El Loira, además de un cauce fluvial, es también una de las grandes rutas cicloturistas de Europa. 600 kilómetros de carriles señalizados para hacer con dos ruedas entre Sully-sur-Loire y la desembocadura en el Atlántico. Más otros 200 en construcción que se inaugurarán en breve y que permitirán llegar por la cabecera hasta Cuffy-dans-le-Cher y por abajo hasta Saint-Brevin-les-Pins, ya en la costa del departamento del Loire-Atlantique. Una orgía visual para el cicloturista que a golpe de pedal puede descubrir, por ejemplo, la abadía de Fontevraud, uno de los más grandes recintos monásticos de Europa, donde están enterrados tres reyes fundamentales en la historia francesa, Enrique II, Ricardo Corazón de León y Leonor de Aquitania. O los viñedos delicadamente cultivados de Saumur o Savennières. Y los campanarios románicos que despuntan sobre la campiña ondulada. O las innumerables mansiones civiles, los pequeños châteaux aún habitados, que salpican los bosques de coníferas. Un paisaje perfecto. Un escenario de ensueño. La grandeur de la France alineada en torno a un valle declarado desde 2000 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Se pueden alquilar bicicletas (mucho más recomendable que llevar la propia) en las oficinas de turismo de las ciudades grandes (Orleans, Tours, Blois, Saumur, Angers, Nantes), donde también tienen central de reserva de alojamiento online. Muchos hoteles dejan o alquilan asimismo bicicletas a sus clientes y les asesoran para hacer rutas circulares, volviendo a pernoctar cada noche al establecimiento.
Río abajo, la primera gran ciudad que cruza La Loire à vélo es Orleans, un buen sitio para empezar porque hay comunicación directa con España gracias al tren-hotel Madrid-París, que tiene parada aquí. Entre Orleans y Blois, la segunda gran urbe, la ruta se desvía del cauce para pasar por delante de Chambord, el sueño megalómano del rey Francisco I. Si tenemos en cuenta que, pese a sus dimensiones, era un pabellón de caza, el origen de la Revolución Francesa se comprende más fácilmente. Tras Blois, un nuevo desvío para ver el castillo de Chenonceaux, la otra gran postal del Loira, aunque está sobre uno de sus afluentes, el Cher.
Luego viene la abadía de Fontevraud, y el paisaje cambia. Llega la gran zona vinícola de Saumur. Las colinas se llenan de viñedos pulcramente alineados. Hay muchos carteles de viticultores que ofrecen degustación y venta directa de sus caldos. Y campanarios puntiagudos sobre basamentos románicos que emergen como pararrayos de piedra sobre este paisaje hechizante. Unos kilómetros deliciosos para hacer al atardecer, cuando el sol barniza de oro las cepas. Sólo se oye el trino de los pájaros, miles de pájaros. Una sinfonía que impresiona.
En Turquant llega una de las primeras grandes cuestas del carril bici. Es corta, pero muy pronunciada, y sube hasta la base de una pared blanca con muchas viviendas trogloditas, reconvertidas ahora en atelier de artesanos y en salas de exposiciones de artistas de la comarca. Se trata de una de las principales canteras de toba, la piedra de un color extraordinariamente blanco característica de esta región de Saumur con la que se han construido casi todos los palacios e iglesias del Loira. Es la piedra real, que convenientemente trabajada da una blancura y una resistencia fuera de lo común. Por eso los châteaux del Loira tienen ese aspecto casi de decorado, como si estuvieran hechos con piedra artificial, la misma con la que hacen los enanitos de jardín. Y los interiores de las iglesias son tan luminosos: a la luz que entra por las vidrieras góticas hay que añadir el fulgor que refleja esa toba de Saumur, tan apreciada desde la antigüedad.
La salida de Saumur lleva por un vericueto de caminos vecinales para luego bajar a la ribera del río y continuar en un precioso tramo de tierra en paralelo al Loira. Gennes no tiene grandes atractivos, pero sí un gran puente que cruza el Loira hacia Les Rosiers-sur-Loire. Sí los tiene, un poco más adelante, Le Thoureil, uno de los pueblos más coquetos de esta zona del Loira medio, con mansiones que fueron antiguos almacenes y negocios de comerciantes holandeses, quienes controlaban desde aquí el comercio de vino y cereales por el cauce del Loira en el siglo XVI. Pese a que el Loira es un río bravo y cambiante, con muchas islas y bajos de arena que impedían durante más de la mitad del año la navegación, se calcula que unas 6.000 barcazas surcaban en aquella época anualmente el río en un auténtico puente navegable entre Nantes y Orleans que generaba gran riqueza para la comarca. Hoy no queda nada de aquel trasiego naval, pero aún se ven amarradas en los muelles adoquinados muchas barquitas de recreo construidas en madera, a la usanza de antaño, para la pesca artesanal o los paseos turísticos.
La Loire à vélo se aproxima ya a su final, en la desembocadura del río. Queda uno de los tramos más salvajes y solitarios, el que va de Angers a Nantes. Es el preferido de los amantes de la naturaleza: aquí ya no hay grandes poblaciones ni fastuosos castillos. Pero sí marismas, bosques, pequeñas aldeas y mucha llanura agrícola. La misma salida de Angers es muy atractiva: por zonas de bosques y carriles bici pegados al río Maine hasta la desembocadura en el Loira, donde hay varios restaurantes muy agradables para cenar en las noches de verano de cara a ambos ríos y nada frecuentados por el turismo.
Tras Nantes, la señalización lleva a Couëron y Paimboeuf, donde de momento acaba la ruta en bicicleta. El Loira se entrega poco después, en St-Nazaire, al Atlántico. Detrás queda un valle famoso por sus castillos de hadas. Y la experiencia de haber descubierto una de las regiones emblemáticas de Francia en bicicleta. Que es una manera muy sabia de descubrir territorios.
Horas y kilómetros
¿Cómo es La Loire à vélo? Pues cambiante. No se trata de un carril bici único y exclusivo para ciclistas. El 70% del recorrido se hace por pequeños caminos vecinales asfaltados y con poco tráfico. El resto son carriles construido ex profeso para los ciclistas o caminos de sirga con tierra apisonada paralelos al cauce fluvial. Todo perfectamente señalizado en ambos sentidos, con paneles verdes con el logo de una bici y distancias en horas y kilómetros. ¿Y quién puede hacerlo? Pues todo el mundo. La señalización y las infraestructuras están preparadas tanto para el que quiera hacer de un tirón los 600 kilómetros entre Orleans y la desembocadura (unos 10 o 12 días a buen ritmo) como para los que quieran hacer pequeñas rutas temáticas. Por ejemplo, los 12 kilómetros entre Couargues y La Chapelle-Montlinard, perfectos para hacer con niños, ya que no pueden acceder coches. O los 20 kilómetros entre Le Pellerin y Paimboeuf, ya casi en la desembocadura, que discurren por diques de contención construidos en el siglo XIX para regular la navegabilidad del río y que incluyen la travesía del cauce en antiguos transbordadores.Se pueden alquilar bicicletas (mucho más recomendable que llevar la propia) en las oficinas de turismo de las ciudades grandes (Orleans, Tours, Blois, Saumur, Angers, Nantes), donde también tienen central de reserva de alojamiento online. Muchos hoteles dejan o alquilan asimismo bicicletas a sus clientes y les asesoran para hacer rutas circulares, volviendo a pernoctar cada noche al establecimiento.
Río abajo, la primera gran ciudad que cruza La Loire à vélo es Orleans, un buen sitio para empezar porque hay comunicación directa con España gracias al tren-hotel Madrid-París, que tiene parada aquí. Entre Orleans y Blois, la segunda gran urbe, la ruta se desvía del cauce para pasar por delante de Chambord, el sueño megalómano del rey Francisco I. Si tenemos en cuenta que, pese a sus dimensiones, era un pabellón de caza, el origen de la Revolución Francesa se comprende más fácilmente. Tras Blois, un nuevo desvío para ver el castillo de Chenonceaux, la otra gran postal del Loira, aunque está sobre uno de sus afluentes, el Cher.
Luego viene la abadía de Fontevraud, y el paisaje cambia. Llega la gran zona vinícola de Saumur. Las colinas se llenan de viñedos pulcramente alineados. Hay muchos carteles de viticultores que ofrecen degustación y venta directa de sus caldos. Y campanarios puntiagudos sobre basamentos románicos que emergen como pararrayos de piedra sobre este paisaje hechizante. Unos kilómetros deliciosos para hacer al atardecer, cuando el sol barniza de oro las cepas. Sólo se oye el trino de los pájaros, miles de pájaros. Una sinfonía que impresiona.
En Turquant llega una de las primeras grandes cuestas del carril bici. Es corta, pero muy pronunciada, y sube hasta la base de una pared blanca con muchas viviendas trogloditas, reconvertidas ahora en atelier de artesanos y en salas de exposiciones de artistas de la comarca. Se trata de una de las principales canteras de toba, la piedra de un color extraordinariamente blanco característica de esta región de Saumur con la que se han construido casi todos los palacios e iglesias del Loira. Es la piedra real, que convenientemente trabajada da una blancura y una resistencia fuera de lo común. Por eso los châteaux del Loira tienen ese aspecto casi de decorado, como si estuvieran hechos con piedra artificial, la misma con la que hacen los enanitos de jardín. Y los interiores de las iglesias son tan luminosos: a la luz que entra por las vidrieras góticas hay que añadir el fulgor que refleja esa toba de Saumur, tan apreciada desde la antigüedad.
El edicto de Nantes
En Montsoreau se alza otro soberbio castillo que vigila el Loira. Y otro más en Saumur, un pueblo que vivió la tolerancia entre católicos y protestantes en plena guerra de religiones del siglo XVI gracias al edicto de Nantes, y en el que hubo una famosa academia en la que se impartían filosofía, matemáticas y otras ciencias. Todavía quedan torreones de la vieja muralla incrustados en el entramado urbano y muchas placitas peatonales en las que sentarse por la noche, en la terraza de una brasserie, a descansar de un día de pedaleo con una buena dosis de gastronomía local.La salida de Saumur lleva por un vericueto de caminos vecinales para luego bajar a la ribera del río y continuar en un precioso tramo de tierra en paralelo al Loira. Gennes no tiene grandes atractivos, pero sí un gran puente que cruza el Loira hacia Les Rosiers-sur-Loire. Sí los tiene, un poco más adelante, Le Thoureil, uno de los pueblos más coquetos de esta zona del Loira medio, con mansiones que fueron antiguos almacenes y negocios de comerciantes holandeses, quienes controlaban desde aquí el comercio de vino y cereales por el cauce del Loira en el siglo XVI. Pese a que el Loira es un río bravo y cambiante, con muchas islas y bajos de arena que impedían durante más de la mitad del año la navegación, se calcula que unas 6.000 barcazas surcaban en aquella época anualmente el río en un auténtico puente navegable entre Nantes y Orleans que generaba gran riqueza para la comarca. Hoy no queda nada de aquel trasiego naval, pero aún se ven amarradas en los muelles adoquinados muchas barquitas de recreo construidas en madera, a la usanza de antaño, para la pesca artesanal o los paseos turísticos.
Blanca de Castilla
Por uno de esos diques de contención que se hicieron para domesticar el Loira se llega a Angers, la penúltima gran concentración urbana del Loira, aunque en realidad la ciudad está a orillas del Maine, uno de sus principales afluentes. En Angers vuelve a haber todo tipo de facilidades para el cicloturista (oficina de turismo, alquiler de bicis, buenos sitios para comer o dormir). Y por supuesto, otro castillo. Éste está considerado el abuelo de todos y tiene más pinta de fortaleza militar que de pabellón de recreo de nobleza despreocupada. Lo mandó construir una reina española, Blanca de Castilla, viuda de Luis VIII y madre de Luis IX, para defender su reino de las invasiones de los bretones. Pese a su tamaño y la solidez de sus 17 torres, fue levantado en sólo 10 años con piedra negra volcánica, la que predomina en esta región de Angers, y que contribuye a dar un sabor especial a sus vinos. Pero la reina se reservó una esquina del presupuesto para comprar piedra blanca real de Saumur y construir con ella la puerta principal, la que aún lleva su nombre.La Loire à vélo se aproxima ya a su final, en la desembocadura del río. Queda uno de los tramos más salvajes y solitarios, el que va de Angers a Nantes. Es el preferido de los amantes de la naturaleza: aquí ya no hay grandes poblaciones ni fastuosos castillos. Pero sí marismas, bosques, pequeñas aldeas y mucha llanura agrícola. La misma salida de Angers es muy atractiva: por zonas de bosques y carriles bici pegados al río Maine hasta la desembocadura en el Loira, donde hay varios restaurantes muy agradables para cenar en las noches de verano de cara a ambos ríos y nada frecuentados por el turismo.
Tras Nantes, la señalización lleva a Couëron y Paimboeuf, donde de momento acaba la ruta en bicicleta. El Loira se entrega poco después, en St-Nazaire, al Atlántico. Detrás queda un valle famoso por sus castillos de hadas. Y la experiencia de haber descubierto una de las regiones emblemáticas de Francia en bicicleta. Que es una manera muy sabia de descubrir territorios.