El presidente de Ucrania, Víctor Yúschenko, también recibió la invitación a participar en la reunión, pero no acudió y no dió explicación alguna, según el secretario general del PPE, Antonio López-Istúriz.
Es fácil de entender. Timoshenko y Yúschenko desde hace mucho no aparecen juntos en público. Es mejor no hacerlo, sobre todo durante la campaña electoral en Ucrania. No vaya a ser que el bando opuesto lo aproveche para denigrar a los adversarios políticos.
Además, Yúschenko se siente ofendido por la Unión Europea. Todas sus esperanzas, tal vez ilusorias, de que Ucrania podría ingresar, siquiera como miembro asociado, a la UE, se desvanecieron.
Altos cargos europeos ni siquiera discutieron la condición de miembro asociado durante la última cumbre UE-Ucrania, celebrada en Kiev a principios de este mes de diciembre. Según Yúschenko, la renuncia de Europa a otorgar la "tarjeta verde" a Ucrania es una traición.
Para colmo, la UE envió delegados de "bajo nivel" a la cumbre. Según fuentes diplomáticas europeas, Kiev invitó a la nueva Alta Representante para Política Exterior y Seguridad Común de la UE, Catherine Ashton, que asumió este puesto el pasado 1 de diciembre. Pero en vez de ella, llegó Benita Ferrero-Waldner, Comisaria europea encargada de relaciones exteriores y política de vecindad, que pasará a ocupar el cargo el próximo 1º de enero.
Todo viene a indicar que la UE lisa y llanamente ha aplazado el ingreso de Ucrania. Para ser más precisos, de Ucrania encabezada por Yúschenko. Según fuentes diplomáticas en Bruselas y otras capitales europeas, el Viejo Mundo niega apoyo a todas las candidaturas en las elecciones presidenciales ucranianas del próximo 17 de enero.
Para Bruselas, la situación en Ucrania parece extraña y alarmante. Jose Manuel Pinto Teixeira, jefe de la delegación de la Comisión Europea en Ucrania, dijo hace días a periodistas: "En Ucrania se operaron pocos cambios en los últimos 20 años". Esta evaluación poco halagüeña quiere decir que Bruselas mira con escepticismo al estado de cosas en este país.
El Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, declaró que Bruselas apoyaría a Ucrania, pero no quiere suplantar al Gobierno ucraniano "largo de palabras y corto de hechos". Fredrik Reinfeldt, primer ministro de Suecia, que actualmente ejerce la presidencia rotativa en la Unión Europea, añadió que la UE había perdido paciencia respecto a Ucrania, sobre todo tras el conficto de gas del año pasado.
Yúschenko pasó a ser un factor irritante y fastidioso para Europa. El secretario de Estado francés para Asuntos Europeos, Pierre Lellouche, manifestó hace poco que "Europa exige establecer los principios de legalidad y frenar la corrupción en Ucrania. Las promesas electorales no tienen que financiarse por la comunidad internacional, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los contribuyentes europeos". El FMI asignó un total de US$16.400 millones a Ucrania, pero bloqueó este préstamo una vez aprobado el aumento del gasto social por el Parlamento ucraniano.
El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD) negó transferir US$300.000 millones a Kiev, atribuyéndolo a la falta de reformas económicas en el país. Días antes de la cumbre de Kiev, Bruselas decidió aplazar la transferencia de 500.000 millones de euros asignados para implementar reformas en Ucrania.
En general, el FMI, el BERD y la UE descartaron financiar la campaña electoral de Yúschenko.
El comportamiento de las autoridades ucranianas parece muy extraño a la UE. Según las normas del Viejo Mundo, un antagonismo entre un Jefe de Estado y un primer ministro no tiene que hacerse público.
La Ucrania de hoy más bien hace recordar unos países africanos o latinoamericanos de los años 60 ó 70, con sus dictaduras militares y toda una cadena de golpes de Estado.
La Revolución Naranja acarreó consecuencias tan oprobiosas en Ucrania que Bruselas ni siquiera baraja la posibilidad de apoyar a un candidato a la presidencia.
Corren rumores de que Rusia vería aumentar su influencia en Ucrania si Yanukóvich es elegido presidente. Pero esto no le preocupa mucho a la UE. Los europeos se dan cuenta de que Ucrania, por su ubicación geopolítica, siempre estará entre Rusia y la UE. Todos lo entienden, salvo Yúschenko.
El mercado ruso seguirá siendo sumamente atractivo para Ucrania. La producción industrial y agropecuaria ucraniana no responde a las normas de calidad de la UE o simplemente no tiene demanda en el Viejo Mundo, pero se vende bien en Rusia. Al romper sus relaciones con Rusia, Ucrania simplemente se quedará sin fuente de ingresos. Europa en modo alguno necesita a un país pobre con una población de 40 millones.
Yúschenko puso a Bruselas en una situación bastante delicada. Desde 2004 este mandatario anuncia a cuatro vientos que Ucrania tiene garantizado su ingreso en la OTAN y en breve se integrará en la Unión Europea. Pero de momento tales planteamientos están fuera de lugar. Ucrania tendrá que esperar como mínimo a que Yúschenko abandone el sillón presidencial.
Es fácil de entender. Timoshenko y Yúschenko desde hace mucho no aparecen juntos en público. Es mejor no hacerlo, sobre todo durante la campaña electoral en Ucrania. No vaya a ser que el bando opuesto lo aproveche para denigrar a los adversarios políticos.
Además, Yúschenko se siente ofendido por la Unión Europea. Todas sus esperanzas, tal vez ilusorias, de que Ucrania podría ingresar, siquiera como miembro asociado, a la UE, se desvanecieron.
Altos cargos europeos ni siquiera discutieron la condición de miembro asociado durante la última cumbre UE-Ucrania, celebrada en Kiev a principios de este mes de diciembre. Según Yúschenko, la renuncia de Europa a otorgar la "tarjeta verde" a Ucrania es una traición.
Para colmo, la UE envió delegados de "bajo nivel" a la cumbre. Según fuentes diplomáticas europeas, Kiev invitó a la nueva Alta Representante para Política Exterior y Seguridad Común de la UE, Catherine Ashton, que asumió este puesto el pasado 1 de diciembre. Pero en vez de ella, llegó Benita Ferrero-Waldner, Comisaria europea encargada de relaciones exteriores y política de vecindad, que pasará a ocupar el cargo el próximo 1º de enero.
Todo viene a indicar que la UE lisa y llanamente ha aplazado el ingreso de Ucrania. Para ser más precisos, de Ucrania encabezada por Yúschenko. Según fuentes diplomáticas en Bruselas y otras capitales europeas, el Viejo Mundo niega apoyo a todas las candidaturas en las elecciones presidenciales ucranianas del próximo 17 de enero.
Para Bruselas, la situación en Ucrania parece extraña y alarmante. Jose Manuel Pinto Teixeira, jefe de la delegación de la Comisión Europea en Ucrania, dijo hace días a periodistas: "En Ucrania se operaron pocos cambios en los últimos 20 años". Esta evaluación poco halagüeña quiere decir que Bruselas mira con escepticismo al estado de cosas en este país.
El Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, declaró que Bruselas apoyaría a Ucrania, pero no quiere suplantar al Gobierno ucraniano "largo de palabras y corto de hechos". Fredrik Reinfeldt, primer ministro de Suecia, que actualmente ejerce la presidencia rotativa en la Unión Europea, añadió que la UE había perdido paciencia respecto a Ucrania, sobre todo tras el conficto de gas del año pasado.
Yúschenko pasó a ser un factor irritante y fastidioso para Europa. El secretario de Estado francés para Asuntos Europeos, Pierre Lellouche, manifestó hace poco que "Europa exige establecer los principios de legalidad y frenar la corrupción en Ucrania. Las promesas electorales no tienen que financiarse por la comunidad internacional, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los contribuyentes europeos". El FMI asignó un total de US$16.400 millones a Ucrania, pero bloqueó este préstamo una vez aprobado el aumento del gasto social por el Parlamento ucraniano.
El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD) negó transferir US$300.000 millones a Kiev, atribuyéndolo a la falta de reformas económicas en el país. Días antes de la cumbre de Kiev, Bruselas decidió aplazar la transferencia de 500.000 millones de euros asignados para implementar reformas en Ucrania.
En general, el FMI, el BERD y la UE descartaron financiar la campaña electoral de Yúschenko.
El comportamiento de las autoridades ucranianas parece muy extraño a la UE. Según las normas del Viejo Mundo, un antagonismo entre un Jefe de Estado y un primer ministro no tiene que hacerse público.
La Ucrania de hoy más bien hace recordar unos países africanos o latinoamericanos de los años 60 ó 70, con sus dictaduras militares y toda una cadena de golpes de Estado.
La Revolución Naranja acarreó consecuencias tan oprobiosas en Ucrania que Bruselas ni siquiera baraja la posibilidad de apoyar a un candidato a la presidencia.
Corren rumores de que Rusia vería aumentar su influencia en Ucrania si Yanukóvich es elegido presidente. Pero esto no le preocupa mucho a la UE. Los europeos se dan cuenta de que Ucrania, por su ubicación geopolítica, siempre estará entre Rusia y la UE. Todos lo entienden, salvo Yúschenko.
El mercado ruso seguirá siendo sumamente atractivo para Ucrania. La producción industrial y agropecuaria ucraniana no responde a las normas de calidad de la UE o simplemente no tiene demanda en el Viejo Mundo, pero se vende bien en Rusia. Al romper sus relaciones con Rusia, Ucrania simplemente se quedará sin fuente de ingresos. Europa en modo alguno necesita a un país pobre con una población de 40 millones.
Yúschenko puso a Bruselas en una situación bastante delicada. Desde 2004 este mandatario anuncia a cuatro vientos que Ucrania tiene garantizado su ingreso en la OTAN y en breve se integrará en la Unión Europea. Pero de momento tales planteamientos están fuera de lugar. Ucrania tendrá que esperar como mínimo a que Yúschenko abandone el sillón presidencial.