Barcelona, la ciudad de la noche sin fin


Barcelona, España. - Los primeros reporteros gráficos que cruzaron las praderas contaban que los ­sioux no se dejaban hacer fotos porque creían que las cámaras les robaban el alma. Los indios presentían que aquellas máquinas tenían magia, y estaban en lo cierto.



Uno de los exclusivos banquetes del hotel Ritz
Uno de los exclusivos banquetes del hotel Ritz
Una foto no es la reproducción inmóvil de un segundo: capta la esencia de sitios, momentos y personas. En las instantáneas quedan las miradas, los gestos, hasta se puede aventurar qué van a hacer los que quedan plasmados en ellas. Ahora, el libro Barcelona nocturna reúne 239 fotos y sus textos para explicar el espíritu de la Barcelona que surge cuando se oculta el sol, la ciudad de la noche sin fin.

Lluís Permanyer retrata en Barcelona nocturna las horas de la reina penumbra. Arranca en los años en que Europa era un campo de batalla con la I Guerra Mundial y llega hasta la época del franquismo. Los textos describen escenas, personas, lugares que perduran y otros que han desaparecido, y oficios extinguidos, todos unidos por la noche.

 

La obra se inicia con una innovación tecnológica que cambió el paisaje: la iluminación eléctrica, que irrumpió en la ciudad en los años veinte del pasado siglo y que aportó una visión totalmente diferente de, por ejemplo, el puerto o la Rambla; y que realzó monumentos como el Palau de la Música y el Arc de Triomf. Un adelanto que alcanzó su éxtasis con la Exposición Internacional de 1929, y que convirtió en iconos las fuentes de Buigas o el Palau Nacional.

La noche es lujo y miseria; es clasista y mestiza; es diversión y padecimiento. Y a veces todo a la vez. La noche es el glamour del Liceu y la prostitución más vil; es el teatro sesudo y el vodevil más disparatado; el baile más convencional y el más provocador. Todo ello queda dibujado en esta obra, una joyita del orfebre de la crónica ciudadana barcelonesa, de Lluís Permanyer.

En Barcelona nocturna vemos cómo al Liceu no solamente se iba a escuchar arias, sino a pasear la elegancia; como el Paral·lel concitó diversiones para cualquier gusto; cómo el cine irrumpió con fuerza en la ciudad, permitiendo a un público heterogéneo soñar con aventuras exóticas, galanes y bellezas de Hollywood; cómo triunfaron los cabarets, los cafés concierto y los quioscos de bebidas; los locales para bailar y aquellos cuya mercancía era el sexo.

En Barcelona, la noche era clasista, como en los exclusivos banquetes del hotel Ritz o las distinguidas cenas en La Rosaleda; o sórdida como en los prostíbulos y tabernas del barrio chino. Y sobre todo mestiza en sitios como La Criolla, a la que iba la gente bien y la gente de mala vida; unos buscando una dosis de canalleo y otros persiguiendo impregnarse de lo que ocurría de la Gran Via para arriba. Es también bailes elegantes como los de la Maison Dorée y chicas dispuestas a danzar con cualquier cliente en cabarets y bailes taxi, donde se compraban números para acceder con compañía a la pista.

Por las páginas del libro desfilan fantasmas del pasado, como el cine Kursaal, la sala Olympia (donde se organizaban de veladas musicales a circo o combates de boxeo) o el teatro Talía, luego Martínez Soria y ahora un solar. También nos damos cuenta de pasados esplendorosos como el del Arnau, ahora una ruina decadente, o el Café Español, cuya terraza no es ni la sombra de lo que fue. Y se homenajea a todos aquellos que convierten la noche en un espacio para todos: panaderos, camareros, personal de limpieza, taxistas, cocineros, y se recuerda algún oficio ya desaparecido, como el de sereno.

En la noche hay millonarios, truhanes, pijos, pisaverdes, perdularios, mujeres de mala nota y tipos sin ninguna; es artistas, barmans, periodistas y hombres de negocios. La noche es un tránsito continuo entre la memoria y la fantasía; se extingue cuando sale el sol, de la misma manera que la biografía de lugares y locales se va desvaneciendo con los años, evaporándose en la neblina del recuerdo. No se puede proclamar que cualquier tiempo pasado fue mejor: todos tienen su presente. Pero siempre queda la memoria del periodista y del fotógrafo. El jefe sioux Caballo Loco acabó con el general Custer, pero nunca se atrevió a enfrentarse a una cámara fotográfica: temía su hechizo. Sin embargo, gracias a esta magia y a la pluma del escritor hoy podemos rememorar la Barcelona nocturna. Cambian los gustos, cambian las gentes, cambia la forma de divertirse, pero aún vive la Barcelona de la noche sin fin.

Domingo, 1 de Enero 2017
La Vanguardia, Barcelona, España
           


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