Aspirantes a mago convergieron en la Gran Manzana desde todo Estados Unidos para la cuarta Copa Mundial anual de Quidditch.
Aún sin poder volar, y aún sin que la "snitch" -la pelota dorada y alada de los libros- se reencarnara como un estudiante vestido de amarillo, cada parte de la competición fue tan intensa como en la popular saga de la escritora británica J.K. Rowling.
"No nos lo tomamos demasiado en serio", dijo Zach Doleac, un estudiante de 20 años de la universidad de Middlebury de Vermont (noreste), mientras su equipo se preparaba para defender su tercer campeonato consecutivo. "Tal vez si perdemos. Pero aún no hemos perdido".
El domingo, tras dos días de partidos entre 46 equipos de universidades como Harvard, Yale, Florida y Ohio, Middlebury mantuvo la corona tras derrotar a la Tufts University en la final por 100 contra 50.
Pero desde los primeros momentos del torneo, estaba claro que nadie había venido para vestirse con ropajes extraños.
Al igual que en los libros y las películas, las canchas de quidditch en el mundo real son circulares. Los jugadores tratan de tirar "quaffles" -en este caso pelotas de voleibol- a través de tres grandes aros, mientras buscan la "snitch" por los puntos extra.
Como resultado, tenemos un juego que se parece al rugby, voleibol, lacrosse, básquetbol y a nada de eso: después de todo, involucra a jóvenes adultos tratando de volar en escobas.
Ciertamente, una característica de las películas, la última de las cuales tuvo su preestreno en Londres la semana pasada, se recrea perfectamente: el caos.
A una hora de iniciado el torneo, varios jugadores estaban gimiendo tendidos en el pasto, con sus escobas a un lado.
Un hombre fue retirado con un vendaje en la boca, y una mujer con el rostro ensangrentado tras un choque debió ser atendida por el personal de una ambulancia.
Durante el descanso, el fundador de la Asociación Internacional de Quidditch, Alex Benepe, reflejó su sorpresa por el éxito. Después de todo, el juego de fantasía compite por la atención en los campus contra la maquinaria de los deportes universitarios como el football americano, el básquetbol y otros.
Elegante con su galera y traje a rayas, Benepe dice que ayudó a inventar la versión "muggle" o no mágica del quidditch hace cinco años "en una perezosa tarde de domingo" cuando era un estudiante de arte en Middlebury.
En aquel momento, no tenían suficientes escobas, capas o incluso aros. "Usábamos botes de basura", afirma.
Ahora de 23 años, Benepe dirige la asociación de quidditch como un trabajo de tiempo completo y evalúa cómo manejar un deporte que, como un hechizo fuera de control, ha cobrado vida propia.
Como la creciente lista de lesionados testifica, el principal desafío es preservar el buen humor en el quidditch cuando hay atletas que buscan el contacto.
"El juego está evolucionando, cambiando", dijo Benepe. "Debemos mantener un cuidadoso equilibrio entre la intensidad y la diversión. El año pasado tuvimos algunas lesiones más serias, algunos huesos rotos. Esta vez mandamos muchos mensajes diciendo, "chicos, al final de todo, es solo un juego".
Cualesquiera hayan sido las precauciones, la poción mágica de la adrenalina operó maravillas, incluso para aquellos catalogados de niños aspirantes a mago de pacotilla.
"Equipos: escobas abajo, ojos cerrados", instó el anunciante al inicio de cada partido, y luego: "¡Escobas arriba!"
Luego el polvo -polvo auténtico, no mágico- se levantó del suelo mientras los siguientes dos equipos corrían desesperadamente para agarrar la "quaffle" en el medio del campo.
Aún sin poder volar, y aún sin que la "snitch" -la pelota dorada y alada de los libros- se reencarnara como un estudiante vestido de amarillo, cada parte de la competición fue tan intensa como en la popular saga de la escritora británica J.K. Rowling.
"No nos lo tomamos demasiado en serio", dijo Zach Doleac, un estudiante de 20 años de la universidad de Middlebury de Vermont (noreste), mientras su equipo se preparaba para defender su tercer campeonato consecutivo. "Tal vez si perdemos. Pero aún no hemos perdido".
El domingo, tras dos días de partidos entre 46 equipos de universidades como Harvard, Yale, Florida y Ohio, Middlebury mantuvo la corona tras derrotar a la Tufts University en la final por 100 contra 50.
Pero desde los primeros momentos del torneo, estaba claro que nadie había venido para vestirse con ropajes extraños.
Al igual que en los libros y las películas, las canchas de quidditch en el mundo real son circulares. Los jugadores tratan de tirar "quaffles" -en este caso pelotas de voleibol- a través de tres grandes aros, mientras buscan la "snitch" por los puntos extra.
Como resultado, tenemos un juego que se parece al rugby, voleibol, lacrosse, básquetbol y a nada de eso: después de todo, involucra a jóvenes adultos tratando de volar en escobas.
Ciertamente, una característica de las películas, la última de las cuales tuvo su preestreno en Londres la semana pasada, se recrea perfectamente: el caos.
A una hora de iniciado el torneo, varios jugadores estaban gimiendo tendidos en el pasto, con sus escobas a un lado.
Un hombre fue retirado con un vendaje en la boca, y una mujer con el rostro ensangrentado tras un choque debió ser atendida por el personal de una ambulancia.
Durante el descanso, el fundador de la Asociación Internacional de Quidditch, Alex Benepe, reflejó su sorpresa por el éxito. Después de todo, el juego de fantasía compite por la atención en los campus contra la maquinaria de los deportes universitarios como el football americano, el básquetbol y otros.
Elegante con su galera y traje a rayas, Benepe dice que ayudó a inventar la versión "muggle" o no mágica del quidditch hace cinco años "en una perezosa tarde de domingo" cuando era un estudiante de arte en Middlebury.
En aquel momento, no tenían suficientes escobas, capas o incluso aros. "Usábamos botes de basura", afirma.
Ahora de 23 años, Benepe dirige la asociación de quidditch como un trabajo de tiempo completo y evalúa cómo manejar un deporte que, como un hechizo fuera de control, ha cobrado vida propia.
Como la creciente lista de lesionados testifica, el principal desafío es preservar el buen humor en el quidditch cuando hay atletas que buscan el contacto.
"El juego está evolucionando, cambiando", dijo Benepe. "Debemos mantener un cuidadoso equilibrio entre la intensidad y la diversión. El año pasado tuvimos algunas lesiones más serias, algunos huesos rotos. Esta vez mandamos muchos mensajes diciendo, "chicos, al final de todo, es solo un juego".
Cualesquiera hayan sido las precauciones, la poción mágica de la adrenalina operó maravillas, incluso para aquellos catalogados de niños aspirantes a mago de pacotilla.
"Equipos: escobas abajo, ojos cerrados", instó el anunciante al inicio de cada partido, y luego: "¡Escobas arriba!"
Luego el polvo -polvo auténtico, no mágico- se levantó del suelo mientras los siguientes dos equipos corrían desesperadamente para agarrar la "quaffle" en el medio del campo.