Este adolescente es uno de los muchos palestinos con secuelas irreversibles por el tipo de proyectiles usados desde hace unos dos años en caso de disturbios en Jerusalén Este, la parte palestina de la ciudad anexionada y ocupada por Israel.
El 6 de enero pasado, Ahmed Abu al Homs realizaba una visita a su hermana cuando se vio atrapado en los enfrentamientos entre palestinos y policías israelíes. Recibió una bala en la cabeza.
Cuando se despertó, después de 45 días en coma, había perdido parte del cráneo, y de sus capacidades.
"Antes Ahmed era un chico inteligente, vivaz y dinámico", recuerda su tío Mehdi. "Hoy sólo puede caminar, y no por mucho tiempo. Le cuesta expresarse y recordar las cosas".
No es capaz de leer ni de escribir y está demasiado débil para jugar con sus amigos. Se pasa la mayor parte del tiempo sentado en su casa de Esauiya, uno de los barrios de Jerusalén Este.
Las fuerzas israelíes tienen autorización desde el 1 de enero de 2015 para recurrir en Jerusalén Este a balas de tipo 4557, según Nesrine Aliane, abogada de la Asociación para los Derechos Cívicos en Israel (ACRI). En la práctica -añade- las usan desde julio de 2014 .
Este proyectil es más pesado que el modelo anterior. Se parece a un champiñón redondo y negro de unos seis centímetros de alto y tres centímetros de diámetro, con un corazón de plástico duro.
Más de 30 palestinos resultaron heridos por balas 4557 y 14 de ellos quedaron tuertos, según Aliane.
En septiembre de 2014, Mohamed Sonoqrot, de 16 años, murió como consecuencia de las heridas provocadas por una de estas balas, y eso que en teoría no son letales. "Falleció porque le dispararon la bala de muy cerca y a la cabeza", cuenta Aliane. La policía cerró el caso por falta de pruebas, afirma ACRI.
Las organizaciones de defensa de los derechos humanos denuncian las condiciones en las que se usan estas balas, que supuestamente debían limitar los daños humanos.
Si se disparan a por lo menos 10 metros y a las piernas las balas provocan un dolor intenso sin lesiones graves.
Su uso está regulado. Según Sari Bashi, de la oenegé Human Rights Watch, "está prohibido disparar a ancianos, a mujeres embarazadas o a niños. No se puede apretar el gatillo hasta haber apuntado e identificado a la persona, y debe ser a las piernas, en ningún caso más arriba".
Pero en realidad "se usan de forma irresponsable", asegura. "En Jerusalén Este, constatamos que la policía recurre a la fuerza cuando no se necesita o hace un uso excesivo" de ella. Además "no toma las precauciones necesarias para proteger a los niños".
Luba Samri, portavoz de la policía israelí, justifica el empleo de estas balas por el "deber de la policía de proteger la vida y la integridad física de los ciudadanos" frente a "amenazas que pueden provocar la muerte", como el lanzamiento de piedras o de proyectiles incendiarios. Alega además la necesidad de los policías de defenderse.
La portavoz recalca que el uso de armas supuestamente no letales debe ser "razonable y moderado".
Pero Nafez al Damiri, de 55 años, paga un alto precio por haber recibido en la cara una bala de goma en la tienda en la que se había guarecido de los enfrentamientos en el campamento de refugiados de Shuafat en julio de 2015.
Se quedó sordo y mudo. Es modista y necesita la vista, afirma su mujer Ghada. Actualmente tiene un ojo de vidrio, no se atreve a salir de casa y está en paro. Su esposa tuvo que dejar de trabajar para ocuparse de él.
El 6 de enero pasado, Ahmed Abu al Homs realizaba una visita a su hermana cuando se vio atrapado en los enfrentamientos entre palestinos y policías israelíes. Recibió una bala en la cabeza.
Cuando se despertó, después de 45 días en coma, había perdido parte del cráneo, y de sus capacidades.
"Antes Ahmed era un chico inteligente, vivaz y dinámico", recuerda su tío Mehdi. "Hoy sólo puede caminar, y no por mucho tiempo. Le cuesta expresarse y recordar las cosas".
No es capaz de leer ni de escribir y está demasiado débil para jugar con sus amigos. Se pasa la mayor parte del tiempo sentado en su casa de Esauiya, uno de los barrios de Jerusalén Este.
Las fuerzas israelíes tienen autorización desde el 1 de enero de 2015 para recurrir en Jerusalén Este a balas de tipo 4557, según Nesrine Aliane, abogada de la Asociación para los Derechos Cívicos en Israel (ACRI). En la práctica -añade- las usan desde julio de 2014 .
- Tuertos -
Este proyectil es más pesado que el modelo anterior. Se parece a un champiñón redondo y negro de unos seis centímetros de alto y tres centímetros de diámetro, con un corazón de plástico duro.
Más de 30 palestinos resultaron heridos por balas 4557 y 14 de ellos quedaron tuertos, según Aliane.
En septiembre de 2014, Mohamed Sonoqrot, de 16 años, murió como consecuencia de las heridas provocadas por una de estas balas, y eso que en teoría no son letales. "Falleció porque le dispararon la bala de muy cerca y a la cabeza", cuenta Aliane. La policía cerró el caso por falta de pruebas, afirma ACRI.
Las organizaciones de defensa de los derechos humanos denuncian las condiciones en las que se usan estas balas, que supuestamente debían limitar los daños humanos.
Si se disparan a por lo menos 10 metros y a las piernas las balas provocan un dolor intenso sin lesiones graves.
Su uso está regulado. Según Sari Bashi, de la oenegé Human Rights Watch, "está prohibido disparar a ancianos, a mujeres embarazadas o a niños. No se puede apretar el gatillo hasta haber apuntado e identificado a la persona, y debe ser a las piernas, en ningún caso más arriba".
Pero en realidad "se usan de forma irresponsable", asegura. "En Jerusalén Este, constatamos que la policía recurre a la fuerza cuando no se necesita o hace un uso excesivo" de ella. Además "no toma las precauciones necesarias para proteger a los niños".
- 'Deber' -
Luba Samri, portavoz de la policía israelí, justifica el empleo de estas balas por el "deber de la policía de proteger la vida y la integridad física de los ciudadanos" frente a "amenazas que pueden provocar la muerte", como el lanzamiento de piedras o de proyectiles incendiarios. Alega además la necesidad de los policías de defenderse.
La portavoz recalca que el uso de armas supuestamente no letales debe ser "razonable y moderado".
Pero Nafez al Damiri, de 55 años, paga un alto precio por haber recibido en la cara una bala de goma en la tienda en la que se había guarecido de los enfrentamientos en el campamento de refugiados de Shuafat en julio de 2015.
Se quedó sordo y mudo. Es modista y necesita la vista, afirma su mujer Ghada. Actualmente tiene un ojo de vidrio, no se atreve a salir de casa y está en paro. Su esposa tuvo que dejar de trabajar para ocuparse de él.