
El domingo antes del amanecer, un soldado del contingente estadounidense de la fuerza internacional de la OTAN dejó su base en la provincia de Kandahar, fuertemente armado, y mató a los ocupantes de dos casas de aldeas cercanas, entre ellos a nueve niños y tres mujeres, para luego quemar sus cuerpos.
Los talibanes juraron vengar el hecho y prometieron intensificar sus ataques contra los "estadounidenses salvajes y enfermos mentales".
Estados Unidos prometió una exhaustiva investigación de lo sucedido.
El presidente Barack Obama telefoneó el mismo domingo al presidente afgano, Hamid Karzai, "para expresarle su consternación y tristeza" por la masacre y asegurarle el compromiso de su gobierno para establecer los hechos lo más rápidamente posible y para responsabilizar" a quienes corresponda, dijo la Casa Blanca.