Apoyado sobre su bastón, este anciano se gira lentamente, dejando a su espalda el vaivén de los vehículos blindados que conducen a los soldados iraquíes a combatir contra los yihadistas de la organización Estado Islámico (EI), situados algunos metros más lejos. Las planchas metálicas deshilachadas y los ovillos de hilos eléctricos, cuelgan hasta el suelo.
La elevada puerta metálica de su casa esconde un inesperado oasis en medio de la desolación del barrio de al-Rifaï: un jardín con palmeras, plantas, balancines... Sin embargo, algunos detalles perturban este refugio verdoso. En la fuente sobre la escalinata, los trozos de tejas han remplazado al agua, el toldo que protege la escalinata deja pasar la luz a través de grandes agujeros y algunos escombros de lavabos, sillas y lamparas están amontonados en un rincón.
"Mi casa es mi vida. Mi patria, mi bienestar", afirma este director de empresa de 70 años de edad, que vive con su mujer, su hija, su perro y un pequeño gato.
Partir era inconcebible. "Tengo una vértebra fracturada, ¿dónde quiere que vaya?", comenta. "Incluso si fuera a casa de mis hermanos, sería una carga (...). Construí mi casa en 1985. Trabajo desde que tengo diez años, esto es el fruto de 60 años de esfuerzo", insiste.
Solamente se marchó tres días a finales de la semana pasada, obligado por los combatientes del EI que trataban de contener el avance de las tropas iraquíes. Desde hace ocho meses, estas últimas están llevando a cabo una ofensiva para recuperar la segunda ciudad de Irak, que fue conquistada por los yihadistas en junio de 2014.
No se fue muy lejos, a casa de sus vecinos, un poco más abajo en la misma calle. Volvió el miércoles de madrugada. "Éramos 140 personas allí, no sé cómo hicimos para dormir. Tenía ganas de volver", cuenta este hombre mayor.
Su acogedora casa es un testimonio de su éxito, gracias a su empresa de azulejos que está en Gogjali, periferia de Mosul que fue liberada a mediados de enero y de la que no tiene noticias.
En su salón, este amante de las antigüedades ha reunido jarrones y porcelanas de todos los tamaños. Algunos no resistieron a un cohete que agujereó el techo y los suelos del piso superior y de la planta baja, por lo que tienen que alojarse en el sótano.
Sin embargo, Moafak al-Obeidi no puede hacer nada. Los violentos combates que resuenan dentro de su casa significan el fin de una vida de penurias y de violencia.
"No veo un tomate o un huevo desde hace cuatro meses. Cosas tan simples como una cebolla -si la encuentras- cuestan 20.000 dinares el kilo (cerca de 15 euros), una pequeña botella de aceite, son 35.000 dinares (25 euros)", se lamenta.
Con la mirada negra bajo su barba blanca, el puño cerrado en su 'dishdasha' (vestido largo) gris, maldice e insulta a los yihadistas. "Las personas vulgares, despreciables y sin piedad que no respetan a nadie". Y que han usado su querida casa como base de combate.
"Cuando tuve que irme, olvidé mi cartera con mis papeles y mi pasaporte. Tuve que volver y había un coche en el garaje. Estoy seguro de que era un coche bomba", comenta.
Días después, al volver al barrio, descubrió su sótano lleno de cohetes.
Su zona está a punto de ser liberada pero "no queda nadie". "Todo el mundo se ha ido. Lloré viendo a las personas pasar, llevando a los heridos, gente de 90 años", dice.
La elevada puerta metálica de su casa esconde un inesperado oasis en medio de la desolación del barrio de al-Rifaï: un jardín con palmeras, plantas, balancines... Sin embargo, algunos detalles perturban este refugio verdoso. En la fuente sobre la escalinata, los trozos de tejas han remplazado al agua, el toldo que protege la escalinata deja pasar la luz a través de grandes agujeros y algunos escombros de lavabos, sillas y lamparas están amontonados en un rincón.
"Mi casa es mi vida. Mi patria, mi bienestar", afirma este director de empresa de 70 años de edad, que vive con su mujer, su hija, su perro y un pequeño gato.
Partir era inconcebible. "Tengo una vértebra fracturada, ¿dónde quiere que vaya?", comenta. "Incluso si fuera a casa de mis hermanos, sería una carga (...). Construí mi casa en 1985. Trabajo desde que tengo diez años, esto es el fruto de 60 años de esfuerzo", insiste.
Solamente se marchó tres días a finales de la semana pasada, obligado por los combatientes del EI que trataban de contener el avance de las tropas iraquíes. Desde hace ocho meses, estas últimas están llevando a cabo una ofensiva para recuperar la segunda ciudad de Irak, que fue conquistada por los yihadistas en junio de 2014.
No se fue muy lejos, a casa de sus vecinos, un poco más abajo en la misma calle. Volvió el miércoles de madrugada. "Éramos 140 personas allí, no sé cómo hicimos para dormir. Tenía ganas de volver", cuenta este hombre mayor.
- 'No queda nadie' -
Su acogedora casa es un testimonio de su éxito, gracias a su empresa de azulejos que está en Gogjali, periferia de Mosul que fue liberada a mediados de enero y de la que no tiene noticias.
En su salón, este amante de las antigüedades ha reunido jarrones y porcelanas de todos los tamaños. Algunos no resistieron a un cohete que agujereó el techo y los suelos del piso superior y de la planta baja, por lo que tienen que alojarse en el sótano.
Sin embargo, Moafak al-Obeidi no puede hacer nada. Los violentos combates que resuenan dentro de su casa significan el fin de una vida de penurias y de violencia.
"No veo un tomate o un huevo desde hace cuatro meses. Cosas tan simples como una cebolla -si la encuentras- cuestan 20.000 dinares el kilo (cerca de 15 euros), una pequeña botella de aceite, son 35.000 dinares (25 euros)", se lamenta.
Con la mirada negra bajo su barba blanca, el puño cerrado en su 'dishdasha' (vestido largo) gris, maldice e insulta a los yihadistas. "Las personas vulgares, despreciables y sin piedad que no respetan a nadie". Y que han usado su querida casa como base de combate.
"Cuando tuve que irme, olvidé mi cartera con mis papeles y mi pasaporte. Tuve que volver y había un coche en el garaje. Estoy seguro de que era un coche bomba", comenta.
Días después, al volver al barrio, descubrió su sótano lleno de cohetes.
Su zona está a punto de ser liberada pero "no queda nadie". "Todo el mundo se ha ido. Lloré viendo a las personas pasar, llevando a los heridos, gente de 90 años", dice.