En La Candelaria, barrio colonial del centro de Bogotá, numerosas paredes exhiben grafitis, principalmente de dibujos con aerosol aunque también se ven los clásicos mensajes escritos. Son tantos y tan bellos, que el australiano Christian Petersen ofrece un recorrido para turistas.
"Cuando empecé a vivir aquí, hace tres años, una de las primeras cosas que notamos en toda la ciudad es la cantidad y buena calidad del arte callejero y de grafiti escrito. Probablemente sea el mejor que he visto en todo el mundo y yo he viajado mucho", dijo Petersen a la AFP mientras explicaba a los turistas el significado de las pintadas y quién era el autor de cada grafiti.
Confirmando el auge de este arte callejero en Bogotá, la alcaldía hizo una convocatoria para la intervención mural de cinco espacios públicos en julio de este año.
La intervención se llevó a cabo a lo largo de la Calle 26, una de las principales avenidas de la capital. Los artistas tienen a su disposición cuatro murales de gran formato y uno mediano para pintar.
En la convocatoria participaron cinco colectivos, a los que se becó con el pago de honorarios y la entrega de materiales e insumos.
"Era la primera vez que se hacía algo así. Queremos repetir la experiencia el año próximo", señaló a la AFP Cristina Lleras, gerente del Instituto Distrital de las Artes.
Guache es uno de los grafiteros que aprovecha los espacios de la calle 26. "Como con las nuevas obras que están haciendo en Bogotá han quedado muchas paredes en desuso, lo que estamos haciendo nosotros es llegar precisamente a aprovecharlas", comentó a la AFP.
El grafiti como bien cultural
Pero Bogotá todavía tiene fresco un triste recuerdo. En 2011, Diego Felipe Becerra, de 16 años, murió tras recibir dos disparos de la policía que pretendía detenerlo por pintar grafitis en un puente.
Según uno de los dos amigos que lo acompañaba esa noche, al joven le dispararon cuando huía de un agente que lo quería requisar.
"Le dispararon a ese pobre chico dos veces por la espalda mientras huía y lo mataron", lamentó Petersen.
Desde este año, en Bogotá el grafiti fue declarado bien de interés cultural y las sanciones por hacer pintadas en espacios no autorizados son solamente pedagógicas: van desde una advertencia a prestar servicio comunitario o, a lo sumo, al pago de una multa.
"La ciudad está estrenando una reglamentación del grafiti, con lugares autorizados y no autorizados. Nuestro papel es tratar de abrir espacios. Creemos que hay un potencial profesional muy importante que debemos impulsar. Queremos participar en certámenes internacionales en Europa, en Estados Unidos, en América Latina", indicó Lleras.
Y los artistas callejeros aprovechan esos nuevos espacios para convencer a los ciudadanos de que su talento no debe considerarse un delito.
"Un montón de gente ha empezado a abrir su mente y a entender que esto es una propuesta. Hay a quien le gusta hacer vandalismo, simplemente rayar, pero hay quienes estamos proponiendo otro tipo de cosas", comentó Guache.