No se trataba de un viaje en el tiempo al antiguo imperio faraónico, aunque ocurría en el templo de Debod. Anoche, en pleno corazón de Madrid, los movimientos místicos de Mohamed Al-Sayed y su grupo procedente de El Cairo, los Egypt Folk Ensemble, hicieron escala para ofrecer Sonidos del Nilo. "Siento que estoy cumpliendo mi sueño y el de mi maestro (Chokry Mohamed) al actuar aquí. Este templo representa la tierra de donde vengo, en la tierra donde vivo", decía Al-Sayed poco antes del concierto.
Cada golpe de las darbukkas, secos, penetrantes, hacía eco en las piedras del templo y calaba en los oídos del público, que lejos de conformarse con las 1.500 sillas gratuitas dispuestas para disfrutar del espectáculo, enmarcado en el ciclo de Músicas del Mundo dentro festival de los Veranos de la Villa, abarrotaron también el vallado del recinto triplicando el aforo inicial.
El faldón del derviche nunca toca el suelo. Mientras, uno de los músicos, todos sufíes (la corriente más mística del Islam) entona versos que mientan el nombre de Alá. "El sufismo es una pequeña ventana entre oriente y occidente. Estamos saturados de los extremos del materialismo y del fundamentalismo. El sufismo es ese punto de unión", defiende Al-Sayed.
El público aplaude entusiasmado cuando las faldones de colores que llevan los danzarines en el número final cubren por completo sus cuerpos haciendo de sí mismos una suerte de nave espacial de colores. Nadie puede evitar seguir el ritmo. "Son estupendos, y el entorno no podía ser mejor", sentenciaba Olivia de Palacio, una espectadora. "Lo único malo es que no se podía ver bien", añadía su amiga María Ángeles.
Para la agregada cultural de la embajada de Egipto, Abeer Mohamed, un espectáculo como este "permite al público español conocer el folclore egipcio, pero no para romper barreras, porque entre los egipcios y los españoles, entre orientales y occidentales, nunca han existido barreras. Eso son cosas de los políticos". "Además, este espectáculo de hombres es muy desconocido, y no todo es baile del vientre", añadía en el templo de Debod.
El espectáculo termina y el público se deshace en aplausos. Olivia también: "Es una belleza, me gustaría que vinieran el año que viene". "Insha-Alá" (ojalá), opina el artista.
Cada golpe de las darbukkas, secos, penetrantes, hacía eco en las piedras del templo y calaba en los oídos del público, que lejos de conformarse con las 1.500 sillas gratuitas dispuestas para disfrutar del espectáculo, enmarcado en el ciclo de Músicas del Mundo dentro festival de los Veranos de la Villa, abarrotaron también el vallado del recinto triplicando el aforo inicial.
El faldón del derviche nunca toca el suelo. Mientras, uno de los músicos, todos sufíes (la corriente más mística del Islam) entona versos que mientan el nombre de Alá. "El sufismo es una pequeña ventana entre oriente y occidente. Estamos saturados de los extremos del materialismo y del fundamentalismo. El sufismo es ese punto de unión", defiende Al-Sayed.
El público aplaude entusiasmado cuando las faldones de colores que llevan los danzarines en el número final cubren por completo sus cuerpos haciendo de sí mismos una suerte de nave espacial de colores. Nadie puede evitar seguir el ritmo. "Son estupendos, y el entorno no podía ser mejor", sentenciaba Olivia de Palacio, una espectadora. "Lo único malo es que no se podía ver bien", añadía su amiga María Ángeles.
Para la agregada cultural de la embajada de Egipto, Abeer Mohamed, un espectáculo como este "permite al público español conocer el folclore egipcio, pero no para romper barreras, porque entre los egipcios y los españoles, entre orientales y occidentales, nunca han existido barreras. Eso son cosas de los políticos". "Además, este espectáculo de hombres es muy desconocido, y no todo es baile del vientre", añadía en el templo de Debod.
El espectáculo termina y el público se deshace en aplausos. Olivia también: "Es una belleza, me gustaría que vinieran el año que viene". "Insha-Alá" (ojalá), opina el artista.