Es una obra muy útil en estos tiempos inéditos, cuando en menos de un mes -abril, para colmo de propaganda- nos habrán visitado mandatarios de dos de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, el club de dueños de la ONU y, por consiguiente, no es buen momento para repetir la conseja de que "Venezuela está aislada del concierto internacional".
Sólo forajidos, terroristas y carniceros. El recetario recomienda aplicar estas etiquetas a los jefes de Estado de cualquier país que pertenezca a eso que una vez el intelectual George W. Bush llamó "algún oscuro lugar del mundo". Entran casi todos los del Oriente Medio, con excepción -faltaría más- de Israel. También los árabes, salvo Dubai porque allá construyen islas y hoteles de lujo, o sea, que son un emirato moderno. La mancha corre hacia los estados ex soviéticos, dirigidos por antipáticos sujetos contra quienes ya ni siquiera resultan las revoluciones coloridas, que son tan nice. ¿Una consigna útil?: ¡Fuera de Venezuela el carnicero Lukachenko!"
Indios, negros, pedigüeños y recogelatas. El instructivo da recomendaciones para despotricar de los esfuerzos del rrrégimen por establecer lazos con África, proporcionarle ayuda a Haití y apuntalar el Gobierno de Evo Morales. La idea-fuerza para escribir artículos al respecto es "¿qué te puede dar un indio -o un negro- por mucho que tú lo quieras?". No exagero: en estas mismas páginas un aristocrático opinador escribió que los indígenas son curiosidades antropológicas. Y un político sobreviviente de varios tsunamis afirmó, en rueda de prensa con aplausos incorporados, que del Caribe sólo venían presidentes pedigüeños y recogelatas.
Chulos y belicistas. Colocados ante la realidad de que Vladimir Putin y Hu Jintao -que no son conchas de ajo- han aceptado venir a la calimosa Caracas, los tripleases recurren a otra estrategia de manual. Desestimando los significados políticos de la doble visita, dicen que son un par de chulos vendedores de armas. Y pasan a otro tema.
Pa'l autobús. Si usted quiere rematar bien su artículo, análisis o disertación, el manual aconseja recordar que quien maneja la cancillería es -¡oh, qué pena!- un chofer de autobús. Claro, hay que hacerlo con un toque de humor de salón, en tono muy diplomático, como si estuviéramos en nuestros buenos tiempos, en pleno banquete-furshet en la Casa Amarilla.
Sólo forajidos, terroristas y carniceros. El recetario recomienda aplicar estas etiquetas a los jefes de Estado de cualquier país que pertenezca a eso que una vez el intelectual George W. Bush llamó "algún oscuro lugar del mundo". Entran casi todos los del Oriente Medio, con excepción -faltaría más- de Israel. También los árabes, salvo Dubai porque allá construyen islas y hoteles de lujo, o sea, que son un emirato moderno. La mancha corre hacia los estados ex soviéticos, dirigidos por antipáticos sujetos contra quienes ya ni siquiera resultan las revoluciones coloridas, que son tan nice. ¿Una consigna útil?: ¡Fuera de Venezuela el carnicero Lukachenko!"
Indios, negros, pedigüeños y recogelatas. El instructivo da recomendaciones para despotricar de los esfuerzos del rrrégimen por establecer lazos con África, proporcionarle ayuda a Haití y apuntalar el Gobierno de Evo Morales. La idea-fuerza para escribir artículos al respecto es "¿qué te puede dar un indio -o un negro- por mucho que tú lo quieras?". No exagero: en estas mismas páginas un aristocrático opinador escribió que los indígenas son curiosidades antropológicas. Y un político sobreviviente de varios tsunamis afirmó, en rueda de prensa con aplausos incorporados, que del Caribe sólo venían presidentes pedigüeños y recogelatas.
Chulos y belicistas. Colocados ante la realidad de que Vladimir Putin y Hu Jintao -que no son conchas de ajo- han aceptado venir a la calimosa Caracas, los tripleases recurren a otra estrategia de manual. Desestimando los significados políticos de la doble visita, dicen que son un par de chulos vendedores de armas. Y pasan a otro tema.
Pa'l autobús. Si usted quiere rematar bien su artículo, análisis o disertación, el manual aconseja recordar que quien maneja la cancillería es -¡oh, qué pena!- un chofer de autobús. Claro, hay que hacerlo con un toque de humor de salón, en tono muy diplomático, como si estuviéramos en nuestros buenos tiempos, en pleno banquete-furshet en la Casa Amarilla.