El público, mayoritariamente joven, no llenó más de la mitad del patio de butacas, pero estaba ansioso por ver a este cantaor jerezano. Desde que salió a escena, Capullo fue ovacionado sin tener que abrir la boca. Empezó por una soleá en la que le costó entrar, concentrarse, seguramente emocionado por el recibimiento. La ejecutó a la perfección, directa, sin rodeos, acompañado por una guitarra que estuvo en todo momento en su sitio, acompañando, al toque del estilo de Jerez, sin necesidad de grandes alardes de técnica y sin embargo tan perfecta.
Siguió el jerezano con “unos fandangos a mi aire”, diciendo letras simpáticas, del gusto de los asistentes, pero sin olvidarse de cantarlos como merece. Capullo es un cantaor auténtico, tiene buenas y malas noches pero todo lo que hace es verdad. Y anoche además tuvo la noche buena. Empezó la fiesta temprano, con unos tangos rítmicos, canasteros, sentidos y disfrutados, que derivaron en La culpa, unos tangos que grabó en 2007 en su disco Flor y canela que provocaron el delirio de los asistentes. La mitad del público en pie, cantando el estribillo de los tangos, dando palmas…
Capullo no quiso que la cosa se le fuera de las manos y cortó por lo seco. Se arrancó por martinetes y se hizo el silencio más absoluto. No es un cantaor solamente festero. Con el conocimiento que da criarse entre Santiago y La Asunción, el Capullo domina todos los palos. Y los hace con rigor, pero sobre todo con sentimiento y con un eco antiguo y poderoso. Recondujo la cosa, pero fue sólo un momento. Tras los martinentes llegaron las bulerías, auténtica fiesta jerezana, que remató de pie y con una pataíta llena de compás. Y para el fin de fiesta, La vida es una rutina, otros tangos de mucho éxito popular. El público, en pie, acercándose al escenario, tenía ganas de más. Y lo pidió. Y el cantaor volvió, hasta dos veces, con bulerías y más jaleos.
La primera mitad del recital fue también una demostración de buen cante. Estuvo a cargo de Julián Estrada , un cantaor de Puente Genil, Córdoba, curtido en festivales y concursos. Acompañado por la guitarra de Manuel Silverio, que hizo un acompañamiento clásico y sentido (y reconocido por una admiradora enfebrecida en el público que no paró de jalearle durante el recital), Estrada comenzó con unas malagueñas que derivaron en abandolaos que hizo con voz sentida, limpia, afinada, impecable, moviéndose con soltura por un amplio arco melódico.
Estrada hace los cantes un tanto ralentizados, como mecidos, disfrutando las posibilidades que le da su voz. Así hizo también las alegrías y los fandangos al estilo de Paco Toronjo y la zambra Carcelero, carcelero que popularizó Manolo Caracol, en lo que pudo ser su personal homenaje, sentido y sin explicaciones, por el centenario del nacimiento del cantaor sevillano. Los tangos, después, mucho más rítmicos, casi como anunciado fin de fiesta, que tuvieron como remate una copla dedicada a Andalucía que levantó al público de sus asientos.
Siguió el jerezano con “unos fandangos a mi aire”, diciendo letras simpáticas, del gusto de los asistentes, pero sin olvidarse de cantarlos como merece. Capullo es un cantaor auténtico, tiene buenas y malas noches pero todo lo que hace es verdad. Y anoche además tuvo la noche buena. Empezó la fiesta temprano, con unos tangos rítmicos, canasteros, sentidos y disfrutados, que derivaron en La culpa, unos tangos que grabó en 2007 en su disco Flor y canela que provocaron el delirio de los asistentes. La mitad del público en pie, cantando el estribillo de los tangos, dando palmas…
Capullo no quiso que la cosa se le fuera de las manos y cortó por lo seco. Se arrancó por martinetes y se hizo el silencio más absoluto. No es un cantaor solamente festero. Con el conocimiento que da criarse entre Santiago y La Asunción, el Capullo domina todos los palos. Y los hace con rigor, pero sobre todo con sentimiento y con un eco antiguo y poderoso. Recondujo la cosa, pero fue sólo un momento. Tras los martinentes llegaron las bulerías, auténtica fiesta jerezana, que remató de pie y con una pataíta llena de compás. Y para el fin de fiesta, La vida es una rutina, otros tangos de mucho éxito popular. El público, en pie, acercándose al escenario, tenía ganas de más. Y lo pidió. Y el cantaor volvió, hasta dos veces, con bulerías y más jaleos.
La primera mitad del recital fue también una demostración de buen cante. Estuvo a cargo de Julián Estrada , un cantaor de Puente Genil, Córdoba, curtido en festivales y concursos. Acompañado por la guitarra de Manuel Silverio, que hizo un acompañamiento clásico y sentido (y reconocido por una admiradora enfebrecida en el público que no paró de jalearle durante el recital), Estrada comenzó con unas malagueñas que derivaron en abandolaos que hizo con voz sentida, limpia, afinada, impecable, moviéndose con soltura por un amplio arco melódico.
Estrada hace los cantes un tanto ralentizados, como mecidos, disfrutando las posibilidades que le da su voz. Así hizo también las alegrías y los fandangos al estilo de Paco Toronjo y la zambra Carcelero, carcelero que popularizó Manolo Caracol, en lo que pudo ser su personal homenaje, sentido y sin explicaciones, por el centenario del nacimiento del cantaor sevillano. Los tangos, después, mucho más rítmicos, casi como anunciado fin de fiesta, que tuvieron como remate una copla dedicada a Andalucía que levantó al público de sus asientos.