Este país, que está dividido en el plano etnolingüístico, ha vuelto a sumergirse en una nueva crisis política, quedándose sin gobierno después de que el Rey aceptara la dimisión del primer ministro, el democristiano, Ives Leterme, presentada el pasado 22 de abril.
Se podrían pasar por alto todos esos acontecimientos, si Bélgica no tuviera que asumir la presidencia de turno de la Unión Europea el próximo 1 de julio; si su ex primer ministro, el señor Herman Van Rompuy, no hubiera pasado a ocupar el cargo de presidente de turno de la UE y si el conflicto nacionalista tuviera algún viso de resolución.
Sin embargo, eso no es así. Hoy por hoy, los medios de comunicación no hacen más que especular sobre la posible división del país en dos naciones: Flandes, de idioma flamenco (lengua cercana al holandés) y Valonia, de lengua francesa. Lo cierto es que no se puede hablar de una armonía europea cuando su propia capital, Bruselas, donde se encuentran las sedes de la UE, de la OTAN y de varias decenas más de organizaciones e instituciones comunitarias, se encuentra ante tal cisma.
El nuevo líder de la UE, en principio, no encaja de ninguna manera en el modelo ideal de la integración europea, pero puede que después se revele como un maestro en hallar fórmulas de compromiso, quizás por eso fue elegido para la presidencia.
Los funcionarios suelen bromear en los pasillos de organizaciones europeas en Bruselas con este chiste: "¿por qué los líderes europeos no hacen mucho caso a los primeros ministros de Bélgica durante las cumbres de la UE? porque están seguros de que ya habrán sido sustituidos en su cargo para la próxima cumbre". Tienen razón. Tan sólo el último primer ministro, Ives Leterme, ha presentado la dimisión tres veces desde 2008.
Durante la actual crisis, el partido flamenco liberal, OpenVLD, se retiró de la coalición gubernamental formada por cinco partidos, por la incapacidad de alcanzar un acuerdo sobre el futuro del distrito electoral y judicial Bruselas-Halle-Vilvoorde (BHV), un tema sensible y polémico sobre el que flamencos y valones llevan discutiendo décadas.
Este distrito es la mayor circunscripción electoral del país y está formado por Bruselas y unos 20 municipios situados a su alrededor. Los flamencos quieren dividirlo, dejando los municipios bilingües de la región Bruselas-Capital en este distrito y separar las poblaciones de Halle y Vilvoorde de mayoría flamenca.
En este caso, la comunidad flamenca obtendría más ventajas electorales. Pero los valones, lógicamente, están haciendo todo lo posible para impedirlo, pidiendo la continuación de las negociaciones y reclamando que los habitantes de lengua francesa de los distritos flamencos tengan un derecho especial para presentar a sus candidatos y para votar por ellos.
En esencia, este conflicto étnico y lingüístico en Bélgica obedece a unas profundas contradicciones nacionalistas que ni los propios belgas intentan ignorar.
Bélgica como nación unida no existe ni ha existido nunca y no parece que fuera oportuno elegir Bruselas como la capital de la UE porque, además, ni siquiera la ciudad es grande ni cosmopolita.
El origen de este conflicto está en el pasado remoto del Koninkrijk Belge (en flamenco) o del Royaume Belgique (en francés). El territorio en el que se ubica Bélgica hoy en día fue conquistado, dividido y separado por sus vecinos europeos en reiteradas ocasiones. Como consecuencia, la historia de Bélgica ha estado dominada cada vez más por la autonomía de sus dos comunidades principales, la mayoría flamenca de las provincias del norte (flamencos que alcanzan unos 6 millones de habitantes, un 60% de la población) y la minoría francófona de las regiones del sur (los valones, unos 4 millones de habitantes o un 40% de la población).
El separatismo belga ha sido creado por los políticos que siempre han dado preferencia a los intereses regionales sobre los nacionales. Los problemas del sur francófono vienen de hace mucho tiempo, cuando la industria siderúrgica y la extracción de carbón, que eran muy importantes allí, sufrieron un grave retroceso en Europa. Por otro lado, el norte flamenco experimentó una rápida expansión del sector químico y petrolífero. Además, en el territorio de Flandes se ubica el puerto de Amberes que ocupa el tercer puesto del mundo por el volumen de tráfico.
En ese momento se hizo necesaria una reforma de la estructura económica de Bélgica, pero no llegó a ser realidad. Como consecuencia, se produjo un desequilibrio que, en esencia, es el origen de la envidia y la discordia nacionales.
Los francófonos están seguros de que los flamencos buscan dividir el país, insistiendo en que el gobierno federal reduzca los subsidios destinados a las provincias y en que las autoridades provinciales sean las encargadas de legislar sobre el empleo. También exigen la introducción de impuestos corporativos y una amplia autonomía en la distribución de la ayuda social, de los recursos destinados para la enseñanza y la medicina, etc. Según los valones, en caso de conseguir todo eso, Flandes obtendría el estatus de Estado independiente dentro del territorio de Bélgica, lo que llevaría al colapso de facto de la nación.
Los flamencos afirman que quieren poner fin a la financiación de un sur perezoso. A diferencia de la próspera región flamenca, Valonia recibe anualmente unos 10.000 millones de euros de los subsidios gubernamentales.
El Rey, Alberto II, ha encargado al ministro de Finanzas, Didier Reynders (francófono liberal), que negocie con los líderes de todos los partidos las posibilidades de salida de la crisis antes del 29 de abril.
Nadie se atreve siquiera a pensar que Bélgica pueda verse obligada a convocar unas elecciones anticipadas dos meses antes de asumir la presidencia de turno de la UE.
Según analistas internacionales, el antagonismo entre los valones y los flamencos ya es tan profundo que se ha hecho necesario recurrir a la ayuda de toda la UE y de los tribunales internacionales para evitar la disolución del país.
"Una nación sana no presta atención a su nacionalidad, como una persona sana no se fija en su columna vertebral", dijo el célebre escritor y filósofo, Bernard Shaw. No se refería a Bélgica, pero este aforismo es muy oportuno respecto a este país que tiene muchos males que curar.