El fotógrafo barcelonés Rossend Torras (de pie, con gorro) y su familia, en la Costa Brava.
La familia de Rossend Torras (Barcelona, 1907-1996) acudió a varios archivos públicos para informarse de las condiciones para donar su legado, compuesto, en una primera estimación, por unas 25.000 fotografías realizadas entre los años 20 y 50, además de 110 películas de cine. Pero no obtuvieron ninguna respuesta. "Nosotros sabíamos que teníamos algo importante, pero hasta ahora nadie se había interesado por verlo o estudiarlo", explicaba el miércoles uno de sus nietos, Albert, mientras rebuscaba en el archivo. Fue el día que EL PERIÓDICO reveló el valor del archivo y sus padres y su abuela, en pleno tour de promoción, estaban siendo entrevistados en televisión.
Solo tres meses antes, el fondo parecía condenado al olvido. El padre de Albert, Francesc Sans, un fotógrafo aficionado que siempre estuvo maravillado por las fotografías de su suegro, decidió esperar a "una ocasión especial" para divulgarlas. La encontró este verano, cuando EL PERIÓDICO, en colaboración con el MNAC y el Memorial Democràtic, convocó una recogida de fotografías inéditas de la guerra civil para la exposición Fem memòria. Sans buscó los reportajes que hizo su suegro de las iglesias quemadas por los revolucionarios en 1936 y de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona en enero de 1939. Como muchos fotógrafos, Torras destruyó material comprometedor cuando los nacionales entraron en Barcelona, pero una búsqueda paciente por los armarios rescató 83 fotografías: muchas de ellas pueden contemplarse en www.elperiodico.cat/memoria.
Entre ellas había unas copias en papel de primeros planos de niños de corta edad que habían muerto en un bombardeo y varios planos generales de la morgue. Las fotos estaban dentro de un sobre que localizaba el bombardeo en la Barceloneta, pero una primera investigación reveló que se trataba de fotografías de un bombardeo en Madrid que se difundieron durante la guerra como propaganda antifascista por Europa ¿Era Torras el autor, por ejemplo, de la foto de la niña madrileña que recibe a los visitantes de una de las salas del Museo de la Guerra de Londres? EL PERIÓDICO y Sans siguieron el rastro: la conclusión más probable es que el fotógrafo compró las postales, que se distribuían para recabar apoyo para la defensa de Madrid.
¿Qué fotógrafo habría salido a la calle en pleno caos revolucionario de 1936 y al mismo tiempo estar presente en la entrada de las tropas franquistas en 1939, recogiendo imágenes de las misas y los desfiles de los vencedores, mientras gran parte de los colegas de profesión que no se habían exiliado estaban siendo depurados por haber trabajado para la República o diarios intervenidos por partidos y sindicatos?
La explicación es que Torras no era por entonces un fotógrafo profesional, aunque controlaba la técnica igual o mejor que muchos de ellos. Llevaba haciendo fotos desde su juventud, se había curtido en las secciones de fotografía y cine del Centre Excursionista de Catalunya y había ganado varios concursos en la Agrupació Fotogràfica de Catalunya: retrató paisajes de montaña, el veraneo en la Costa Brava en los años 20 y 30, carreras de coches y motos, la Exposición de 1929, hechos históricos como el 14 de abril, los ambientes miserables del Raval y las barracas... Sin embargo, nunca dio el paso a la prensa porque se ganaba muy bien la vida con las tiendas de fotografía que tenía la familia en las calles Gran de Gràcia y Jaume I de Barcelona y el taller de artículos fotográficos, radios y timbres que comercializaban bajo la marca Tomir.
Durante la guerra, su mujer, Antònia Rabassa, y sus hermanos mantuvieron la tienda abierta mientras él prestaba servicio en los talleres de camiones del cuartel Espartaco, en los Docks de Poblenou. Acabada la guerra, su expediente estaba limpio y el régimen le licenció sin muchos problemas. Es más, Torras había pasado algún tiempo en la checa de Sant Gervasi. Su segunda mujer, Carmen Arnal, insiste en que no fue por motivos políticos: "Le llamaron para ir al frente y no se presentó. Probablemente sintió miedo". No había trasfondo político, pero está claro que haber estado en una prisión donde muchos franquistas caídos en desgracia fueron torturados y maltratados debió de ayudarle a hacerse con el carnet de fotógrafo en febrero de 1939. Las buenas relaciones con familias conectadas con el régimen, cultivadas durante los veranos en la Costa Brava de los años 20, hicieron el resto.
Material de calidad
Torras, por otra parte, se las arregló para tener siempre material fotográfico puntero, incluso en plena guerra. Hablar alemán correctamente le facilitó la amistad con un hombre que ha quedado en el recuerdo familiar como Helmut. Torras viajaba hasta la Costa Azul o a ciudades francesas cercanas a la frontera alemana en su Hudson Autoplano, un cochazo traído de EEUU, y allí su contacto le facilitaba el material que importaba.
Sin embargo, el hombre caprichoso de los primeros tiempos, amante de los viajes, del veraneo burgués y de las máquinas innovadoras, cambió completamente cuando su primera mujer, Antonieta Rabassa, murió de cáncer. Él se quedó al cargo de sus tres hijos pequeños: Albert, de 10 años, Rosa, de 7, e Isabel, de 5. "Lo pasó muy mal. Nunca volvió a ser el mismo", explica Sans.
Ante las cámaras fotográficas y de cine de Torras posaban sugerentes muchas mujeres, pero acabó casándose con Carmen Arnal, una modista bonita, aguda y 20 años menor que él. Ella se convirtió en su ayudante en la tienda y su acompañante en las salidas fotográficas.
Después de la guerra, posiblemente gracias a sus contactos con la gente del teatro, Torras recibía encargos como fotógrafo para Radio Barcelona, donde registraba las visitas a Barcelona de celebridades como Maurice Chevalier, Tyrone Power o Josephine Baker. Menos conocidas eran las actrices que retrataba en locales nocturnos o los protagonistas de las casi 200 obras de teatro amateur que se conservan en su archivo.
Sin embargo, el viajero caprichoso que se hizo traer un automóvil de EEUU, que estaba siempre al cabo de la calle en las últimas técnicas fotográficas, se volvió quisquilloso con el dinero y se negó a invertir. Su tienda fotográfica y sus negocios fueron a menos hasta que el establecimiento cerró. A principios de los 80, un trapero se llevó algunos restos: negativos que los clientes no recogieron y quizás, algunas de las fotografías. Se salvaron por los pelos, conservadas hasta hoy en casa de sus hijas, las imágenes que, en la mayoría de los casos, hasta hoy no habían visto nadie más que él y su familia.
Solo tres meses antes, el fondo parecía condenado al olvido. El padre de Albert, Francesc Sans, un fotógrafo aficionado que siempre estuvo maravillado por las fotografías de su suegro, decidió esperar a "una ocasión especial" para divulgarlas. La encontró este verano, cuando EL PERIÓDICO, en colaboración con el MNAC y el Memorial Democràtic, convocó una recogida de fotografías inéditas de la guerra civil para la exposición Fem memòria. Sans buscó los reportajes que hizo su suegro de las iglesias quemadas por los revolucionarios en 1936 y de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona en enero de 1939. Como muchos fotógrafos, Torras destruyó material comprometedor cuando los nacionales entraron en Barcelona, pero una búsqueda paciente por los armarios rescató 83 fotografías: muchas de ellas pueden contemplarse en www.elperiodico.cat/memoria.
Entre ellas había unas copias en papel de primeros planos de niños de corta edad que habían muerto en un bombardeo y varios planos generales de la morgue. Las fotos estaban dentro de un sobre que localizaba el bombardeo en la Barceloneta, pero una primera investigación reveló que se trataba de fotografías de un bombardeo en Madrid que se difundieron durante la guerra como propaganda antifascista por Europa ¿Era Torras el autor, por ejemplo, de la foto de la niña madrileña que recibe a los visitantes de una de las salas del Museo de la Guerra de Londres? EL PERIÓDICO y Sans siguieron el rastro: la conclusión más probable es que el fotógrafo compró las postales, que se distribuían para recabar apoyo para la defensa de Madrid.
¿Qué fotógrafo habría salido a la calle en pleno caos revolucionario de 1936 y al mismo tiempo estar presente en la entrada de las tropas franquistas en 1939, recogiendo imágenes de las misas y los desfiles de los vencedores, mientras gran parte de los colegas de profesión que no se habían exiliado estaban siendo depurados por haber trabajado para la República o diarios intervenidos por partidos y sindicatos?
La explicación es que Torras no era por entonces un fotógrafo profesional, aunque controlaba la técnica igual o mejor que muchos de ellos. Llevaba haciendo fotos desde su juventud, se había curtido en las secciones de fotografía y cine del Centre Excursionista de Catalunya y había ganado varios concursos en la Agrupació Fotogràfica de Catalunya: retrató paisajes de montaña, el veraneo en la Costa Brava en los años 20 y 30, carreras de coches y motos, la Exposición de 1929, hechos históricos como el 14 de abril, los ambientes miserables del Raval y las barracas... Sin embargo, nunca dio el paso a la prensa porque se ganaba muy bien la vida con las tiendas de fotografía que tenía la familia en las calles Gran de Gràcia y Jaume I de Barcelona y el taller de artículos fotográficos, radios y timbres que comercializaban bajo la marca Tomir.
Durante la guerra, su mujer, Antònia Rabassa, y sus hermanos mantuvieron la tienda abierta mientras él prestaba servicio en los talleres de camiones del cuartel Espartaco, en los Docks de Poblenou. Acabada la guerra, su expediente estaba limpio y el régimen le licenció sin muchos problemas. Es más, Torras había pasado algún tiempo en la checa de Sant Gervasi. Su segunda mujer, Carmen Arnal, insiste en que no fue por motivos políticos: "Le llamaron para ir al frente y no se presentó. Probablemente sintió miedo". No había trasfondo político, pero está claro que haber estado en una prisión donde muchos franquistas caídos en desgracia fueron torturados y maltratados debió de ayudarle a hacerse con el carnet de fotógrafo en febrero de 1939. Las buenas relaciones con familias conectadas con el régimen, cultivadas durante los veranos en la Costa Brava de los años 20, hicieron el resto.
Material de calidad
Torras, por otra parte, se las arregló para tener siempre material fotográfico puntero, incluso en plena guerra. Hablar alemán correctamente le facilitó la amistad con un hombre que ha quedado en el recuerdo familiar como Helmut. Torras viajaba hasta la Costa Azul o a ciudades francesas cercanas a la frontera alemana en su Hudson Autoplano, un cochazo traído de EEUU, y allí su contacto le facilitaba el material que importaba.
Sin embargo, el hombre caprichoso de los primeros tiempos, amante de los viajes, del veraneo burgués y de las máquinas innovadoras, cambió completamente cuando su primera mujer, Antonieta Rabassa, murió de cáncer. Él se quedó al cargo de sus tres hijos pequeños: Albert, de 10 años, Rosa, de 7, e Isabel, de 5. "Lo pasó muy mal. Nunca volvió a ser el mismo", explica Sans.
Ante las cámaras fotográficas y de cine de Torras posaban sugerentes muchas mujeres, pero acabó casándose con Carmen Arnal, una modista bonita, aguda y 20 años menor que él. Ella se convirtió en su ayudante en la tienda y su acompañante en las salidas fotográficas.
Después de la guerra, posiblemente gracias a sus contactos con la gente del teatro, Torras recibía encargos como fotógrafo para Radio Barcelona, donde registraba las visitas a Barcelona de celebridades como Maurice Chevalier, Tyrone Power o Josephine Baker. Menos conocidas eran las actrices que retrataba en locales nocturnos o los protagonistas de las casi 200 obras de teatro amateur que se conservan en su archivo.
Sin embargo, el viajero caprichoso que se hizo traer un automóvil de EEUU, que estaba siempre al cabo de la calle en las últimas técnicas fotográficas, se volvió quisquilloso con el dinero y se negó a invertir. Su tienda fotográfica y sus negocios fueron a menos hasta que el establecimiento cerró. A principios de los 80, un trapero se llevó algunos restos: negativos que los clientes no recogieron y quizás, algunas de las fotografías. Se salvaron por los pelos, conservadas hasta hoy en casa de sus hijas, las imágenes que, en la mayoría de los casos, hasta hoy no habían visto nadie más que él y su familia.