El escritor sin identidad


MADRID, GUILLAUME FOURMONT. - Tiene un nombre francés de lo más común y un apellido árabe. Su familia es de Túnez y Argelia, es judía y musulmana. Sus raíces son bereberes. Hubert Haddad no es un escritor que busca su identidad en el compromiso político: "La identidad es el asesinato ritual de la alteridad. Somos el otro antes de ser nosotros mismos".



El escritor sin identidad
Por eso queda la poesía, "la única escapatoria", dice. Haddad no es Mahmud Darwish, el poeta palestino, la voz de la resistencia, aunque eligió Palestina para mostrar la cerrazón de identidades entregadas al nacionalismo. Y así llamó su última novela, Palestina, que la editorial Demipage publica la próxima semana. Palestina es la historia de Cham, un joven soldado israelí herido y secuestrado durante un asalto de un comando palestino cerca de Hebrón. Dado por muerto, amnésico, Cham es recogido en una familia de Cisjordania y se convierte en Nessim, hijo desaparecido, muerto bajo las balas israelíes en nombre de la libertad de su pueblo. Nessim vive la represión cotidiana de la población palestina, los controles de los militares, siente la humillación de un país ocupado que nadie deja existir. Hasta que Cham despierta, totalmente transformado.
"Estaba en la India hace tres o cuatro años, para buscar el judaísmo antiguo, no comprometido en los dramas de la modernidad occidental, cuando me agarró la actualidad del conflicto israelí-palestino. Es un desgarrón desde hace tanto tiempo en mí... esta guerra fratricida eterna", explica Haddad a Público sobre los orígenes de su obra. Porque Haddad nació en Túnez, en 1947, en el seno de una familia judía desde generaciones: "Tomaron la defensa de Israel, como si fuera la encarnación de Jehová. Podemos entenderlos, por su memoria cosida con persecuciones. La existencia de Israel es un hecho histórico, aunque el Estado democrático fue confiscado por la extrema derecha, los militares y los religiosos". Con Palestina, el autor quiso "ir más allá del maniqueísmo, mostrar la proximidad carnal y la contigüidad existencial de unos con otros. Todo lo demás es una máscara ideológica, una ilusión identitaria, una ceguera sectaria".
Los portavoces de su pacifismo son en el libro las mujeres: Falastín, la hermana de Nessim que se enamora de Cham, y Asmahane, una madre ciega que ve en él a su verdadero hijo. El padre también desapareció en el conflicto. "Un grupo de colonos ha bajado corriendo de la colina y nos han lanzado piedras. Esta vez, ningún niño ha salido herido. La estadounidense y yo nos hemos quedado para asegurarnos de que regresaban sanos y salvos", dice Falastín.
Haddad ya escribió sobre Palestina en una novela anterior, aunque nunca pisó los territorios ocupados. El libro que ahora publica ha sido posible gracias a su hermano, Michael. Un hermano mayor que quiso vivir el sueño judío de regresar a la tierra prometida, un artista que lo dejó todo a los 20 años para un kibutz. "Decepcionado, se hizo militante por la paz y daba clases en Bellas Artes de Jerusalén. Vivía en una minúscula cabaña al este de la ciudad", explica Haddad. Michael regresó a París, donde se pegó un tiro en la cabeza con un fusil. "Era el 3 de agosto de 1978. Desde entonces, nada ha cambiado, todo ha empeorado", continúa el escritor.
Su nombre occidental y su apellido árabe recuerda al caso de Edward Saïd, otro desterrado y exiliado en Occidente. La familia de Hubert Haddad se instaló en París en los años cincuenta, cuando era más sencillo llamarse Hubert que Abraham, su segundo nombre. "Saïd es de una rica familia cristiana. Yo vengo de un gueto judío arabizado de Túnez y muy pobre", subraya el autor. Y añade: "Hay que apartar el odio identitario. La condición humana es el exilio".
Sábado, 4 de Septiembre 2010
Público, Madrid, España
           


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