Rememorando a sus antepasados, que en la época colonial se vestían de rojo y lucían caretas con la imagen del espíritu del mal, la población se disfrazó de demonios para celebrar desde el 1 de enero la denominada "diablada pillareña", declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de Ecuador en 2009.
Revestidos de insolencia y acompañados de bandas de música popular, los diablos, con látigo en mano, se dedicaron a asustar a la gente con rostros de prominentes narices y mentones, de las que salen numerosos cuernos y grandes dientes agudos.
"Mientras más cuernos, más poder", explicó a la AFP Paulina Ramírez, quien heredó de su madre Hilda Molina el gusto de elaborar las caretas.
Para el director de Cultura del municipio de Píllaro, Italo Espín, los aborígenes quichuas tomaron la imagen del diablo, con la que habían sido atemorizados por los misioneros en su afán evangelizador, para demostrar la indignación y el desprecio por el sometimiento de sus patrones.
La "diablada", una de las manifestaciones culturales más importantes de Ecuador, se desarrolla al margen del ámbito religioso en Píllaro, donde la gran mayoría de sus 35.000 habitantes son católicos, como en el resto del país.
"Al padrecito (sacerdote principal) no le gustan los diablos, por eso más bien prefiere irse de aquí por estos días", dijo a la AFP don Luis, quien vive a un costado de la iglesia y asegura que durante la "diablada" solo hay misa "bien temprano", oficiada por otro sacerdote, más flexible con la tradición.
"El resto del día pasan cerradas las puertas del templo para los fieles, que están en las calles a la espera del paso de las comparsas", agregó.
Mario Velastegui es uno de los tantos pillareños que se dedican a la fabricación de las caretas con cráneos de cerdos, cuernos de toros y corderos, cabezas de pirañas embalsamadas, mandíbulas de perros y tiburones, y otros huesos de animales que talla para darles extrañas formas.
"Una careta puede llegar a pesar hasta 15 libras (7 kg) y costar unos 150 dólares", indicó Velastegui, quien entre sus obras muestra unos 'chupa sangre' con forma de dragón.
Afuera de su taller, donde los desfiles parecen no tener fin, centenas de diablos pasan delante de una ventana, en cuyo vidrio hay una decena de cédulas de identidad de personas a quienes "se busca por indelicadas".
"Es gente que alquiló disfraces y no los ha devuelto. Las cédulas quedan de garantía, pero ahí están", indicó el hombre, para quien el reto es hacer caretas "cada vez más terroríficas".
"La diablada es un fenómeno social. Antes se disfrazaban los de bajo estrato y hasta utilizaban animales vivos como cuyes (conejillos de indias) para asustar, echándolos a la cara de la gente", expresó un pillareño ataviado con una máscara sintética, de las que "más que espantar dan risa", según sus propias palabras.
Añadió que "hoy, todo el mundo participa, ya no hay diferencias sociales, subió el nivel, y hasta los niños ya no tienen miedo de hacerlo".
Píllaro, a 160 km al sur de Quito y a 2.850 metros de altitud, se prepara durante tres meses para dar rienda suelta a la "diablada", cuyos orígenes se remontan a la colonia en que los aborígenes, bajo el anonimato, se burlaban de los tiranos, según referencias históricas del Instituto de Patrimonio Cultural.
Pero también se cuenta que surgió en las comunidades pillareñas de Tunguipamba y Marcos Espinel, donde los hombres enamorados se disfrazaban para ahuyentar a sus rivales.
La "diablada" incluye otros personajes como las 'parejas en línea' (patronos opresores), 'guarichas' (hombres disfrazados de mujeres de dudosa reputación que llevan un muñeco, el cual simboliza a su hijo, y que brindan licor) y los 'capariches' (que abren el desfile bailando y barriendo las calles con una escoba de plantas naturales).
Revestidos de insolencia y acompañados de bandas de música popular, los diablos, con látigo en mano, se dedicaron a asustar a la gente con rostros de prominentes narices y mentones, de las que salen numerosos cuernos y grandes dientes agudos.
"Mientras más cuernos, más poder", explicó a la AFP Paulina Ramírez, quien heredó de su madre Hilda Molina el gusto de elaborar las caretas.
Para el director de Cultura del municipio de Píllaro, Italo Espín, los aborígenes quichuas tomaron la imagen del diablo, con la que habían sido atemorizados por los misioneros en su afán evangelizador, para demostrar la indignación y el desprecio por el sometimiento de sus patrones.
La "diablada", una de las manifestaciones culturales más importantes de Ecuador, se desarrolla al margen del ámbito religioso en Píllaro, donde la gran mayoría de sus 35.000 habitantes son católicos, como en el resto del país.
"Al padrecito (sacerdote principal) no le gustan los diablos, por eso más bien prefiere irse de aquí por estos días", dijo a la AFP don Luis, quien vive a un costado de la iglesia y asegura que durante la "diablada" solo hay misa "bien temprano", oficiada por otro sacerdote, más flexible con la tradición.
"El resto del día pasan cerradas las puertas del templo para los fieles, que están en las calles a la espera del paso de las comparsas", agregó.
Mario Velastegui es uno de los tantos pillareños que se dedican a la fabricación de las caretas con cráneos de cerdos, cuernos de toros y corderos, cabezas de pirañas embalsamadas, mandíbulas de perros y tiburones, y otros huesos de animales que talla para darles extrañas formas.
"Una careta puede llegar a pesar hasta 15 libras (7 kg) y costar unos 150 dólares", indicó Velastegui, quien entre sus obras muestra unos 'chupa sangre' con forma de dragón.
Afuera de su taller, donde los desfiles parecen no tener fin, centenas de diablos pasan delante de una ventana, en cuyo vidrio hay una decena de cédulas de identidad de personas a quienes "se busca por indelicadas".
"Es gente que alquiló disfraces y no los ha devuelto. Las cédulas quedan de garantía, pero ahí están", indicó el hombre, para quien el reto es hacer caretas "cada vez más terroríficas".
"La diablada es un fenómeno social. Antes se disfrazaban los de bajo estrato y hasta utilizaban animales vivos como cuyes (conejillos de indias) para asustar, echándolos a la cara de la gente", expresó un pillareño ataviado con una máscara sintética, de las que "más que espantar dan risa", según sus propias palabras.
Añadió que "hoy, todo el mundo participa, ya no hay diferencias sociales, subió el nivel, y hasta los niños ya no tienen miedo de hacerlo".
Píllaro, a 160 km al sur de Quito y a 2.850 metros de altitud, se prepara durante tres meses para dar rienda suelta a la "diablada", cuyos orígenes se remontan a la colonia en que los aborígenes, bajo el anonimato, se burlaban de los tiranos, según referencias históricas del Instituto de Patrimonio Cultural.
Pero también se cuenta que surgió en las comunidades pillareñas de Tunguipamba y Marcos Espinel, donde los hombres enamorados se disfrazaban para ahuyentar a sus rivales.
La "diablada" incluye otros personajes como las 'parejas en línea' (patronos opresores), 'guarichas' (hombres disfrazados de mujeres de dudosa reputación que llevan un muñeco, el cual simboliza a su hijo, y que brindan licor) y los 'capariches' (que abren el desfile bailando y barriendo las calles con una escoba de plantas naturales).