual haya abaratado las expresiones artísticas del erotismo en nuestros días, como defendía el escritor Mario Vargas Llosa en un reciente artículo (La desaparición del erotismo, El País). «Es cierto que el sexo se banaliza cuando se le quitan misterios, pero el arte contemporáneo es tan diverso y variopinto que esa opinión me parece arriesgada y algo reduccionista», afirma Solana. Hoy en día pueden encontrarse manifestaciones artísticas del erotismo tan sutiles como el del siglo XVII: por ejemplo, las obras del videoartista Bill Viola que se exhiben en la muestra del Thyssen.
El erotismo no parece agonizar. Hiroomi y Mari Ito son una pareja de artistas japoneses afincados en Barcelona que exploran, cada uno a su manera, algunos matices del erotismo. Para Mari, el motor de su búsqueda artística es el origen del deseo; para Hiroomi, que trabaja sus lienzos como prepararía un caldo, es el sentido del gusto y la comida. Ambos exponen sus obras hasta el 14 de enero en el espacio Kannon Gyo (calle de Agullers, 17 y 18).
Viernes, 27 de Noviembre 2009
El Periódico de Catalunya, Barcelona, España
           


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