El consulado estadounidense en Bengasi, Libia, en llamas.
Sin embargo, existe un profundo vínculo entre estos dos acontecimientos, que son indicadores del estado de la política estadounidense en la región.
Unas señales ambiguas
Asesinar a un diplomático, una persona que en teoría goza de inmunidad pero que en realidad está completamente indefensa, es un acto de vileza.
¿Quiénes son los asesinos del embajador Chris Stevens? De momento, no queda muy claro: Estados Unidos estuvo navegando en un mar de incertidumbre todo el día que siguió al crimen. Sin embargo, las circunstancias de su muerte todavía no se han aclarado. Es que ni siquiera los propios libios tienen una noción muy clara de todos los grupos armados que operan en el territorio nacional.
Las actuales autoridades del país ofrecieron a la vez dos versiones de lo ocurrido: la primera es, por supuesto, “fuerzas leales a Gadafi”, derrocado y asesinado líder del país. La segunda versión atribuye la autoría del crimen a los “extremistas” que decidieron celebrar con este monstruoso acto el aniversario del atentado del 11 de septiembre de 2001. Es muy posible que la verdad no se llegue a saber nunca.
El presidente Barack Obama, que acababa de conseguir algo más de apoyo de los electores que su rival por el Partido Republicano, Mitt Romney, corre ahora riesgo de perder las elecciones presidenciales. Ya no importa que Romney mostrara una falta de tacto y en su discurso aprovechara la ocasión de herir a Obama en lo más hondo. Lo que importa es una frase pronunciada por Romney por casualidad al final de su poco ética declaración: la Administración de Estados Unidos está enviando al mundo unas señales ambiguas.
Estaba en lo cierto. La política del equipo de Obama en Oriente Próximo está llena de este tipo de señales.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, sonó realmente compungida. “¿Cómo pudo haber pasado algo semejante en un país que ayudamos a liberar, en una ciudad que salvamos de la destrucción? No es sino una prueba más de lo complejo que puede ser el mundo.”
Pero habría que dejar aparte por un momento el tono melodramático y ponerse a pensar. Estados Unidos desde el principio se quedó al margen de una serie de estallidos revolucionarios, bautizados como “primavera árabe”. Decidió no molestar a las monarquías árabes en el intento de cambiar a su antojo los regímenes de la región y se esforzó en alabar la llegada de la democracia al Oriente Próximo y Norte de África. En Libia la ayuda a los rebeldes se prestó a distancia, pero se les animó a seguir luchando por conseguir sus objetivos. De modo que no habría que sorprenderse ante lo ocurrido.
En este profundo estado de caos no se sumergió únicamente Libia: en vísperas del ataque al Consulado de Estados Unidos en Bengasi un grupo de extremistas irrumpió en la Embajada de Estados Unidos en El Cairo, sin que la policía intentara impedírselo. Los atacantes arrancaron la bandera estadounidense y la reemplazaron con una negra, el color del califato de Bagdad. De esta forma se expresó la protesta contra una película antimusulmana, grabada y proyectada en EEUU. Posiblemente el motivo de los acontecimientos en Libia fuera el mismo.
Ni a los demócratas ni a los republicanos se les ocurrió reconocer que de haber permanecido en el poder los regímenes de Gadafi y Mubarack, por desagradables que les pudieran resultar a algunos, Chris Stevens seguiría en estos momentos con vida. Al igual que seguirían vivos centenares de civiles que cayeron víctimas de las acciones bélicas y las dificultades derivadas de los tiempos de guerra. ¿Qué es mejor, crueles militares al poder o un caos sangriento? ¿La democracia? ¿Dónde está la democracia?
Y habría que señalar que Libia no fue el único objeto de esta paulatina infiltración, que acaba en una guerra civil. En Siria todavía no ha tenido lugar lo peor: un caos absoluto y la desaparición del Estado como tal.
Sin embargo, contra Damasco también se aplica el esquema ya rodado: Estados Unidos no parece tomar cartas en el asunto, pero (para gozo de Catar, Arabia Saudí y demás países interesados) impone sanciones y “envía mensajes” de que el presidente sirio Bashar Al Asad es un dictador que ha de marcharse voluntariamente.
Un diplomático que obra sin llamar la atención
Casi en los mismos momentos en que la muchedumbre estaba arrancando la bandera de Estados Unidos sobre su embajada en El Cairo, allí permanecía Al Ajdar Brahimi, el nuevo enviado especial de la ONU y de la Liga de Estados Árabes para Siria. Es un diplomático muy respetado en los círculos profesionales, que consiguió parar la guerra de Líbano y aportó mucho al restablecimiento de la paz en Afganistán e Irak.
Su rasgo particular es que trabaja sin llamar la atención. Declaró no contar con alcanzar ningún éxito significativo en Siria y procuró dejar de ser protagonista de las noticias del día. Incluso el inicio de su misión en El Cairo se celebró sin ruido alguno, nada que ver con el inicio de la misión de Kofi Annan.
La misión de Annan fracasó por haber estado demasiado pendiente de la postura de los principales agentes geopolíticos: los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, que habían de persuadir a los dos bandos a sentarse a la mesa de las negociaciones. Moscú y Pekín eran capaces de conseguir el consentimiento del presidente Al Asad y de hecho lo lograron, mientras que Estados Unidos tenía que influir en la oposición, pero no lo hizo. Fue a causa de las mencionadas señales ambiguas y también por su papel de segundo orden en el cambio de los regímenes en la región dedicados a apoyar a Arabia Saudí, Catar y los demás protagonistas.
Como resultado, durante la votación en el Consejo de Seguridad Rusia y China recurrieron a su derecho al veto, bloqueando la postura de EEUU, Francia y Reino Unido, que a su vez hicieron lo mismo. De esta forma, las grandes potencias quedaron excluidas de la participación en el desarrollo de los acontecimientos en la región.
Por esta razón Al Ajdar Brahimi empezó por entrevistarse en El Cairo con las fuerzas que sí tienen peso en la situación: la semana pasada celebró una reunión con los viceministros de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí y de Turquía, así como con los principales participantes en el conflicto sirio por parte de la oposición; también con Irán, como socio clave del régimen de Al Asad; y con Egipto, que promovió esta iniciativa.
La nueva estrella de la diplomacia mesoriental, el actual presidente de Egipto, Mohamed Mursi, formuló la idea de la reunión de los verdaderos rivales de la guerra en Siria durante su participación en la Cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica en La Meca y más tarde en la Cumbre del Movimiento de los Países No Alineados en Teherán.
Su iniciativa no tardó en ponerse en práctica, dado que Egipto y Arabia Saudí también se dieron cuenta de que el cambio del régimen en Siria no se llevará a cabo con tanta rapidez como en Libia. En los últimos días las tropas leales al actual Gobierno sirio y la parte de la población que lo apoya defendieron de los ataques las ciudades más importantes del país, Damasco y Alepo. Y no tienen la menor intención de rendirse.
Ello significa que las partes contrincantes están en el momento perfecto para intentar llegar a una fórmula de compromiso o, por lo menos, sentarse a negociar.
Los resultados de la reunión en El Cairo serán transmitidos al presidente Al Asad.
Y el problema de Estados Unidos en la región son unas declaraciones que no eran las adecuadas. Se llegó a decir que habría que encontrar entre la oposición siria algunas fuerzas proamericanas, porque de lo contrario, los extremistas podrían hacerse con el poder en el país: hablamos de gente como los asesinos del embajador Chris Stevens. Pero estas señales eran casi imperceptibles, tanto que ni siquiera los electores las captaron.
Dmitri Kósirev
Unas señales ambiguas
Asesinar a un diplomático, una persona que en teoría goza de inmunidad pero que en realidad está completamente indefensa, es un acto de vileza.
¿Quiénes son los asesinos del embajador Chris Stevens? De momento, no queda muy claro: Estados Unidos estuvo navegando en un mar de incertidumbre todo el día que siguió al crimen. Sin embargo, las circunstancias de su muerte todavía no se han aclarado. Es que ni siquiera los propios libios tienen una noción muy clara de todos los grupos armados que operan en el territorio nacional.
Las actuales autoridades del país ofrecieron a la vez dos versiones de lo ocurrido: la primera es, por supuesto, “fuerzas leales a Gadafi”, derrocado y asesinado líder del país. La segunda versión atribuye la autoría del crimen a los “extremistas” que decidieron celebrar con este monstruoso acto el aniversario del atentado del 11 de septiembre de 2001. Es muy posible que la verdad no se llegue a saber nunca.
El presidente Barack Obama, que acababa de conseguir algo más de apoyo de los electores que su rival por el Partido Republicano, Mitt Romney, corre ahora riesgo de perder las elecciones presidenciales. Ya no importa que Romney mostrara una falta de tacto y en su discurso aprovechara la ocasión de herir a Obama en lo más hondo. Lo que importa es una frase pronunciada por Romney por casualidad al final de su poco ética declaración: la Administración de Estados Unidos está enviando al mundo unas señales ambiguas.
Estaba en lo cierto. La política del equipo de Obama en Oriente Próximo está llena de este tipo de señales.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, sonó realmente compungida. “¿Cómo pudo haber pasado algo semejante en un país que ayudamos a liberar, en una ciudad que salvamos de la destrucción? No es sino una prueba más de lo complejo que puede ser el mundo.”
Pero habría que dejar aparte por un momento el tono melodramático y ponerse a pensar. Estados Unidos desde el principio se quedó al margen de una serie de estallidos revolucionarios, bautizados como “primavera árabe”. Decidió no molestar a las monarquías árabes en el intento de cambiar a su antojo los regímenes de la región y se esforzó en alabar la llegada de la democracia al Oriente Próximo y Norte de África. En Libia la ayuda a los rebeldes se prestó a distancia, pero se les animó a seguir luchando por conseguir sus objetivos. De modo que no habría que sorprenderse ante lo ocurrido.
En este profundo estado de caos no se sumergió únicamente Libia: en vísperas del ataque al Consulado de Estados Unidos en Bengasi un grupo de extremistas irrumpió en la Embajada de Estados Unidos en El Cairo, sin que la policía intentara impedírselo. Los atacantes arrancaron la bandera estadounidense y la reemplazaron con una negra, el color del califato de Bagdad. De esta forma se expresó la protesta contra una película antimusulmana, grabada y proyectada en EEUU. Posiblemente el motivo de los acontecimientos en Libia fuera el mismo.
Ni a los demócratas ni a los republicanos se les ocurrió reconocer que de haber permanecido en el poder los regímenes de Gadafi y Mubarack, por desagradables que les pudieran resultar a algunos, Chris Stevens seguiría en estos momentos con vida. Al igual que seguirían vivos centenares de civiles que cayeron víctimas de las acciones bélicas y las dificultades derivadas de los tiempos de guerra. ¿Qué es mejor, crueles militares al poder o un caos sangriento? ¿La democracia? ¿Dónde está la democracia?
Y habría que señalar que Libia no fue el único objeto de esta paulatina infiltración, que acaba en una guerra civil. En Siria todavía no ha tenido lugar lo peor: un caos absoluto y la desaparición del Estado como tal.
Sin embargo, contra Damasco también se aplica el esquema ya rodado: Estados Unidos no parece tomar cartas en el asunto, pero (para gozo de Catar, Arabia Saudí y demás países interesados) impone sanciones y “envía mensajes” de que el presidente sirio Bashar Al Asad es un dictador que ha de marcharse voluntariamente.
Un diplomático que obra sin llamar la atención
Casi en los mismos momentos en que la muchedumbre estaba arrancando la bandera de Estados Unidos sobre su embajada en El Cairo, allí permanecía Al Ajdar Brahimi, el nuevo enviado especial de la ONU y de la Liga de Estados Árabes para Siria. Es un diplomático muy respetado en los círculos profesionales, que consiguió parar la guerra de Líbano y aportó mucho al restablecimiento de la paz en Afganistán e Irak.
Su rasgo particular es que trabaja sin llamar la atención. Declaró no contar con alcanzar ningún éxito significativo en Siria y procuró dejar de ser protagonista de las noticias del día. Incluso el inicio de su misión en El Cairo se celebró sin ruido alguno, nada que ver con el inicio de la misión de Kofi Annan.
La misión de Annan fracasó por haber estado demasiado pendiente de la postura de los principales agentes geopolíticos: los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, que habían de persuadir a los dos bandos a sentarse a la mesa de las negociaciones. Moscú y Pekín eran capaces de conseguir el consentimiento del presidente Al Asad y de hecho lo lograron, mientras que Estados Unidos tenía que influir en la oposición, pero no lo hizo. Fue a causa de las mencionadas señales ambiguas y también por su papel de segundo orden en el cambio de los regímenes en la región dedicados a apoyar a Arabia Saudí, Catar y los demás protagonistas.
Como resultado, durante la votación en el Consejo de Seguridad Rusia y China recurrieron a su derecho al veto, bloqueando la postura de EEUU, Francia y Reino Unido, que a su vez hicieron lo mismo. De esta forma, las grandes potencias quedaron excluidas de la participación en el desarrollo de los acontecimientos en la región.
Por esta razón Al Ajdar Brahimi empezó por entrevistarse en El Cairo con las fuerzas que sí tienen peso en la situación: la semana pasada celebró una reunión con los viceministros de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí y de Turquía, así como con los principales participantes en el conflicto sirio por parte de la oposición; también con Irán, como socio clave del régimen de Al Asad; y con Egipto, que promovió esta iniciativa.
La nueva estrella de la diplomacia mesoriental, el actual presidente de Egipto, Mohamed Mursi, formuló la idea de la reunión de los verdaderos rivales de la guerra en Siria durante su participación en la Cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica en La Meca y más tarde en la Cumbre del Movimiento de los Países No Alineados en Teherán.
Su iniciativa no tardó en ponerse en práctica, dado que Egipto y Arabia Saudí también se dieron cuenta de que el cambio del régimen en Siria no se llevará a cabo con tanta rapidez como en Libia. En los últimos días las tropas leales al actual Gobierno sirio y la parte de la población que lo apoya defendieron de los ataques las ciudades más importantes del país, Damasco y Alepo. Y no tienen la menor intención de rendirse.
Ello significa que las partes contrincantes están en el momento perfecto para intentar llegar a una fórmula de compromiso o, por lo menos, sentarse a negociar.
Los resultados de la reunión en El Cairo serán transmitidos al presidente Al Asad.
Y el problema de Estados Unidos en la región son unas declaraciones que no eran las adecuadas. Se llegó a decir que habría que encontrar entre la oposición siria algunas fuerzas proamericanas, porque de lo contrario, los extremistas podrían hacerse con el poder en el país: hablamos de gente como los asesinos del embajador Chris Stevens. Pero estas señales eran casi imperceptibles, tanto que ni siquiera los electores las captaron.
Dmitri Kósirev