El Celler de Can Roca
"Buenas tardes, Bona tarda, Bonjour, Good afternoon": Manuel de la Rubia, encargado de las reservas encadenaba las llamadas que llegaban hasta de Australia para intentar obtener una mesa en el establecimiento de los tres hermanos Roca, ya reconocidos con tres estrellas Michelin.
En total, más de 250 reservas hechas el martes, hasta la primavera boreal de 2014, para poder sentarse a una de las 16 meses de este restaurante con fachadas acristaladas en una mezcla de tradición y líneas modernas.
El prestigioso título recibido la víspera no parecía haberse subido a la cabeza del personal, que esperaba con impaciencia, entre bromas, el retorno de los jefes a su ciudad natal de Cataluña.
En las cocinas, media docena de pasteleros preparaban un pastel sorpresa, hojaldre relleno de crema, para festejar la llegada por la noche de Joan, de 49 años, que dirige la cocina, Josep, de 47 años, el sommelier jefe, y Jordi, de 35 años, el especialista en postres.
Reunidos en el jardín a la entrada del Celler, en una calle anodina de un barrio popular de Girona, amigos, familiares y personalidades locales los recibían por fin con copas de cava, el champán catalán, velas y algunos petardos.
"Recibir tanto afecto, de tanta gente querida aquí en nuestra casa ha sido el mejor premio que nos podían haber dado", explicaba Jordi.
"Ahora nos toca hacerlo bien, nos toca cocinar bien", bromeaba su hermano Joan antes de agregar, más serio: "intentaremos que esto no cambie nada, llevar todo eso con la máxima naturalidad, tomar distancia (...) vamos a intentar desde mañana ya ponernos a trabajar, como siempre, que es cuando disfrutamos".
En la cocina, Jonathan Fischer, un pastelero estadounidense de 30 años con los brazos tatuados, reconocía: "es una sensación increíble sentirse parte de todo esto", reconocía. "Como dice Joan, sólo intentamos hacer lo mejor que podemos día a día".
"En esta casa el trato es muy bueno con el personal, te hacen sentir parte de la casa, no hay secretos, todo se aprende de todos", afirmaba Johnny Berrocal, un peruano de 27 años que lleva cinco meses aprendiendo en el restaurante.
La humildad de los tres hermanos, cuya cocina "atrajo los elogios mundiales por su mezcla de platos catalanes y técnicas de punta, así como por su pasión y su hospitalidad", según la revista Restaurant, es conocida en España.
Les viene seguramente de sus padres, Josep Roca y Montserrat Fontané, que tienen desde hace 46 años un pequeño bar-restaurante, "Can Roca", a unos cien metros del prestigioso establecimiento.
En el 'Celler', un menú degustación de 135 euros acompañado por una selección de vinos a 55 euros, o el menú Festín, de 165 euros y con vinos por 85 euros: cochinillo ibérico con melón, naranja y remolacha, parmentier de calamares con pimentón rojo ahumado, lenguado a la brasa con ajo negro fermentado o pichón con mole poblano y fresón a la brasa y rosas.
Y de postre, nube de limón, esfera de canela y violetas con coco y toffee de miel o una adaptación del perfume Shalimar de Guerlain.
En el restaurante de los padres, donde los empleados de sus hijos comen todos los días, un típico "menú del día" a diez euros.
Pese al incesante desfile de vecinos y periodistas, Montserrat, de 76 años, mantiene su sonrisa tímida, con la mirada achispada al hablar de sus hijos.
"Han estado aquí dentro de la cocina, pelando las cebollas, oliendo los olores, aprendiendo a vernos trabajar", recuerda. "Lo que les hemos podido enseñar es a trabajar, no sabíamos hacer otra cosa, pero aprendieron bien", agrega.
"Joan a los 12 años ya me dijo que quería ser cocinero, que quería ayudarme. Josep sólo pensaba en jugar con la pelota y Jordi, pues llegó 12 años más tarde", dice, "se ve que faltaba uno, para hacer el postre", bromea.
En total, más de 250 reservas hechas el martes, hasta la primavera boreal de 2014, para poder sentarse a una de las 16 meses de este restaurante con fachadas acristaladas en una mezcla de tradición y líneas modernas.
El prestigioso título recibido la víspera no parecía haberse subido a la cabeza del personal, que esperaba con impaciencia, entre bromas, el retorno de los jefes a su ciudad natal de Cataluña.
En las cocinas, media docena de pasteleros preparaban un pastel sorpresa, hojaldre relleno de crema, para festejar la llegada por la noche de Joan, de 49 años, que dirige la cocina, Josep, de 47 años, el sommelier jefe, y Jordi, de 35 años, el especialista en postres.
Reunidos en el jardín a la entrada del Celler, en una calle anodina de un barrio popular de Girona, amigos, familiares y personalidades locales los recibían por fin con copas de cava, el champán catalán, velas y algunos petardos.
"Recibir tanto afecto, de tanta gente querida aquí en nuestra casa ha sido el mejor premio que nos podían haber dado", explicaba Jordi.
"Ahora nos toca hacerlo bien, nos toca cocinar bien", bromeaba su hermano Joan antes de agregar, más serio: "intentaremos que esto no cambie nada, llevar todo eso con la máxima naturalidad, tomar distancia (...) vamos a intentar desde mañana ya ponernos a trabajar, como siempre, que es cuando disfrutamos".
En la cocina, Jonathan Fischer, un pastelero estadounidense de 30 años con los brazos tatuados, reconocía: "es una sensación increíble sentirse parte de todo esto", reconocía. "Como dice Joan, sólo intentamos hacer lo mejor que podemos día a día".
"En esta casa el trato es muy bueno con el personal, te hacen sentir parte de la casa, no hay secretos, todo se aprende de todos", afirmaba Johnny Berrocal, un peruano de 27 años que lleva cinco meses aprendiendo en el restaurante.
La humildad de los tres hermanos, cuya cocina "atrajo los elogios mundiales por su mezcla de platos catalanes y técnicas de punta, así como por su pasión y su hospitalidad", según la revista Restaurant, es conocida en España.
Les viene seguramente de sus padres, Josep Roca y Montserrat Fontané, que tienen desde hace 46 años un pequeño bar-restaurante, "Can Roca", a unos cien metros del prestigioso establecimiento.
En el 'Celler', un menú degustación de 135 euros acompañado por una selección de vinos a 55 euros, o el menú Festín, de 165 euros y con vinos por 85 euros: cochinillo ibérico con melón, naranja y remolacha, parmentier de calamares con pimentón rojo ahumado, lenguado a la brasa con ajo negro fermentado o pichón con mole poblano y fresón a la brasa y rosas.
Y de postre, nube de limón, esfera de canela y violetas con coco y toffee de miel o una adaptación del perfume Shalimar de Guerlain.
En el restaurante de los padres, donde los empleados de sus hijos comen todos los días, un típico "menú del día" a diez euros.
Pese al incesante desfile de vecinos y periodistas, Montserrat, de 76 años, mantiene su sonrisa tímida, con la mirada achispada al hablar de sus hijos.
"Han estado aquí dentro de la cocina, pelando las cebollas, oliendo los olores, aprendiendo a vernos trabajar", recuerda. "Lo que les hemos podido enseñar es a trabajar, no sabíamos hacer otra cosa, pero aprendieron bien", agrega.
"Joan a los 12 años ya me dijo que quería ser cocinero, que quería ayudarme. Josep sólo pensaba en jugar con la pelota y Jordi, pues llegó 12 años más tarde", dice, "se ve que faltaba uno, para hacer el postre", bromea.