Desde el 6 de agosto, cuando el grupo Estado islámico (EI) fue expulsado de Manbij por fuerzas kurdas, apoyadas por bombardeos de la coalición internacional dirigida por Estados Unidos, los habitantes regresan por miles a este exbastión yihadista del norte de Siria.
A su llegada el domingo, dos días después de la huída de los últimos yihadistas, el equipo de la AFP escuchó una poderosa explosión en el centro de la ciudad.
Unos instantes después, Fátima, con el rostro bañado en lágrimas, se lamenta y pide que la lleven a ver su esposo, herido en el rostro y en la pierna por la explosión.
El hombre fue transportado a Kobané, ubicada más al noreste, para ser hospitalizado allí, debido a que las clínicas y hospitales de Manbij dejaron de ser operativos a causa de los combates.
"La gente le pedía a Mohamad paciencia y no abrir la puerta, pero con terquedad él insistió en ir a ver si su casa había sido saqueada", cuenta, con la voz temblorosa, la mujer de 40 años, que se limpia las lágrimas con su velo negro.
Como esta pareja, los residentes estaban impacientes por volver a ver sus casas a pesar de que continuaban las operaciones de desminado. El periodista de la AFP escuchó al menos otras dos explosiones en esta ciudad.
La inscripción "Manbij liberada" es visible por todas partes. Pero también la consigna "Atención a las minas".
"Las minas explotan por todas partes. Cuando uno abre la puerta, cuando camina por la calle", afirma Hasan al Husein, vecino de Fátima. "Mi primo murió ayer en la explosión de una mina", añadió.
"¡Que alguien venga a desminar la ciudad para que podamos vivir! Y además, no hay agua ni harina, y todos los hospitales están fuera de servicio", se queja.
Pequeñas camionetas traen a la ciudad a los civiles, entre ellos muchos niños con sonrisas en los labios que hacen la señal de la victoria. Traen bolsas de plástico llenas de pertenencias y muchos colchones.
En los retenes, combatientes de las Fuerzas democráticas sirias (FDS, una alianza kurda) verifican sus papeles.
Por todas partes se ven escenas de destrucción con los cielorrasos de las casas destruidos y las vías llenas de cascotes. En los balcones, frente a las tiendas devastadas, en las aceras, hombres y niños tratan de quitar los escombros con pala o escobas.
En el centro de la ciudad, Najwa, de 41 años, con su hija de 7 a su lado, regresa a su casa, donde descubre el piso tapizado de escombros y los muros ennegrecidos.
"Quemaron todo. Este es el cuarto del niño, me entristece verlo así", dijo la mujer, que no se atreve a ingresar a las otras piezas por temor a las minas.
"Los yihadistas llegaron a nuestra región hace tres años, pero es como si hubieran pasado 30 años", añade, con el rostro triste y fatigado.
Su hija Amani cuenta que el EI prohibía a los niños ir a la escuela. "Golpeaban a los que osaban ir, decían que éramos infieles", agrega.
"La televisión también fue prohibida", dice una niña, que se pone a llorar y se esconde detrás de su madre.
El viernes, la salida de los últimos yihadistas provocó escenas de júbilo, con mujeres quemando el niqab que les impuso el EI. Los hombres se afeitan la barba, que era obligatoria en los territorios controlados por el grupo ultraradical.
En el muro de una escuela, se puede ver el dibujo de una mujer e inscripciones que subrayan la importancia de llevar ese velo integral que sólo deja ver los ojos.
"Sólo enseñaban a los niños versículos del Corán pero también a manejar las armas y a matar", asegura Mohamad al Abdalá, exmaeastro de 53 años, junto a su casa en ruinas.
"Incluso las niñas eran obligadas a cubrirse completamente", afirma por su parte Aya, de 11 años. "Ahora puedo ponerme lo que quiera, y estoy feliz", se alegra.
A su llegada el domingo, dos días después de la huída de los últimos yihadistas, el equipo de la AFP escuchó una poderosa explosión en el centro de la ciudad.
Unos instantes después, Fátima, con el rostro bañado en lágrimas, se lamenta y pide que la lleven a ver su esposo, herido en el rostro y en la pierna por la explosión.
El hombre fue transportado a Kobané, ubicada más al noreste, para ser hospitalizado allí, debido a que las clínicas y hospitales de Manbij dejaron de ser operativos a causa de los combates.
"La gente le pedía a Mohamad paciencia y no abrir la puerta, pero con terquedad él insistió en ir a ver si su casa había sido saqueada", cuenta, con la voz temblorosa, la mujer de 40 años, que se limpia las lágrimas con su velo negro.
Como esta pareja, los residentes estaban impacientes por volver a ver sus casas a pesar de que continuaban las operaciones de desminado. El periodista de la AFP escuchó al menos otras dos explosiones en esta ciudad.
La inscripción "Manbij liberada" es visible por todas partes. Pero también la consigna "Atención a las minas".
- Minas "por todas partes" -
"Las minas explotan por todas partes. Cuando uno abre la puerta, cuando camina por la calle", afirma Hasan al Husein, vecino de Fátima. "Mi primo murió ayer en la explosión de una mina", añadió.
"¡Que alguien venga a desminar la ciudad para que podamos vivir! Y además, no hay agua ni harina, y todos los hospitales están fuera de servicio", se queja.
Pequeñas camionetas traen a la ciudad a los civiles, entre ellos muchos niños con sonrisas en los labios que hacen la señal de la victoria. Traen bolsas de plástico llenas de pertenencias y muchos colchones.
En los retenes, combatientes de las Fuerzas democráticas sirias (FDS, una alianza kurda) verifican sus papeles.
Por todas partes se ven escenas de destrucción con los cielorrasos de las casas destruidos y las vías llenas de cascotes. En los balcones, frente a las tiendas devastadas, en las aceras, hombres y niños tratan de quitar los escombros con pala o escobas.
En el centro de la ciudad, Najwa, de 41 años, con su hija de 7 a su lado, regresa a su casa, donde descubre el piso tapizado de escombros y los muros ennegrecidos.
- "Televisión prohibida" -
"Quemaron todo. Este es el cuarto del niño, me entristece verlo así", dijo la mujer, que no se atreve a ingresar a las otras piezas por temor a las minas.
"Los yihadistas llegaron a nuestra región hace tres años, pero es como si hubieran pasado 30 años", añade, con el rostro triste y fatigado.
Su hija Amani cuenta que el EI prohibía a los niños ir a la escuela. "Golpeaban a los que osaban ir, decían que éramos infieles", agrega.
"La televisión también fue prohibida", dice una niña, que se pone a llorar y se esconde detrás de su madre.
El viernes, la salida de los últimos yihadistas provocó escenas de júbilo, con mujeres quemando el niqab que les impuso el EI. Los hombres se afeitan la barba, que era obligatoria en los territorios controlados por el grupo ultraradical.
En el muro de una escuela, se puede ver el dibujo de una mujer e inscripciones que subrayan la importancia de llevar ese velo integral que sólo deja ver los ojos.
"Sólo enseñaban a los niños versículos del Corán pero también a manejar las armas y a matar", asegura Mohamad al Abdalá, exmaeastro de 53 años, junto a su casa en ruinas.
"Incluso las niñas eran obligadas a cubrirse completamente", afirma por su parte Aya, de 11 años. "Ahora puedo ponerme lo que quiera, y estoy feliz", se alegra.