"Estoy aquí desde el comienzo, desde 2014", afirma este combatiente separatista de 32 años. "No hay acuerdos de paz. Los ucranianos no los respetan y todo el mundo lo sabe", afirma.
Antes de la guerra Roman trabajaba como mecánico en una de las muchas minas de carbón de la región, pero cambió las herramientas por una Kalashnikov en los primeros meses del conflicto contra las fuerzas de Kiev.
La guerra comenzó en abril de 2014 y ya se ha saldado con casi 10.000 muertos.
En febrero de 2015 se firmaron los acuerdos de paz en Minsk que redujeron la intensidad de los combates gracias a la instauración de varios altos el fuego, pero con frecuencia sigue habiendo escaramuzas en varias zonas de la línea del frente.
Roman reconoce que está cansado del ruido constante de los bombardeos, pero también de la guerra de posiciones en la que se ha transformado la contienda bélica desde hace dos años.
Aún así dice que no volverá a casa hasta que se garantice la existencia de las dos "repúblicas" autoproclamadas de Donetsk y Lugansk. "Dejaremos de luchar cuando los ucranianos se hayan ido de nuestras tierras. Queremos que se vayan".
El último episodio de violencia en Avdiivka, una ciudad industrial situada a una decena de kilómetros de Donetsk, provocó al comienzo de febrero decenas de muertos, entre civiles y militares.
Los dos bandos se culpan el uno al otro de los enfrentamientos, que no suelen desembocar en un progreso territorial sustancial.
Para Roman, el diálogo entre Kiev y los rebeldes no puede reanudarse hasta que las autoridades prooccidentales se vayan y el país pase de nuevo bajo la órbita rusa. Pero sin una anexión, matiza. Otros compañeros de armas discrepan; a ellos les gustaría formar parte de Rusia.
"¿Por qué habríamos de convertirnos en parte de Rusia? Tenemos nuestras propias industrias mineras y acerías. Tenemos nuestro Estado", recalca él, impaciente por seguir combatiendo.
"Vine a combatir por un mundo ruso. Y si no sintiera el apoyo de Rusia, no estaría aquí", explica un oficial que cruzó la frontera para unirse a los rebeldes. Sólo da su nombre de guerra: "Abkhaz".
Este oficial reconoce, no obstante, que no se hace ilusiones sobre una eventual anexión de las regiones separatistas a Rusia.
"Nos encontramos actualmente en un conflicto congelado. Y los conflictos congelados nunca llevan a ninguna parte", lamenta. "Estamos dispuestos a no ser reconocidos, lo más importante es nuestra independencia".
Del otro lado del frente, los soldados ucranianos confiesan estar agotados pero listos a combatir cuando sea necesario.
"Sí, muchos no están satisfechos con las acciones de nuestro presidente y de nuestro gobierno. Pero no estamos dispuestos a abandonar nuestra tierra", resume un soldado de 40 años que se hace llamar "Fartovii".
Según él las regiones separatistas no subsistirían por sí solas. "La gente de aquí no podría vivir sin nuestra ayuda. No queda nada: ni fábricas, ni trabajo. Y Rusia sólo les proporciona armas", declara.
Dos años después de los acuerdos de paz de Minsk, la posición de los dos bandos parece tan irreconciliable como al comienzo de la guerra, en abril de 2014. "Por cansados que estemos -asegura Fartovii- ningún compañero de armas ha tirado la toalla ni abandonado el combate".
Antes de la guerra Roman trabajaba como mecánico en una de las muchas minas de carbón de la región, pero cambió las herramientas por una Kalashnikov en los primeros meses del conflicto contra las fuerzas de Kiev.
La guerra comenzó en abril de 2014 y ya se ha saldado con casi 10.000 muertos.
En febrero de 2015 se firmaron los acuerdos de paz en Minsk que redujeron la intensidad de los combates gracias a la instauración de varios altos el fuego, pero con frecuencia sigue habiendo escaramuzas en varias zonas de la línea del frente.
Roman reconoce que está cansado del ruido constante de los bombardeos, pero también de la guerra de posiciones en la que se ha transformado la contienda bélica desde hace dos años.
Aún así dice que no volverá a casa hasta que se garantice la existencia de las dos "repúblicas" autoproclamadas de Donetsk y Lugansk. "Dejaremos de luchar cuando los ucranianos se hayan ido de nuestras tierras. Queremos que se vayan".
- 'Tenemos nuestro Estado' -
El último episodio de violencia en Avdiivka, una ciudad industrial situada a una decena de kilómetros de Donetsk, provocó al comienzo de febrero decenas de muertos, entre civiles y militares.
Los dos bandos se culpan el uno al otro de los enfrentamientos, que no suelen desembocar en un progreso territorial sustancial.
Para Roman, el diálogo entre Kiev y los rebeldes no puede reanudarse hasta que las autoridades prooccidentales se vayan y el país pase de nuevo bajo la órbita rusa. Pero sin una anexión, matiza. Otros compañeros de armas discrepan; a ellos les gustaría formar parte de Rusia.
"¿Por qué habríamos de convertirnos en parte de Rusia? Tenemos nuestras propias industrias mineras y acerías. Tenemos nuestro Estado", recalca él, impaciente por seguir combatiendo.
- 'Un mundo ruso' -
"Vine a combatir por un mundo ruso. Y si no sintiera el apoyo de Rusia, no estaría aquí", explica un oficial que cruzó la frontera para unirse a los rebeldes. Sólo da su nombre de guerra: "Abkhaz".
Este oficial reconoce, no obstante, que no se hace ilusiones sobre una eventual anexión de las regiones separatistas a Rusia.
"Nos encontramos actualmente en un conflicto congelado. Y los conflictos congelados nunca llevan a ninguna parte", lamenta. "Estamos dispuestos a no ser reconocidos, lo más importante es nuestra independencia".
Del otro lado del frente, los soldados ucranianos confiesan estar agotados pero listos a combatir cuando sea necesario.
"Sí, muchos no están satisfechos con las acciones de nuestro presidente y de nuestro gobierno. Pero no estamos dispuestos a abandonar nuestra tierra", resume un soldado de 40 años que se hace llamar "Fartovii".
Según él las regiones separatistas no subsistirían por sí solas. "La gente de aquí no podría vivir sin nuestra ayuda. No queda nada: ni fábricas, ni trabajo. Y Rusia sólo les proporciona armas", declara.
Dos años después de los acuerdos de paz de Minsk, la posición de los dos bandos parece tan irreconciliable como al comienzo de la guerra, en abril de 2014. "Por cansados que estemos -asegura Fartovii- ningún compañero de armas ha tirado la toalla ni abandonado el combate".