La primera detección directa de estas ondas producto de ligeras perturbaciones del tejido del espacio-tiempo por efecto del desplazamiento de un objeto enorme, un poco como un peso que deforma una red, fue anunciada el 11 de febrero de 2016.
Este histórico acontecimiento tras 40 años de esfuerzos abrió una nueva ventana en la astronomía para avanzar en la comprensión de los misterios del cosmos, subrayaron los astrofísicos.
A esta nueva detección se sumó una segunda observación el 15 de junio de 2016. En ambos casos, las ondas gravitacionales detectadas se generaron por la colisión de dos agujeros negros que formaron uno mayor, de hasta 62 veces la masa de nuestro Sol.
En esta nueva observación, el agujero negro producto de la colisión cuyas ondas gravitacionales se observaron el 4 de enero de 2017 era de alrededor de 49 masas solares. Los resultados serán publicados en la revista estadounidense Physical Review Letters.
"Es verdaderamente destacable que el ser humano pueda teorizar y verificar este tipo de fenómenos extraños y extremos que se han producido allí hace miles de millones de años y a miles de millones de años luz de la Tierra", señala David Shoemaker, un astrofísico del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y portavoz de esta colaboración científica.
Las tres detecciones se realizaron mediante el instrumento Ligo (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory), que consta de dos detectores idénticos de cuatro kilómetros de largo, ubicados a 3.000 kilómetros el uno del otro, en Luisiana y en el estado de Washington.
"Esta última observación confirma la existencia de agujeros negros de una masa superior a veinte soles", agregó.
Sin detección de las ondas gravitacionales, los agujeros negros son invisibles porque no emiten luz, subrayó el profesor Shoemaker.
"Con la confirmación de la tercera detección de ondas gravitacionales, el Ligo se reafirma como un observatorio poderoso para revelar el lado oscuro del Universo", celebró David Reitze, responsable del Ligo en Caltec, el Instituto de Tecnología de California.
"Dado que el Ligo fue específicamente concebido para observar las fusiones de los agujeros negros, esperamos poder captar pronto otros eventos de astrofísica como las colisiones violentas entre dos estrellas de neutrones", los objetos más enormes del cosmos, explicó.
El Ligo, en el que trabajan más de 1.000 científicos de Estados Unidos y de otros 14 países, captó por primera vez las ondas gravitacionales en septiembre de 2015 durante su primera campaña de observación tras la modernización del instrumento.
La última detección de estas ondas revela que la colisión entre los dos agujeros negros se produjo a cerca de 3.000 millones de años luz, mientras que las primera y segunda detecciones mostraron fusiones de hace 1.300 millones y 1.400 millones de años luz, respectivamente.
Debido a que la fuente está mucho más lejos, este descubrimiento ha permitido probar la exactitud de uno de los corolarios de la teoría de la relatividad general según la cual las ondas gravitacionales no se dispersan al propagarse, dando una vez más la razón a Albert Einstein.
La localización de las fuentes de señales de ondas gravitacionales mejorará significativamente en el transcurso de los próximos meses, cuando el Virgo, el interferómetro europeo que se encuentra en Italia, haya incrementado su red de sensores, sostienen estos astrofísicos.
Una prueba indirecta de las ondas gravitacionales fue identificada cuando Russe Hulse y Joseph Tayloral descubrieron en 1974 un púlsar -estrella que emite radiación muy intensa a intervalos cortos y regulares- que gira alrededor de una estrella de neutrones a muy alta velocidad.
Ese descubrimiento les valió el Premio Nobel de Física en 1993.
Este histórico acontecimiento tras 40 años de esfuerzos abrió una nueva ventana en la astronomía para avanzar en la comprensión de los misterios del cosmos, subrayaron los astrofísicos.
A esta nueva detección se sumó una segunda observación el 15 de junio de 2016. En ambos casos, las ondas gravitacionales detectadas se generaron por la colisión de dos agujeros negros que formaron uno mayor, de hasta 62 veces la masa de nuestro Sol.
En esta nueva observación, el agujero negro producto de la colisión cuyas ondas gravitacionales se observaron el 4 de enero de 2017 era de alrededor de 49 masas solares. Los resultados serán publicados en la revista estadounidense Physical Review Letters.
"Es verdaderamente destacable que el ser humano pueda teorizar y verificar este tipo de fenómenos extraños y extremos que se han producido allí hace miles de millones de años y a miles de millones de años luz de la Tierra", señala David Shoemaker, un astrofísico del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y portavoz de esta colaboración científica.
Las tres detecciones se realizaron mediante el instrumento Ligo (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory), que consta de dos detectores idénticos de cuatro kilómetros de largo, ubicados a 3.000 kilómetros el uno del otro, en Luisiana y en el estado de Washington.
"Esta última observación confirma la existencia de agujeros negros de una masa superior a veinte soles", agregó.
Sin detección de las ondas gravitacionales, los agujeros negros son invisibles porque no emiten luz, subrayó el profesor Shoemaker.
- La cara oscura del Universo -
"Con la confirmación de la tercera detección de ondas gravitacionales, el Ligo se reafirma como un observatorio poderoso para revelar el lado oscuro del Universo", celebró David Reitze, responsable del Ligo en Caltec, el Instituto de Tecnología de California.
"Dado que el Ligo fue específicamente concebido para observar las fusiones de los agujeros negros, esperamos poder captar pronto otros eventos de astrofísica como las colisiones violentas entre dos estrellas de neutrones", los objetos más enormes del cosmos, explicó.
El Ligo, en el que trabajan más de 1.000 científicos de Estados Unidos y de otros 14 países, captó por primera vez las ondas gravitacionales en septiembre de 2015 durante su primera campaña de observación tras la modernización del instrumento.
La última detección de estas ondas revela que la colisión entre los dos agujeros negros se produjo a cerca de 3.000 millones de años luz, mientras que las primera y segunda detecciones mostraron fusiones de hace 1.300 millones y 1.400 millones de años luz, respectivamente.
Debido a que la fuente está mucho más lejos, este descubrimiento ha permitido probar la exactitud de uno de los corolarios de la teoría de la relatividad general según la cual las ondas gravitacionales no se dispersan al propagarse, dando una vez más la razón a Albert Einstein.
La localización de las fuentes de señales de ondas gravitacionales mejorará significativamente en el transcurso de los próximos meses, cuando el Virgo, el interferómetro europeo que se encuentra en Italia, haya incrementado su red de sensores, sostienen estos astrofísicos.
Una prueba indirecta de las ondas gravitacionales fue identificada cuando Russe Hulse y Joseph Tayloral descubrieron en 1974 un púlsar -estrella que emite radiación muy intensa a intervalos cortos y regulares- que gira alrededor de una estrella de neutrones a muy alta velocidad.
Ese descubrimiento les valió el Premio Nobel de Física en 1993.