La Muntaner y el Maldà recuperan las dos versiones de ‘La música’, de Marguerite Duras


Una ciudad de provincias, Francia. Una pareja que acaba de firmar la sentencia de divorcio coincide en el vestíbulo de un hotel anodino. Al principio se sienten incómodos, como dos extraños que esperan el ascensor. Después, a medida que las horas cabalgan hacia la madrugada, afloran las palabras que no se dijeron a tiempo y una duda: por qué el amor se les estrelló contra el rompiente de la rutina.



Xavier Ripoll y Àurea Márquez, en el Círcol Maldà.
Xavier Ripoll y Àurea Márquez, en el Círcol Maldà.
OLGA Merino. - Esta es la situación dramática que plantea La música, una obra de Marguerite Duras (Saigón, 1914 – París, 1996) que dos teatros barceloneses coinciden en llevar a escena. Se trata casi de la misma obra, pero no del todo.
Lurdes Barba, directora del montaje en el Círcol Maldà (hasta el 4 de abril), comenta las diferencias durante un café. Duras escribió La música en 1965 para la BBC, la televisión pública británica, y 20 años más tarde recibió el encargo de estrenarla en un teatro parisino. La autora de El amante, Premio Goncourt 1984, «le fue dando vueltas y más vueltas, hizo algunas modificaciones y la rebautizó con el título de La música deuxième». Barba ha escogido esta segunda versión –le parece más dura, más despojada–, con los actores Xavier Ripoll, en el papel de Michel, y Àurea Márquez, como Anne-Marie. Nadie más: un hombre y una mujer frente a frente.
Sobrentendidos y sutilezas
El director Zep Santos se decantó por el texto original, algo más breve, que se representa en la Sala Muntaner (hasta el 25 de abril) de la mano de Maria Molins y Òscar Muñoz. A la hora de escenificarla, a Santos le maravillaron los sobrentendidos –la obra está plagada de sutilezas, de significados que no se explicitan– y la densidad de los silencios. Es cierto; los diálogos arrancan lentos, dubitativos, y una tensión contenida envenena el aire cada vez que los actores sellan los labios: para la Duras, decir lo imprescindible se vuelve excesivo. En la propuesta de la Muntaner, el violonchelo de Mariano Camarasa, acompaña a los actores y desgrana un aria del Rinaldo de Haendel.
La coincidencia en la cartelera ha sido pura casualidad. O puede que el espíritu atormentado de la escritora francesa nos esté sobrevolando: también se representa en Madrid, en el Teatro de la Abadía, El dolor, con dirección de Patrice Chéreau.
El dolor, la pasión, el deseo, la muerte... La Duras, sobre el filo de la navaja. Brillante y comprometida, amó y bebió hasta la autodestrucción, y licuó la dureza de sus experiencias en literatura. «Habla del amor con una profundidad que nunca resulta tópica –dice Barba– y obliga a sus personajes a subirse al trapecio de una emoción fortísima sin red de salvación». La intensidad dramática aumenta por el hecho de que los actores trabajan a un palmo del público –también en la Muntaner–, de suerte que al espectador le asalta una sensación de impudicia, «de estar ejerciendo de voyeur ante unos sentimientos a flor de piel».
El principio y el fin del amor se superponen en La música/ La música segona. Donde hubo fuego, aún queman los rescoldos. Así lo sienten los protagonistas en uno de los diálogos hacia el final de la obra:
ELLA: Hay una solución, no hacer nada... Nada. Inventar eso.
ÉL: En la sombra, en secreto, dejar que el amor crezca.
ELLA: Sí.
ÉL: Como esa gente separada por la fuerza de las cosas...
Sábado, 27 de Marzo 2010
El Periódico de Catalunya, Barcelona, España
           


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