Al parecer, los armenios abandonan Siria ante la revolución que puede triunfar en este país y provocar la guerra civil. Por otro lado, Walid Phares afirma en su libro que esta revolución es inevitable, es para bien y exhorta a prepararse para “la última batalla”.
Esta batalla se librará entre los demócratas de Oriente Próximo, que deben recibir el apoyo de Occidente, y la “comunidad exenta de libertad” que abarca, según Phares, a los nacionalistas árabes de corte socialista, yihadistas y partidarios de las monarquías podridas, como el régimen de Arabia Saudita.
¿Quién quiere vivir en una dictadura?
La obra de Phares es muy emocional y llena de entusiasmo. Es evidente que tanto su autor, cuyo país de origen atravesó varias guerras desde 1975, como los disidentes liberales provenientes de Siria, Egipto, Irán y Líbano, sufrieron mucho por los regímenes represivos de la región.
Phares busca el origen de estos regímenes en el califato islámico de la Edad Media que, en la época de su máximo desarrollo reinaba en un amplio territorio desde el sur de España hasta China, y supuso el inicio a las represiones y la agresión.
No cabe duda que la dictadura es un mal. Pero la revolución como remedio ¿no es peor que la propia enfermedad?
Phares está seguro que no. El autor de 'La revolución que viene' simpatiza con el ex presidente de EEUU, George W. Bush, que en 2003 anunció el inicio de “la revolución democrática mundial”. Phares no solo justifica sino que apoya la intervención militar de EEUU en Irak en ese mismo año.
Lo único que le preocupa es que los resultados de esta campaña se dieron a conocer en el período del gobierno del “cobarde” de Barack Obama. En vez de lanzarse al ataque, este último prefiere “ocultarse en trincheras”.
“Con la llegada de la administración de Obama a la Casa Blanca, se desvaneció la esperanza de que EEUU apoyara el desarrollo de democracia en Siria”, escribe Phares en su libro publicado en EEUU en 2010. Pero 2011 llegó la 'primavera árabe'...
Un Trotski de nuestro tiempo
Phares, con sus ánimos revolucionarios, se parece a un célebre personaje de la historia rusa, Lev Trotski.
En su época, Trotski, ardiente en deseos de llevar a cabo la revolución comunista en Europa, se mostró dispuesto a causar millones de víctimas en Rusia y países limítrofes. Recordemos que en 1920, el Ejército Rojo lanzó una ofensiva contra Polonia con el fin de instigar la revolución en Alemania, que estaba más lista para el socialismo que Rusia según Trotski.
La experiencia muestra que un verdadero revolucionario es capaz de encontrar puntos débiles de los regímenes más estables si estos ponen obstáculos a la revolución.
Pero por otro lado, un verdadero revolucionario en reiteradas ocasiones pasa por alto las tendencias peligrosas en el propio movimiento.
Trotski estaba seguro de que es posible derrocar los regímenes monárquicos en Rusia y Alemania y tenía razón. Pero no pudo imaginar cómo el dictador soviético, Iósif Stalin, y el líder nazi, Adolf Hitler, aprovecharían los éxitos de las respectivas revoluciones.
Incluso tras la llegada de estos monstruos al poder, Trotski esperó hasta su propia muerte en 1940 que “el proletariado revolucionario” de Alemania y la Rusia soviética les derrocase.
La versión original de la obra de Walid Phares en inglés vio la luz en 2010, en la antesala de la llamada 'primavera árabe'. El autor acertó con muchos pronósticos. Los regímenes autoritarios laicos empezaron a derrumbarse, pasadas varias semanas tras la publicación del libro.
Pero los ciudadanos comunes y corrientes de los respectivos Estados no han sentido todavía los resultados de las revoluciones previstas por Phares. Al contrario: los cristianos egipcios, conocidos como coptos, que según Phares eran los más desprotegidos del país cuando Hosni Mubarak ocupaba el sillón presidencial, hoy en día sufren las agresiones por parte de islamistas radicales y recuerdan con nostalgia Mubarak.
Los cristianos sirios, incluidos los armenios mencionados, están en una situación similar. En la guerra civil que está librándose en Siria, los cristianos están en la línea de fuego entre los rebeldes sunitas, apoyados por las monarquías del Golfo Pérsico y Occidente, y la dinastía gobernante de los alauitas, representantes de una rama del chiísmo y apoyados por Iran chiíta.
Las víctimas son el precio del progreso
Quisiera preguntar a Phares y a otros revolucionarios, ¿por qué el desarrollo debe acompañarse por la violencia y la destrucción de las culturas antiguas?
La comunidad armenia en el territorio de la Siria actual se estableció hace casi 1.000 años. Su origen se remonta al reino armenio de Cilicia formado en la Edad Media por refugiados armenios. Se encontraba en el territorio de lo que actualmente es Turquía sudoriental, en la región de Cilicia, en las proximidades de Alepo, segunda ciudad en importancia de Siria, en el norte del país.
Muchos armenios famosos provienen de esta comunidad. Por ejemplo, el primer presidente de la Armenia independiente, Levón Ter-Petrosián, nació en Alepo. ¿Dejará de existir esta comunidad en la futura Siria, democrática o islamista, pero que evidentemente será menos multiétnica y pluricultural que la Siria actual?
No vamos a idealizar el régimen del Partido Árabe Socialista del Renacimiento (Baaz), que gobierna en Siria desde 1963. Este partido también contribuyó a la reducción de la diversidad étnica de Siria y el vecino Líbano, que se había mantenido durante siglos. El conflicto árabe-israelí provocó un éxodo de la comunidad judía de Siria después de casi 2.500 años de su existencia.
El sistema férreo, casi monopartidista, obligó a emigrar del país tanto a las minorías étnicas como a la mayoría de los descontentos. Mientras, el conflicto continuo con Israel justificaba la situación de emergencia y el régimen represivo.
El terror sin fin
Durante la presidencia de Hafez al-Assad y la de su hijo Bashar al-Assad, Siria fue un país multiétnico y pluriconfesional. Es posible que esto se deba al principio descubierto ya por el fundador del comunismo científico, Karl Marx: el despotismo es igual para todos.
Tanto alauitas, como sunitas y cristianos observaban una rígida disciplina. Pero una vez desatado el conflicto armado este frágil equilibrio se ha roto.
La crueldad de ambas partes en conflicto asusta. Las autoridades de Damasco impiden el acceso de periodistas a la ciudad de Homs, donde las tropas sirias continúan bombardeando los barrios sunitas de la ciudad durante más de una semana. El asalto se inició después de que los rebeldes secuestraran a trece soldados, pero hoy en día el número de civiles muertos en Homs ya asciende a varias centenas de personas.
Según los cálculos del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, más de 5.400 personas han muerto durante la represión en Siria. Aun en caso de que al menos 2.000 de estas víctimas sean miembros de las fuerzas del orden, según afirman las autoridades, la crueldad del regimen gobernante es evidente.
Mientras tanto, durante las últimas semanas la oposición siria también actúa sin piedad, utilizando el arma ya tradicional para yihadistas: los terroristas suicidas.
El pasado 10 de febrero, dos atentados perpetrados en Alepo causaron 28 muertos. Cerca de las sedes de la Inteligencia Militar y de las fuerzas de seguridad explotaron coches bomba.
El fin con terror
La oposición siria representa a la mayoría étnica, los sunitas. Cuando la violencia alcanza su apogeo las minorías no deben esperar concesiones de la oposición. Por eso los armenios que residen en Siria compran viviendas en Ereván.
El revolucionario de Walid Phares debería tomar esto en consideración. Quizás, en caso de una nueva escalada de violencia pueda atenuar su postura.
Pero es poco probable que Phares lo haga. Sus críticas al fracaso de la intervención de EEUU en Irak lo ponen en evidencia.
Según Phares, el desarrollo de un movimiento antimilitarista en las universidades estadounidenses provocó este fracaso. El autor de 'La revolución que viene' echa toda la culpa a “la coalición de partidarios de la Yihad, las monarquías petroleras y extremistas de izquierda”.
Los revolucionarios siempre buscan a los culpables entre los contrarrevolucionarios, así como los “conformistas”, “oportunistas”, “derrotistas” y otros que se adhirieron a sus filas.
El líder de la Revolución Bolchevique, Vladímir Lenin, justificaba la violencia revolucionaria por el hecho de que el capitalismo fuera “el terror sin fin”. Entonces, ¿sería más humano poner al capitalismo fin con terror? Es una retórica bien conocida.
Esta retórica estuvo presente en la Unión Soviética durante 70 años. Posiblemente por eso Moscú exhorta a actuar con prudencia y utilizar conceptos de conservadurismo abordando el problema sirio.
Esta batalla se librará entre los demócratas de Oriente Próximo, que deben recibir el apoyo de Occidente, y la “comunidad exenta de libertad” que abarca, según Phares, a los nacionalistas árabes de corte socialista, yihadistas y partidarios de las monarquías podridas, como el régimen de Arabia Saudita.
¿Quién quiere vivir en una dictadura?
La obra de Phares es muy emocional y llena de entusiasmo. Es evidente que tanto su autor, cuyo país de origen atravesó varias guerras desde 1975, como los disidentes liberales provenientes de Siria, Egipto, Irán y Líbano, sufrieron mucho por los regímenes represivos de la región.
Phares busca el origen de estos regímenes en el califato islámico de la Edad Media que, en la época de su máximo desarrollo reinaba en un amplio territorio desde el sur de España hasta China, y supuso el inicio a las represiones y la agresión.
No cabe duda que la dictadura es un mal. Pero la revolución como remedio ¿no es peor que la propia enfermedad?
Phares está seguro que no. El autor de 'La revolución que viene' simpatiza con el ex presidente de EEUU, George W. Bush, que en 2003 anunció el inicio de “la revolución democrática mundial”. Phares no solo justifica sino que apoya la intervención militar de EEUU en Irak en ese mismo año.
Lo único que le preocupa es que los resultados de esta campaña se dieron a conocer en el período del gobierno del “cobarde” de Barack Obama. En vez de lanzarse al ataque, este último prefiere “ocultarse en trincheras”.
“Con la llegada de la administración de Obama a la Casa Blanca, se desvaneció la esperanza de que EEUU apoyara el desarrollo de democracia en Siria”, escribe Phares en su libro publicado en EEUU en 2010. Pero 2011 llegó la 'primavera árabe'...
Un Trotski de nuestro tiempo
Phares, con sus ánimos revolucionarios, se parece a un célebre personaje de la historia rusa, Lev Trotski.
En su época, Trotski, ardiente en deseos de llevar a cabo la revolución comunista en Europa, se mostró dispuesto a causar millones de víctimas en Rusia y países limítrofes. Recordemos que en 1920, el Ejército Rojo lanzó una ofensiva contra Polonia con el fin de instigar la revolución en Alemania, que estaba más lista para el socialismo que Rusia según Trotski.
La experiencia muestra que un verdadero revolucionario es capaz de encontrar puntos débiles de los regímenes más estables si estos ponen obstáculos a la revolución.
Pero por otro lado, un verdadero revolucionario en reiteradas ocasiones pasa por alto las tendencias peligrosas en el propio movimiento.
Trotski estaba seguro de que es posible derrocar los regímenes monárquicos en Rusia y Alemania y tenía razón. Pero no pudo imaginar cómo el dictador soviético, Iósif Stalin, y el líder nazi, Adolf Hitler, aprovecharían los éxitos de las respectivas revoluciones.
Incluso tras la llegada de estos monstruos al poder, Trotski esperó hasta su propia muerte en 1940 que “el proletariado revolucionario” de Alemania y la Rusia soviética les derrocase.
La versión original de la obra de Walid Phares en inglés vio la luz en 2010, en la antesala de la llamada 'primavera árabe'. El autor acertó con muchos pronósticos. Los regímenes autoritarios laicos empezaron a derrumbarse, pasadas varias semanas tras la publicación del libro.
Pero los ciudadanos comunes y corrientes de los respectivos Estados no han sentido todavía los resultados de las revoluciones previstas por Phares. Al contrario: los cristianos egipcios, conocidos como coptos, que según Phares eran los más desprotegidos del país cuando Hosni Mubarak ocupaba el sillón presidencial, hoy en día sufren las agresiones por parte de islamistas radicales y recuerdan con nostalgia Mubarak.
Los cristianos sirios, incluidos los armenios mencionados, están en una situación similar. En la guerra civil que está librándose en Siria, los cristianos están en la línea de fuego entre los rebeldes sunitas, apoyados por las monarquías del Golfo Pérsico y Occidente, y la dinastía gobernante de los alauitas, representantes de una rama del chiísmo y apoyados por Iran chiíta.
Las víctimas son el precio del progreso
Quisiera preguntar a Phares y a otros revolucionarios, ¿por qué el desarrollo debe acompañarse por la violencia y la destrucción de las culturas antiguas?
La comunidad armenia en el territorio de la Siria actual se estableció hace casi 1.000 años. Su origen se remonta al reino armenio de Cilicia formado en la Edad Media por refugiados armenios. Se encontraba en el territorio de lo que actualmente es Turquía sudoriental, en la región de Cilicia, en las proximidades de Alepo, segunda ciudad en importancia de Siria, en el norte del país.
Muchos armenios famosos provienen de esta comunidad. Por ejemplo, el primer presidente de la Armenia independiente, Levón Ter-Petrosián, nació en Alepo. ¿Dejará de existir esta comunidad en la futura Siria, democrática o islamista, pero que evidentemente será menos multiétnica y pluricultural que la Siria actual?
No vamos a idealizar el régimen del Partido Árabe Socialista del Renacimiento (Baaz), que gobierna en Siria desde 1963. Este partido también contribuyó a la reducción de la diversidad étnica de Siria y el vecino Líbano, que se había mantenido durante siglos. El conflicto árabe-israelí provocó un éxodo de la comunidad judía de Siria después de casi 2.500 años de su existencia.
El sistema férreo, casi monopartidista, obligó a emigrar del país tanto a las minorías étnicas como a la mayoría de los descontentos. Mientras, el conflicto continuo con Israel justificaba la situación de emergencia y el régimen represivo.
El terror sin fin
Durante la presidencia de Hafez al-Assad y la de su hijo Bashar al-Assad, Siria fue un país multiétnico y pluriconfesional. Es posible que esto se deba al principio descubierto ya por el fundador del comunismo científico, Karl Marx: el despotismo es igual para todos.
Tanto alauitas, como sunitas y cristianos observaban una rígida disciplina. Pero una vez desatado el conflicto armado este frágil equilibrio se ha roto.
La crueldad de ambas partes en conflicto asusta. Las autoridades de Damasco impiden el acceso de periodistas a la ciudad de Homs, donde las tropas sirias continúan bombardeando los barrios sunitas de la ciudad durante más de una semana. El asalto se inició después de que los rebeldes secuestraran a trece soldados, pero hoy en día el número de civiles muertos en Homs ya asciende a varias centenas de personas.
Según los cálculos del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, más de 5.400 personas han muerto durante la represión en Siria. Aun en caso de que al menos 2.000 de estas víctimas sean miembros de las fuerzas del orden, según afirman las autoridades, la crueldad del regimen gobernante es evidente.
Mientras tanto, durante las últimas semanas la oposición siria también actúa sin piedad, utilizando el arma ya tradicional para yihadistas: los terroristas suicidas.
El pasado 10 de febrero, dos atentados perpetrados en Alepo causaron 28 muertos. Cerca de las sedes de la Inteligencia Militar y de las fuerzas de seguridad explotaron coches bomba.
El fin con terror
La oposición siria representa a la mayoría étnica, los sunitas. Cuando la violencia alcanza su apogeo las minorías no deben esperar concesiones de la oposición. Por eso los armenios que residen en Siria compran viviendas en Ereván.
El revolucionario de Walid Phares debería tomar esto en consideración. Quizás, en caso de una nueva escalada de violencia pueda atenuar su postura.
Pero es poco probable que Phares lo haga. Sus críticas al fracaso de la intervención de EEUU en Irak lo ponen en evidencia.
Según Phares, el desarrollo de un movimiento antimilitarista en las universidades estadounidenses provocó este fracaso. El autor de 'La revolución que viene' echa toda la culpa a “la coalición de partidarios de la Yihad, las monarquías petroleras y extremistas de izquierda”.
Los revolucionarios siempre buscan a los culpables entre los contrarrevolucionarios, así como los “conformistas”, “oportunistas”, “derrotistas” y otros que se adhirieron a sus filas.
El líder de la Revolución Bolchevique, Vladímir Lenin, justificaba la violencia revolucionaria por el hecho de que el capitalismo fuera “el terror sin fin”. Entonces, ¿sería más humano poner al capitalismo fin con terror? Es una retórica bien conocida.
Esta retórica estuvo presente en la Unión Soviética durante 70 años. Posiblemente por eso Moscú exhorta a actuar con prudencia y utilizar conceptos de conservadurismo abordando el problema sirio.