El domingo, las fuerzas iraquíes recuperaron el control de esta ciudad iraquí situada a unos 50 km de Bagdad, expulsando a los últimos yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) después de más de un mes de combates.
Las autoridades iraquíes aseguran que la ciudad ha sufrido pocos destrozos y fomentan el regreso de los miles de civiles desplazados, como Um Isam y su familia.
Pero la liberación de Faluya no podrá cicatrizar las profundas heridas de sus habitantes, sometidos durante más de dos años a la tiranía del EI y asediados por las fuerzas gubernamentales durante la batalla por la reconquista.
Después de tanto sufrimiento, Um Isam, de 42 años, estima que ya nunca podrá ser feliz en Faluya.
"Mi hijo me pidió que lo matara porque no aguantaba el hambre (...) ¡Dios mío, se da cuenta, es lo que me dijo con cinco años!", cuenta meneando la cabeza, como para espantar el recuerdo.
Hace unos meses, Um Isam sufrió un aborto, por la conmoción que le produjo un bombardeo sobre un edificio aledaño al hospital en el que estaba ingresada.
"Perdí a mis gemelos (...) Fui al hospital porque no me quedaba comida para mis niños", recuerda, llevando de la mano a uno de sus nueve hijos.
Detrás de ella, en el campo de Amriyat al Faluya, el consejo europeo para los refugiados distribuye kits con productos de primera necesidad para los recién llegados.
Cada familia se aloja en una tienda de campaña y recibe seis colchones, lo indispensable para cocinar, una lámpara de camping, una lona y un bidón para el agua.
"Aquí hace mucho calor, hay polvo y no hay suficiente comida ni agua para que podamos sobrevivir", afirma Um Isa.
"No quiero volver a Faluya. Hemos sufrido allí demasiado: los estadounidenses, Al Qaida, Dáesh (acrónimo árabe del EI), la hambruna", dijo, refiriéndose a los combates de 2004 en Faluya entre Al Qaida y el ejército de Estados Unidos.
"No sé qué va a pasar ahora -dice- pero esta ciudad está maldita y no quiero volver a ella".
Desde que el 16 de junio huyó de Faluya, esta mujer sigue esperando a su marido, retenido como otros miles de hombres por las fuerzas iraquíes, que los interroga en busca de eventuales yihadistas.
En los alrededores de Faluya las operaciones militares continúan y el número de desplazados va en aumento.
Las organizaciones humanitarias temen un desastre, sobre todo con temperaturas por encima de los 45 grados y escasez de carpas.
La familia de Kefieh Saleh llegó hace diez días pero sigue sin una tienda de campaña para dormir. "Mi marido ayuda a la gente del campamento a montarlas, pero nosotros ni siquiera tenemos una", afirma.
Ella y sus hijos duermen fuera de una mezquita prefabricada. Pese a la huida de los yihadistas, tienen miedo de regresar a su casa, situada en la zona de Saqlawiya, al noroeste de Faluya. "No es segura y no creo que vaya a mejorar", afirma Kefieh.
El primer ministro iraquí, Haider al Abadi, reconoce la necesidad de desminar la zona para que los civiles puedan volver.
"No sé cómo estará nuestra casa, pero si volvemos viviremos como en una zona militar y me da miedo lo que pudiera pasar", declara Kefieh. "Pongo a Dios por testigo, no volveré. Encontraré otro lugar donde estemos seguros, quizá Erbil o Suleimaniya, en el Kurdistán".
Las autoridades iraquíes aseguran que la ciudad ha sufrido pocos destrozos y fomentan el regreso de los miles de civiles desplazados, como Um Isam y su familia.
Pero la liberación de Faluya no podrá cicatrizar las profundas heridas de sus habitantes, sometidos durante más de dos años a la tiranía del EI y asediados por las fuerzas gubernamentales durante la batalla por la reconquista.
Después de tanto sufrimiento, Um Isam, de 42 años, estima que ya nunca podrá ser feliz en Faluya.
"Mi hijo me pidió que lo matara porque no aguantaba el hambre (...) ¡Dios mío, se da cuenta, es lo que me dijo con cinco años!", cuenta meneando la cabeza, como para espantar el recuerdo.
Hace unos meses, Um Isam sufrió un aborto, por la conmoción que le produjo un bombardeo sobre un edificio aledaño al hospital en el que estaba ingresada.
"Perdí a mis gemelos (...) Fui al hospital porque no me quedaba comida para mis niños", recuerda, llevando de la mano a uno de sus nueve hijos.
- Malos recuerdos -
Detrás de ella, en el campo de Amriyat al Faluya, el consejo europeo para los refugiados distribuye kits con productos de primera necesidad para los recién llegados.
Cada familia se aloja en una tienda de campaña y recibe seis colchones, lo indispensable para cocinar, una lámpara de camping, una lona y un bidón para el agua.
"Aquí hace mucho calor, hay polvo y no hay suficiente comida ni agua para que podamos sobrevivir", afirma Um Isa.
"No quiero volver a Faluya. Hemos sufrido allí demasiado: los estadounidenses, Al Qaida, Dáesh (acrónimo árabe del EI), la hambruna", dijo, refiriéndose a los combates de 2004 en Faluya entre Al Qaida y el ejército de Estados Unidos.
"No sé qué va a pasar ahora -dice- pero esta ciudad está maldita y no quiero volver a ella".
Desde que el 16 de junio huyó de Faluya, esta mujer sigue esperando a su marido, retenido como otros miles de hombres por las fuerzas iraquíes, que los interroga en busca de eventuales yihadistas.
En los alrededores de Faluya las operaciones militares continúan y el número de desplazados va en aumento.
Las organizaciones humanitarias temen un desastre, sobre todo con temperaturas por encima de los 45 grados y escasez de carpas.
La familia de Kefieh Saleh llegó hace diez días pero sigue sin una tienda de campaña para dormir. "Mi marido ayuda a la gente del campamento a montarlas, pero nosotros ni siquiera tenemos una", afirma.
- Miedo -
Ella y sus hijos duermen fuera de una mezquita prefabricada. Pese a la huida de los yihadistas, tienen miedo de regresar a su casa, situada en la zona de Saqlawiya, al noroeste de Faluya. "No es segura y no creo que vaya a mejorar", afirma Kefieh.
El primer ministro iraquí, Haider al Abadi, reconoce la necesidad de desminar la zona para que los civiles puedan volver.
"No sé cómo estará nuestra casa, pero si volvemos viviremos como en una zona militar y me da miedo lo que pudiera pasar", declara Kefieh. "Pongo a Dios por testigo, no volveré. Encontraré otro lugar donde estemos seguros, quizá Erbil o Suleimaniya, en el Kurdistán".