De pelo negro y lacio, rasgos indígenas y baja estatura, Teodoro Gutiérrez, de 54 años, heredó el oficio de su padre y abuelos, y él lo enseñó a sus cinco hijos.
Son los únicos que en Nicaragua labran la piedra volcánica de forma rudimentaria y artística, dando forma a dioses de la cultura precolombina, en San Juan de Oriente, un pintoresco pueblo de Masaya, 45 km al sureste de Managua.
Les llaman los "picapiedras" en esta comunidad, cuna de la artesanía nicaragüense donde hay un taller y venta de piezas de cerámica y figuras precolombianas casi en cada casa, improvisados en patios, salas, corredores y aceras. Más del 85% de sus poco más de 6.000 habitantes vive del trabajo artesanal.
"Yo quiero que el trabajo de mi familia sea conocido, tal vez yo no soy un gran personaje (artista), pero nadie mantiene este arte porque no hay quien quiera aprenderlo", dijo a AFP Gutiérrez, bajo un alero de latas de cinc oxidado en el patio de la casa, donde tiene su taller.
Una pasión que no tiene cualquier artesano. "No es muy frecuente porque es bastante complicada y muy agotadora", destacó el escultor Miguel Espinoza.
Existe, según Espinoza, otro reducto de artesanos que en el norte de Nicaragua trabajan la marmolina, una piedra muy fina y de colores, pero muy distinta a las basálticas que extrae Gutiérrez de la exuberante Laguna de Apoyo, formada hace más de 3.000 años tras la explosión de un volcán.
- Habilidad ancestral -
Descalzo, de pantalón corto, descolorido y raído, el torso desnudo de Teodoro deja ver sus brazos fuertes a punta de oficio. Golpea con tenacidad la esponjosa y volcánica piedra pómez para, con la ayuda de su hijo Gregorio, dar forma al "Dios Águila".
Sus obras adornan distintos puntos de la llamada "ruta colonial y de los volcanes" -que comprende las ciudades de Masaya, Granada y Rivas-, como parte de una campaña de promoción porque son "únicas" y herencia de la ciudad, dijo a la AFP la directora de patrimonio de la alcaldía de San Juan, Caridad Rodríguez.
En el patio y a la entrada de la humilde casa de Teodoro se aprecian sus seres mitológicos con apariencia masculina, de ojos almendrados y resaltados, nariz chata y penachos con grabados (grecas) sobre la cabeza.
Son figuras que representan al Dios Lagarto, el Dios Sol, el Dios del Agua, la Diosa de la Fertilidad y la Diosa del Maíz, a los que los antepasados indígenas adoraban y pedían favores por la salud y una buena cosecha, explica.
A quienes compran los tótem, este ferviente católico en un país altamente religioso les dice que sus esculturas no son "ningún Dios, sino un adorno".
Defensor de su labor y arte genuino, resalta que todo es habilidad. "Es manual, no hay nada de molde. Son piezas resistentes al sol y al agua. Es piedra", dice Teodoro, quien gana unos 10 dólares al día y hasta 40 cuando logra vender una pieza grande.
Una escultura de casi un metro de alto, generalmente a pedido de un cliente, les lleva dos días hacerla. "Vamos tallando con el pico", a puro pulso o mano alzada, agrega.
Sus dioses de piedra también adornan hoteles y jardines, y hay turistas extranjeros que las compran a pesar de su tamaño.
El Dios del Cacao, una escultura en piedra pómez de un metro de alto, espera en el patio de su casa para ser llevada por un belga como adorno en la entrada de su tienda de chocolates, cuenta Teodoro con orgullo.