Concluido a finales de 2015 en la capital francesa por más de 190 países bajo los auspicios de la ONU, este acuerdo tiene por objetivo limitar el ascenso de la temperatura mundial reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero.
Una retirada estadounidense sería una verdadera deflagración, 18 meses después de lograrse este acuerdo histórico del que Pekín y Washington, bajo la presidencia de Obama, fueron los arquitectos centrales.
"Anunciaré mi decisión sobre el acuerdo de París en los próximos días. ¡DEVOLVER LA GRANDEZA A ESTADOS UNIDOS!", tuiteó Donald Trump, sin dar mas precisiones sobre el tema. La Casa Blanca, por su parte, no hizo declaraciones.
La cuestión dividió profundamente a la cumbre del G7 que acaba de concluir en Sicilia, donde todos los participantes, a excepción del inquilino de la Casa Blanca, reafirmaron su compromiso con este acuerdo sin precedentes.
"¡Tomaré mi decisión final sobre el acuerdo de París la semana próxima!", dijo en un tuit el presidente estadounidense tras la cumbre.
Durante su campaña electoral, el hombre de negocios, que insistió en querer poner fin a la "guerra contra el carbón", prometió "anular" este acuerdo.
Pero tras su llegada a la Casa Blanca el 20 de enero, emitió señales contradictorias, reflejo de las corrientes contrarias que atraviesa su administración sobre la cuestión del clima y sobre el papel de Estados Unidos en el mundo y su relación con el multilateralismo.
El director de la agencia estadounidense de protección del ambiente (EPA), Scott Pruitt, se pronunció abiertamente a favor de una salida del acuerdo, considerando que era "malo" para Estados Unidos.
El mundo de los negocios se pronunció, en su gran mayoría, a favor de un mantenimiento en el acuerdo de París y una docena de grandes grupos como la petrolera estadounidense ExxonMobil, el gigante agroquímico estadounidense DuPont, Google, Intel o Microsoft, presionaron a Donald Trump para que no dejara de lado el acuerdo.
Una solución puesta en relieve por algunos responsables de la administración era mantenerse en el acuerdo, al mismo tiempo que se relanzaba un examen de los objetivos estadounidenses.
Esto habría permitido a Estados Unidos mantener una silla en la mesa de negociaciones mientras enviaba, internamente, la señal de una cierta ruptura con la administración demócrata de Barack Obama.
Contrariamente al protocolo de Kioto (1997), el acuerdo concluido en París no fija objetivos obligatorios por país, sino que los compromisos nacionales reposan sobre una base voluntaria.
El objetivo de Estados Unidos, fijado por la administración Obama, es reducir del 26% al 28% sus emisiones de gas invernadero de aquí a 2025 con respecto a 2005.
La administración Trump ha denunciado en repetidas ocasiones estos objetivos considerándolos demasiado elevados.
"Sabemos que los niveles a los que la administración precedente se comprometió serían muy incapacitantes para el crecimiento económico estadounidense", indicó Gary Cohn, consejero económico de Trump.
Según un informe de la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena) de esta semana, el número de personas empleadas en este sector ha pasado de 7 millones en 2012 a 9,8 millones en 2016, cifra que de aquí a 2030 podría alcanzar los 24 millones, "compensando (así) las pérdidas de empleos en el sector de los combustibles fósiles".
Más allá de la cuestión económica, se encuentra la posición de Trump sobre el cambio climático, objeto de una polémica científica.
Interrogado el martes sobre este tema, el portavoz de la presidencia estadounidense, Sean Spicer, se mostró muy evasivo.
¿El presidente cree en el impacto de las actividades humanas en el cambio climático, tema que es objeto de un amplio consenso científico?
"No puedo decirlo, no le he preguntado", respondió Spicer.
Las voces críticas con la teoría del calentamiento causado por las actividades humanas no suelen verse reflejadas en los medios de comunicación.
Una retirada estadounidense sería una verdadera deflagración, 18 meses después de lograrse este acuerdo histórico del que Pekín y Washington, bajo la presidencia de Obama, fueron los arquitectos centrales.
"Anunciaré mi decisión sobre el acuerdo de París en los próximos días. ¡DEVOLVER LA GRANDEZA A ESTADOS UNIDOS!", tuiteó Donald Trump, sin dar mas precisiones sobre el tema. La Casa Blanca, por su parte, no hizo declaraciones.
La cuestión dividió profundamente a la cumbre del G7 que acaba de concluir en Sicilia, donde todos los participantes, a excepción del inquilino de la Casa Blanca, reafirmaron su compromiso con este acuerdo sin precedentes.
"¡Tomaré mi decisión final sobre el acuerdo de París la semana próxima!", dijo en un tuit el presidente estadounidense tras la cumbre.
Durante su campaña electoral, el hombre de negocios, que insistió en querer poner fin a la "guerra contra el carbón", prometió "anular" este acuerdo.
Pero tras su llegada a la Casa Blanca el 20 de enero, emitió señales contradictorias, reflejo de las corrientes contrarias que atraviesa su administración sobre la cuestión del clima y sobre el papel de Estados Unidos en el mundo y su relación con el multilateralismo.
El director de la agencia estadounidense de protección del ambiente (EPA), Scott Pruitt, se pronunció abiertamente a favor de una salida del acuerdo, considerando que era "malo" para Estados Unidos.
El mundo de los negocios se pronunció, en su gran mayoría, a favor de un mantenimiento en el acuerdo de París y una docena de grandes grupos como la petrolera estadounidense ExxonMobil, el gigante agroquímico estadounidense DuPont, Google, Intel o Microsoft, presionaron a Donald Trump para que no dejara de lado el acuerdo.
- 'Incapacidad' para el crecimiento -
Una solución puesta en relieve por algunos responsables de la administración era mantenerse en el acuerdo, al mismo tiempo que se relanzaba un examen de los objetivos estadounidenses.
Esto habría permitido a Estados Unidos mantener una silla en la mesa de negociaciones mientras enviaba, internamente, la señal de una cierta ruptura con la administración demócrata de Barack Obama.
Contrariamente al protocolo de Kioto (1997), el acuerdo concluido en París no fija objetivos obligatorios por país, sino que los compromisos nacionales reposan sobre una base voluntaria.
El objetivo de Estados Unidos, fijado por la administración Obama, es reducir del 26% al 28% sus emisiones de gas invernadero de aquí a 2025 con respecto a 2005.
La administración Trump ha denunciado en repetidas ocasiones estos objetivos considerándolos demasiado elevados.
"Sabemos que los niveles a los que la administración precedente se comprometió serían muy incapacitantes para el crecimiento económico estadounidense", indicó Gary Cohn, consejero económico de Trump.
Según un informe de la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena) de esta semana, el número de personas empleadas en este sector ha pasado de 7 millones en 2012 a 9,8 millones en 2016, cifra que de aquí a 2030 podría alcanzar los 24 millones, "compensando (así) las pérdidas de empleos en el sector de los combustibles fósiles".
Más allá de la cuestión económica, se encuentra la posición de Trump sobre el cambio climático, objeto de una polémica científica.
Interrogado el martes sobre este tema, el portavoz de la presidencia estadounidense, Sean Spicer, se mostró muy evasivo.
¿El presidente cree en el impacto de las actividades humanas en el cambio climático, tema que es objeto de un amplio consenso científico?
"No puedo decirlo, no le he preguntado", respondió Spicer.
Las voces críticas con la teoría del calentamiento causado por las actividades humanas no suelen verse reflejadas en los medios de comunicación.