"En la comida encontrábamos piedras, encontrábamos cualquier cosa", recuerda Antonio de la Fuente Perraz, un anciano de espesas cejas, unos días antes de la inauguración del memorial de este campo de concentración, situado a unos 40 km de la frontera española.
Como muchos de sus compatriotas republicanos que debieron huir tras la victoria de las tropas de Franco en la guerra civil, Antonio de la Fuente atravesó en 1939 los Pirineos junto con su familia, cuando tenía 11 años, esperando encontrar refugio en Francia.
Tras la guerra civil española, 475.000 personas cruzaron la frontera con Francia en condiciones sumamente difíciles.
"Todos éramos refugiados", cuenta Henri Melich, evocando los bombardeos, la larga espera en la frontera, los registros. "Hasta que llegábamos, no sabíamos adónde íbamos".
Nosotros "vinimos en una carreta, había tres familias en ella. Yo tenía 13 años y caminaba al lado de mi padre", dice Melich.
"Antes de llegar a Boulou (cerca de la frontera), se seleccionaba a la gente que pasaba. Las mujeres, los niños y los viejos iban directamente. Los hombres válidos y los soldados, por su lado, eran dirigidos a la ruta de la derecha e iban a Argelès", uno de los campos improvisados precipitadamente en las playas del Rosillón.
"Durante año y medio, mi padre durmió en la playa, se cubría de arena para protegerse del frío", cuenta Rosario Gómez-Godet, hija de un superviviente español, salvado in extremis "por una mano tendida que lo hizo saltar de un convoy" que se dirigía a Mathausen, un campo de concentración alemán al que fueron enviados miles de españoles.
"Pasó de un campo al otro" hasta que se salvó gracias al STO (el trabajo obligatorio impuesto a los franceses por los nazis), que le evitó la deportación, dice Rosario Gómez, que dirige hoy en Perpiñán la asociación FFREEE de hijos de republicanos españoles.
Después de las playas de Argelès, Bacarès y Saint-Cyprien, "las condiciones de albergue son mejores en Rivesaltes, pero en circunstancias de campo de concentración", explica a la AFP el cineasta José Alcalá.
Allí los refugiados españoles son instalados en las barracas del campamento militar. Junto a ellos hay también judíos y gitanos, encerrados por el régimen de Vichy.
El terreno es árido, no tiene más vegetación que espinillos y cardos, y es azotado por las ráfagas del viento tramontano. Cuando llueve, hace frío, cuando da el sol, el calor aprieta.
"Había muertos todos los días porque vivían en condiciones insalubres" y el agua que tenían estaba contaminada, agrega Alcalá, que se ocupó de la iconografía del museo-memorial.
Denis Peschanski, presidente del consejo científico del memorial, señala que "lo que hay que retener de la vida en el campo es la enfermedad". Hubo "la enfermedad del hambre", la caquexia, "síntoma avanzado de una alimentación muy insuficiente"; "hubo también las enfermedades debidas a la falta de higiene".
En Rivesaltes, había sarna, recuerda Antonio De la Fuente, que tenía 13 años cuando llegó a ese campo en 1941. Y chinches. "Por la noche, las paredes estaban llenas", "nos entraban por la boca, las orejas", agrega.
Los campos de concentración fueron creados en febrero de 1939, justo antes de la derrota de la república en la guerra civil española, un año antes de la invasión alemana, por lo que el trato que recibieron los refugiados españoles fue terrible, fuera de las autoridades francesas en 1939, o del régimen de Vichy a partir de 1940.
Como muchos de sus compatriotas republicanos que debieron huir tras la victoria de las tropas de Franco en la guerra civil, Antonio de la Fuente atravesó en 1939 los Pirineos junto con su familia, cuando tenía 11 años, esperando encontrar refugio en Francia.
Tras la guerra civil española, 475.000 personas cruzaron la frontera con Francia en condiciones sumamente difíciles.
"Todos éramos refugiados", cuenta Henri Melich, evocando los bombardeos, la larga espera en la frontera, los registros. "Hasta que llegábamos, no sabíamos adónde íbamos".
Nosotros "vinimos en una carreta, había tres familias en ella. Yo tenía 13 años y caminaba al lado de mi padre", dice Melich.
"Antes de llegar a Boulou (cerca de la frontera), se seleccionaba a la gente que pasaba. Las mujeres, los niños y los viejos iban directamente. Los hombres válidos y los soldados, por su lado, eran dirigidos a la ruta de la derecha e iban a Argelès", uno de los campos improvisados precipitadamente en las playas del Rosillón.
"Durante año y medio, mi padre durmió en la playa, se cubría de arena para protegerse del frío", cuenta Rosario Gómez-Godet, hija de un superviviente español, salvado in extremis "por una mano tendida que lo hizo saltar de un convoy" que se dirigía a Mathausen, un campo de concentración alemán al que fueron enviados miles de españoles.
"Pasó de un campo al otro" hasta que se salvó gracias al STO (el trabajo obligatorio impuesto a los franceses por los nazis), que le evitó la deportación, dice Rosario Gómez, que dirige hoy en Perpiñán la asociación FFREEE de hijos de republicanos españoles.
Después de las playas de Argelès, Bacarès y Saint-Cyprien, "las condiciones de albergue son mejores en Rivesaltes, pero en circunstancias de campo de concentración", explica a la AFP el cineasta José Alcalá.
- Españoles, judíos y gitanos -
Allí los refugiados españoles son instalados en las barracas del campamento militar. Junto a ellos hay también judíos y gitanos, encerrados por el régimen de Vichy.
El terreno es árido, no tiene más vegetación que espinillos y cardos, y es azotado por las ráfagas del viento tramontano. Cuando llueve, hace frío, cuando da el sol, el calor aprieta.
"Había muertos todos los días porque vivían en condiciones insalubres" y el agua que tenían estaba contaminada, agrega Alcalá, que se ocupó de la iconografía del museo-memorial.
Denis Peschanski, presidente del consejo científico del memorial, señala que "lo que hay que retener de la vida en el campo es la enfermedad". Hubo "la enfermedad del hambre", la caquexia, "síntoma avanzado de una alimentación muy insuficiente"; "hubo también las enfermedades debidas a la falta de higiene".
En Rivesaltes, había sarna, recuerda Antonio De la Fuente, que tenía 13 años cuando llegó a ese campo en 1941. Y chinches. "Por la noche, las paredes estaban llenas", "nos entraban por la boca, las orejas", agrega.
Los campos de concentración fueron creados en febrero de 1939, justo antes de la derrota de la república en la guerra civil española, un año antes de la invasión alemana, por lo que el trato que recibieron los refugiados españoles fue terrible, fuera de las autoridades francesas en 1939, o del régimen de Vichy a partir de 1940.