Martin Jacques, ex editor de la revista gramsciana de los años setenta Marxism Today, se atreve a decir que sí. Es la tesis de su nuevo libro When China rules the World. "EE.UU. está en declive; China en auge; y la modernidad china va a ser muy diferente de la modernidad occidental", dijo en una conversación en su casa de Hampstead. "Sólo se habla de economía –añadió el ensayista–, pero los efectos culturales y políticos pueden ser aun más significativos".
Hasta la fecha –dice Jacques–, China y los otros países grandes emergentes han copiado la cultura occidental. Pero conforme su dominio económico se consolide, se verá una paulatina universalización de valores y estéticas chinos al igual que lo que ocurrió con la cultura de la hamburguesa y los vaqueros, sostiene. Una cultura –radicada en la dinastía han y un "estado civilización" que ha durado milenios– irá extendiendo su influencia.
Incluso en la pop culture, clave de la marca cultural de EE.UU., las cosas empiezan a cambiar, sostiene. "El momento fuerte de la música pop estadounidense en Taiwán eran los años setenta; ahora tiene un papel marginal para jóvenes, ha sido sustituido por mando pop (pop en mandarín)". Esto ya se extiende desde los 1.200 millones de chinos en la República Popular de China, Taiwán y Hong Kong hasta el resto del este asiático. Luego, más allá. Pasará lo mismo con cine, literatura y arte plástico, dice.
Jacques hasta duda de que, a largo plazo, la hegemonía del inglés sobreviva. Aunque en estos momentos se produce un crecimiento prodigioso de enseñanza del inglés en China –20 millones de chinos aprenden a hablar inglés cada año–, Jacques cree que "el mandarín acabará siendo dominante al menos en el este asiático".
En EE.UU. y Europa nadie toma muy en serio la posibilidad de que emerja una "modernidad no occidental", dice Jacques. Pero desde Marx hasta el gurú de la historia de transiciones hegemónicas de la Universidad de Harvard, Paul Kennedy, son muchos los historiadores que sostienen que el poder cultural parece estar condicionado al económico.
La transición de la "hegemonía económica a la hegemonía cultural es larga pero implacable", dice Steve Cohen, historiador económico de la Universidad de Berkeley (California), autor de otro nuevo libro sobre el fin del poder estadounidense, The end of influence (El fin de la influencia). Hasta llega a las costumbres más banales, el lenguaje corporal, dice. En el siglo XX, "manejar el poder ha sido muy fácil para EE.UU.; nos han imitado en todo desde nuestras instituciones a nuestros manierismos porque querían tener lo que teníamos", dijo en un contacto telefónica desde San Francisco. Esto irá cambiando con el relevo del poder económico.
No todos coinciden. "Si la cultura han se potencia en China precisamente para diferenciarse del resto, ¿cómo puede convertirse en cultura universal?", se pregunta Perry Anderson, el historiador marxista de la Universidad de California en Los Ángeles que acusa a Jacques de "sinomanía" en una crítica del libro en la London Review of Books.
Lo más probable es que la cultura dominante del siglo XXI no sea china ni estadounidense sino una cultura global de marcas sin territorio, sostiene Scott Lash, crítico cultural del Goldsmiths College en Londres, que realiza una investigación sobre Shanghai. Ciudades como esta, con su paisaje de Louis Vuitton, Cartier y HSBC, serán el entorno ideal para "la infraestructura de la industria de cultura global que se siente más a gusto en megaciudades de constante mutación como Shanghai (...) que en Londres, París, Nueva York".
Hasta la fecha –dice Jacques–, China y los otros países grandes emergentes han copiado la cultura occidental. Pero conforme su dominio económico se consolide, se verá una paulatina universalización de valores y estéticas chinos al igual que lo que ocurrió con la cultura de la hamburguesa y los vaqueros, sostiene. Una cultura –radicada en la dinastía han y un "estado civilización" que ha durado milenios– irá extendiendo su influencia.
Incluso en la pop culture, clave de la marca cultural de EE.UU., las cosas empiezan a cambiar, sostiene. "El momento fuerte de la música pop estadounidense en Taiwán eran los años setenta; ahora tiene un papel marginal para jóvenes, ha sido sustituido por mando pop (pop en mandarín)". Esto ya se extiende desde los 1.200 millones de chinos en la República Popular de China, Taiwán y Hong Kong hasta el resto del este asiático. Luego, más allá. Pasará lo mismo con cine, literatura y arte plástico, dice.
Jacques hasta duda de que, a largo plazo, la hegemonía del inglés sobreviva. Aunque en estos momentos se produce un crecimiento prodigioso de enseñanza del inglés en China –20 millones de chinos aprenden a hablar inglés cada año–, Jacques cree que "el mandarín acabará siendo dominante al menos en el este asiático".
En EE.UU. y Europa nadie toma muy en serio la posibilidad de que emerja una "modernidad no occidental", dice Jacques. Pero desde Marx hasta el gurú de la historia de transiciones hegemónicas de la Universidad de Harvard, Paul Kennedy, son muchos los historiadores que sostienen que el poder cultural parece estar condicionado al económico.
La transición de la "hegemonía económica a la hegemonía cultural es larga pero implacable", dice Steve Cohen, historiador económico de la Universidad de Berkeley (California), autor de otro nuevo libro sobre el fin del poder estadounidense, The end of influence (El fin de la influencia). Hasta llega a las costumbres más banales, el lenguaje corporal, dice. En el siglo XX, "manejar el poder ha sido muy fácil para EE.UU.; nos han imitado en todo desde nuestras instituciones a nuestros manierismos porque querían tener lo que teníamos", dijo en un contacto telefónica desde San Francisco. Esto irá cambiando con el relevo del poder económico.
No todos coinciden. "Si la cultura han se potencia en China precisamente para diferenciarse del resto, ¿cómo puede convertirse en cultura universal?", se pregunta Perry Anderson, el historiador marxista de la Universidad de California en Los Ángeles que acusa a Jacques de "sinomanía" en una crítica del libro en la London Review of Books.
Lo más probable es que la cultura dominante del siglo XXI no sea china ni estadounidense sino una cultura global de marcas sin territorio, sostiene Scott Lash, crítico cultural del Goldsmiths College en Londres, que realiza una investigación sobre Shanghai. Ciudades como esta, con su paisaje de Louis Vuitton, Cartier y HSBC, serán el entorno ideal para "la infraestructura de la industria de cultura global que se siente más a gusto en megaciudades de constante mutación como Shanghai (...) que en Londres, París, Nueva York".