Como aquel astronauta que se subió a la estación espacial internacional siendo ciudadano soviético y, tras el derrumbe del bloque comunista, se bajó de ella siendo ruso, Carlo Altoviti nació veneciano en 1775 y, 80 años más tarde, esperaba morir italiano "cuando así lo decida esa Providencia que gobierna misteriosamente el mundo". Altoviti, Carlino para los más próximos, expresó ese deseo en el momento de ponerse, "viejo y no literato", a redactar las memorias de una vida que corrió paralela a la unificación de Italia.
Un poco romántico y otro poco resabiado, más listo por pícaro que por octogenario y "más dotado de defectos que de virtudes", Carlino no es otro que el narrador de Las confesiones de un italiano, un novelón publicado en Italia en 1867 y que la editorial Acantilado acaba de editar, por primera vez en España, en traducción de José Ramón Monreal.
Su autor, Ippolito Nievo, no llegó a ver salir de las prensas el millar de páginas de su libro. Nacido en Padua en 1831, Nievo había escrito ya una novela satírica, un par de comedias en verso y un puñado de relatos "campesinos" cuando, con 27 años, dedicó nueve meses a escribir su obra cumbre. Tres años más tarde, el naufragio del vapor Ercole, en el que viajaba desde Sicilia a Nápoles, se lo llevó al fondo del mar. Fue en 1861, el año en que Víctor Manuel II de Saboya se proclamó rey de Italia. Precisamente, con el escritor, el mar Tirreno se tragó los documentos de la expedición de los mil camisas rojas con los que Giuseppe Garibaldi había desembarcado en Sicilia. Nievo, cautivado por el discurso patriótico de Mazzini y del propio Garibaldi, había seguido a éste en su avance unificador.
Al contrario que el protagonista de La Cartuja de Parma, que asiste a la batalla de Waterloo sin tener conciencia de lo que está viviendo, Nievo tuvo siempre claro que asistía a la construcción de la historia de un país -"una expresión geográfica", según Metternich, un clásico de la diplomacia moderna- atrapado entre las fracasadas pretensiones napoleónicas, la dominación austriaca, el decadente reino de las Dos Sicilias y la alargada sombra del Papa.
En muchos sentidos, el novelista vertió en Las confesiones de un italiano la historia de sus propias correrías. Y las trufó con las que le inventó a Carlino, un hijo ilegítimo acogido por una tía de su madre en el castillo véneto de Fratta, un lugar en el que iba a asistir "al último y ridículo acto del gran drama del feudalismo" antes de arrastrarse por palacios y cárceles para caer casi siempre de pie.
"Para mí", afirma el narrador, "que no he visto nunca el Coloso de Rodas ni las pirámides de Egipto, la cocina de Fratta y su hogar son los monumentos más solemnes que han existido nunca sobre la faz de la tierra. La catedral Duomo de Milán y la basílica de San Pedro de Roma no son poca cosa, pero no tienen, ni de lejos, un sello igual de grandeza y de solidez".
En aquella cocina descubrió a su inolvidable prima Pisana, con la que iniciaría un amor intermitente que sólo se apagará con la muerte. Pisana es "quizá la más atractiva figura femenina de la literatura italiana y ciertamente una de las más hermosas de toda la historia de la literatura", afirma Claudio Magris en un artículo sobre Las confesiones de un italiano que Acantilado ha rescatado como presentación de la edición española del libro.
Desde Trieste, en declaraciones a este periódico, el autor de Utopía y desencanto subraya la importancia de la novela de Nievo y lamenta que su fama no esté a la altura de su calidad, "porque cada obra maestra no suficientemente conocida es una ocasión perdida de entender mejor el mundo, la vida y la historia". En el caso de Las confesiones de un italiano, Magris atribuye el desconocimiento al provincianismo que asaltó a la cultura italiana a finales del siglo XIX tras siglos de florecimiento: "A Nievo se le consideraba a priori como un autor sólo o casi sólo italiano, importante para il Risorgimento, pero no para el mundo". Grave error, "porque puede codearse con los más grandes novelistas rusos o franceses del siglo XIX".
Cuando se le pregunta si leyendo la novela se puede entender la unificación italiana, Magris es rotundo: "Sí. Alcanza el fin por excelencia de la novela como género: reunir a través de irrepetibles historias individuales un gran proceso histórico colectivo". Como una trama de arroyos que confluyen en un gran río. Y lo hace sin convertir su relato en una historia de buenos y malos: "Nievo está a favor de la revolución y el progreso, pero no esconde la violencia de la revolución".
El novelista Ippolito Nievo acompañó a Giuseppe Garibaldi
"Pisana es una de las grandes figuras femeninas de la literatura"
Su autor, Ippolito Nievo, no llegó a ver salir de las prensas el millar de páginas de su libro. Nacido en Padua en 1831, Nievo había escrito ya una novela satírica, un par de comedias en verso y un puñado de relatos "campesinos" cuando, con 27 años, dedicó nueve meses a escribir su obra cumbre. Tres años más tarde, el naufragio del vapor Ercole, en el que viajaba desde Sicilia a Nápoles, se lo llevó al fondo del mar. Fue en 1861, el año en que Víctor Manuel II de Saboya se proclamó rey de Italia. Precisamente, con el escritor, el mar Tirreno se tragó los documentos de la expedición de los mil camisas rojas con los que Giuseppe Garibaldi había desembarcado en Sicilia. Nievo, cautivado por el discurso patriótico de Mazzini y del propio Garibaldi, había seguido a éste en su avance unificador.
Al contrario que el protagonista de La Cartuja de Parma, que asiste a la batalla de Waterloo sin tener conciencia de lo que está viviendo, Nievo tuvo siempre claro que asistía a la construcción de la historia de un país -"una expresión geográfica", según Metternich, un clásico de la diplomacia moderna- atrapado entre las fracasadas pretensiones napoleónicas, la dominación austriaca, el decadente reino de las Dos Sicilias y la alargada sombra del Papa.
En muchos sentidos, el novelista vertió en Las confesiones de un italiano la historia de sus propias correrías. Y las trufó con las que le inventó a Carlino, un hijo ilegítimo acogido por una tía de su madre en el castillo véneto de Fratta, un lugar en el que iba a asistir "al último y ridículo acto del gran drama del feudalismo" antes de arrastrarse por palacios y cárceles para caer casi siempre de pie.
"Para mí", afirma el narrador, "que no he visto nunca el Coloso de Rodas ni las pirámides de Egipto, la cocina de Fratta y su hogar son los monumentos más solemnes que han existido nunca sobre la faz de la tierra. La catedral Duomo de Milán y la basílica de San Pedro de Roma no son poca cosa, pero no tienen, ni de lejos, un sello igual de grandeza y de solidez".
En aquella cocina descubrió a su inolvidable prima Pisana, con la que iniciaría un amor intermitente que sólo se apagará con la muerte. Pisana es "quizá la más atractiva figura femenina de la literatura italiana y ciertamente una de las más hermosas de toda la historia de la literatura", afirma Claudio Magris en un artículo sobre Las confesiones de un italiano que Acantilado ha rescatado como presentación de la edición española del libro.
Desde Trieste, en declaraciones a este periódico, el autor de Utopía y desencanto subraya la importancia de la novela de Nievo y lamenta que su fama no esté a la altura de su calidad, "porque cada obra maestra no suficientemente conocida es una ocasión perdida de entender mejor el mundo, la vida y la historia". En el caso de Las confesiones de un italiano, Magris atribuye el desconocimiento al provincianismo que asaltó a la cultura italiana a finales del siglo XIX tras siglos de florecimiento: "A Nievo se le consideraba a priori como un autor sólo o casi sólo italiano, importante para il Risorgimento, pero no para el mundo". Grave error, "porque puede codearse con los más grandes novelistas rusos o franceses del siglo XIX".
Cuando se le pregunta si leyendo la novela se puede entender la unificación italiana, Magris es rotundo: "Sí. Alcanza el fin por excelencia de la novela como género: reunir a través de irrepetibles historias individuales un gran proceso histórico colectivo". Como una trama de arroyos que confluyen en un gran río. Y lo hace sin convertir su relato en una historia de buenos y malos: "Nievo está a favor de la revolución y el progreso, pero no esconde la violencia de la revolución".