Imagen de Hugo Cabret.
Hermosamente filmada y utilizando todos los recursos que ofrece la tercera dimensión, la última película de Scorsese es una fábula llena del encanto y la magia que transmiten aún las películas de Méliès (1861-1938), que es el verdadero héroe de esta película.
Basada en el libro "The Invention of Hugo Cabret", de Brian Selznick, la película -la primera en 3D del oscarizado realizador de 68 años- sume al espectador en el París de la primera postguerra, que recorre junto a Hugo, un melancólico huérfano de 12 años (Asa Butterfield).
Hugo vive solo en el interior de una estación de tren, rodeado de relojes, de un automatón roto y de un cuaderno con instrucciones para repararlo, que es lo único que le quedó de su padre (Judd Law), que murió en un incendio.
Para darle vida a ese gran muñeco automático, Hugo necesita una llave, que encuentra en una tienda de juguetes propiedad de un hombre amargado y triste (Ben Kingsley), bajo el que se esconde Méliès, un mago de profesión que se convirtió al cine desde que vio una de las primeras proyecciones de filmes de los hermanos Lumière.
"Sí, Hugo Cabret soy yo", confesó Scorsese en una conferencia de prensa el lunes en un gran hotel de París, en la que evocó su infancia solitaria y su hallazgo de las salas oscuras donde, de la mano de su padre, se enamoró del Séptimo Arte, que se convirtió en "una obsesión".
"Al leer el libro de Selznick, me identifiqué con la soledad de Hugo, que me hizo recordar mi niñez en Nueva York, cuando mi padre me llevaba al cine. Y sentí una gran conexión con Méliès y con su mundo de fantasía, la era de la invención del cine", dijo el realizador de "Taxi Driver" (1976).
Pero todas las aventuras que vive Hugo, acompañado de su nueva amiga, Isabelle (Chloe Grace Moretz), ahijada de Méliès, parecen sobre todo una excusa para que el realizador filme una carta de amor al cine y a toda la maquinaria inventada para capturar imágenes en movimiento y proyectarlas en pantallas.
Así como Méliès -que convirtió su teatro en un palacio de cristal, donde filmó sus sueños, antes de sumirse en la bancarrota y en el olvido-, Scorsese fusiona en "Hugo Cabret", magia, sueños y vida, dándole además un toque de película de detectives.
Desde la primera imágen -los techos de París-, la película es también un homenaje enamorado a la Ciudad de la Luz, que fue recreada en los estudios Shepperton, en las afueras de Londres, donde se reconstruyó una estación de tren parisina, similar a la Gare du Nord, a la Gare du Lyon y a la Gare Montparnasse, ya desaparecida.
En la rueda de prensa, el cineasta indicó que lo que más había disfrutado de hacer esta película fue las dos semanas de rodaje en París, en agosto pasado, una experiencia que describió como "un peregrinaje".
"Más que un homenaje a París, he hecho un peregrinaje, un viaje a un lugar sagrado", afirmó Scorsese, un ferviente admirador del gran cine francés y de los realizadores de la Nouvelle Vague, la Nueva Ola.
"Me inspiré también en el París de las películas de René Clair", explicó el cineasta, cuyo amor por la historia del cine lo llevó a realizar una serie de magistrales documentales sobre la historia del Séptimo Arte.
Scorsese reafirmó su fascinación por la tercera dimensión, "desde muy joven", y dijo que le gustaría volver a rodar en 3D. Pero recalcó que su interés en esta técnica es ponerla al servicio de contar una historia.
"Vemos la vida en tres dimensiones. ¿Así que por qué no utilizar la 3D como un instrumento narrativo, para dar profundidad a las imágenes y a los personajes?", planteó Scorsese, que llamó a "estar muy atentos" a los cambios y técnicas que están surgiendo en el cine.
"Estamos en un nuevo mundo, donde nuevas técnicas nos obligan a reinventar la manera de contar una historia en el cine", concluyó uno de los grandes directores del cine contemporáneo, que tuvo que esperar hasta 2007 para ser coronado con un Oscar, por "The Departed" (Los infiltrados).
Basada en el libro "The Invention of Hugo Cabret", de Brian Selznick, la película -la primera en 3D del oscarizado realizador de 68 años- sume al espectador en el París de la primera postguerra, que recorre junto a Hugo, un melancólico huérfano de 12 años (Asa Butterfield).
Hugo vive solo en el interior de una estación de tren, rodeado de relojes, de un automatón roto y de un cuaderno con instrucciones para repararlo, que es lo único que le quedó de su padre (Judd Law), que murió en un incendio.
Para darle vida a ese gran muñeco automático, Hugo necesita una llave, que encuentra en una tienda de juguetes propiedad de un hombre amargado y triste (Ben Kingsley), bajo el que se esconde Méliès, un mago de profesión que se convirtió al cine desde que vio una de las primeras proyecciones de filmes de los hermanos Lumière.
"Sí, Hugo Cabret soy yo", confesó Scorsese en una conferencia de prensa el lunes en un gran hotel de París, en la que evocó su infancia solitaria y su hallazgo de las salas oscuras donde, de la mano de su padre, se enamoró del Séptimo Arte, que se convirtió en "una obsesión".
"Al leer el libro de Selznick, me identifiqué con la soledad de Hugo, que me hizo recordar mi niñez en Nueva York, cuando mi padre me llevaba al cine. Y sentí una gran conexión con Méliès y con su mundo de fantasía, la era de la invención del cine", dijo el realizador de "Taxi Driver" (1976).
Pero todas las aventuras que vive Hugo, acompañado de su nueva amiga, Isabelle (Chloe Grace Moretz), ahijada de Méliès, parecen sobre todo una excusa para que el realizador filme una carta de amor al cine y a toda la maquinaria inventada para capturar imágenes en movimiento y proyectarlas en pantallas.
Así como Méliès -que convirtió su teatro en un palacio de cristal, donde filmó sus sueños, antes de sumirse en la bancarrota y en el olvido-, Scorsese fusiona en "Hugo Cabret", magia, sueños y vida, dándole además un toque de película de detectives.
Desde la primera imágen -los techos de París-, la película es también un homenaje enamorado a la Ciudad de la Luz, que fue recreada en los estudios Shepperton, en las afueras de Londres, donde se reconstruyó una estación de tren parisina, similar a la Gare du Nord, a la Gare du Lyon y a la Gare Montparnasse, ya desaparecida.
En la rueda de prensa, el cineasta indicó que lo que más había disfrutado de hacer esta película fue las dos semanas de rodaje en París, en agosto pasado, una experiencia que describió como "un peregrinaje".
"Más que un homenaje a París, he hecho un peregrinaje, un viaje a un lugar sagrado", afirmó Scorsese, un ferviente admirador del gran cine francés y de los realizadores de la Nouvelle Vague, la Nueva Ola.
"Me inspiré también en el París de las películas de René Clair", explicó el cineasta, cuyo amor por la historia del cine lo llevó a realizar una serie de magistrales documentales sobre la historia del Séptimo Arte.
Scorsese reafirmó su fascinación por la tercera dimensión, "desde muy joven", y dijo que le gustaría volver a rodar en 3D. Pero recalcó que su interés en esta técnica es ponerla al servicio de contar una historia.
"Vemos la vida en tres dimensiones. ¿Así que por qué no utilizar la 3D como un instrumento narrativo, para dar profundidad a las imágenes y a los personajes?", planteó Scorsese, que llamó a "estar muy atentos" a los cambios y técnicas que están surgiendo en el cine.
"Estamos en un nuevo mundo, donde nuevas técnicas nos obligan a reinventar la manera de contar una historia en el cine", concluyó uno de los grandes directores del cine contemporáneo, que tuvo que esperar hasta 2007 para ser coronado con un Oscar, por "The Departed" (Los infiltrados).