Con decenas de miles de hectáreas en la provincia andaluza de Almería, los invernaderos agrícolas forman una extensión brillante visible desde el espacio, conocida en España como "mar de plástico", que abastece miles de supermercados europeos.
Un éxito, que, tras décadas de crecimiento récord, cada vez es mas discutido por aquellos que ponen en entredicho un modelo de agricultura productivista llevado al extremo.
A principios de febrero, más de mil agricultores se manifestaron en Almería para reclamar "un precio justo" que les permita desarrollar su actividad "con dignidad".
"Producimos más del 65% del tomate, 80% del pepino y 94% de la berenjena que se vende en Europa, pero fíjense en los precios: cobramos muy por debajo de nuestros costes de producción", afirma el presidente de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA), Francisco Vargas, denunciando "un dominio de la distribución" y "una guerra tremenda entre las empresas de comercialización de la provincia, a ver quién vende más barato para quedarse con los clientes".
"Las multinacionales nos machacan", agrega Miguel Rubio, que no vive en la abundancia pese a explotar cuatro hectáreas de cultivos.
"El producto me lo pagan tan mal -una media de 27 céntimos por cada kilo de pepino y de 45 céntimos por el kilo de berenjenas estos últimos meses-, que me veo obligado a producir cada vez más y los otros de la zona también", afirma este agricultor de 60 años de edad. "Resulta que hay más excedentes todavía (...) y más barato nos pagan. ¡Un sistema sin sentido!", asevera.
En sus 2,5 hectáreas de invernaderos, al son del gota a gota del riego automático, Antonio Fernández presume de la "dulzura" de sus pimientos rojos "que se van a Alemania, Eslovenia, Austria, Dinamarca" o de "los grandes progresos hechos en Almería en estos siete u ocho años para reducir los pesticidas".
Pero también denuncia la espiral de competitividad que les obliga a ampliar las superficies y a invertir en equipos sofisticados, mientras "todos los precios suben (plástico, semillas, energía...) salvo el de las hortalizas".
"Ya no es el oro verde, ha dejado de ser oro" para los productores, asegura en la universidad de Almería el antropólogo Francisco Checa. "¿Por qué explotan los empresarios a los inmigrantes? Porque con el poco margen que les queda, al único que pueden apretar es al último eslabón de la cadena, la mano de obra", afirma este investigador.
"A la gran mayoría los tienen dados de alta, pero difícilmente les pagan las horas extra y casi nadie paga lo que marca el convenio del campo, 46 euros por ochos horas", asegura.
Por la noche, un enjambre de inmigrantes abandona el laberinto de invernaderos en sus viejas bicicletas.
Para producir varios millones de toneladas de frutas y hortalizas al año, la huerta almeriense necesita de esta mano de obra flexible y barata.
"No es justo pensar que somos todos negreros", protesta Fernández, a quien sus dos empleados rumanos describen como el patrón modélico, que paga "800 euros mensuales" y los aloja gratuitamente en una casa con jardín.
Pero 16 años después de los tristemente famosos disturbios de El Ejido, el portavoz provincial del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), el senegalés Spitou Mendy, constata que "las condiciones de explotación pura y dura de los inmigrantes han empeorado".
Los denunciantes acuden cada día al local sindical, como un obrero enfermo por haber inhalado pesticidas o un trabajador magrebí alojado en una granja que, mirando al suelo, explica que le gustaría "que el padre del jefe no le pegase e insultase".
En pleno "mar de plástico", la localidad de Níjar tiene al menos dos villas miseria. Tras la cosecha diaria de tomates verdes, un marroquí de 32 años muestra la choza hecha con trozos de madera, tubos y viejos plásticos que comparte con otros dos jornaleros.
"¿Cuánto ganas al día?", le pregunta Mendy.
"35 euros por ocho horas, pero otros cobran solo 30", responde Mohamed, que estudiaba Ciencias Económicas en Marruecos antes de cruzar clandestinamente el Mediterráneo en 2008. "Sigo sin papeles y hace ocho años que vivo aquí, cuatro trabajando en los invernaderos de tomates", aclara.
Mendy conoce bien la situación, porque él mismo trabajó sin papeles en los invernaderos entre 2001 y 2004.
De una chabola a otra, el sindicalista va repitiendo: "incluso en situación irregular, tienes los mismos derechos que los trabajadores de este país".
Un éxito, que, tras décadas de crecimiento récord, cada vez es mas discutido por aquellos que ponen en entredicho un modelo de agricultura productivista llevado al extremo.
A principios de febrero, más de mil agricultores se manifestaron en Almería para reclamar "un precio justo" que les permita desarrollar su actividad "con dignidad".
"Producimos más del 65% del tomate, 80% del pepino y 94% de la berenjena que se vende en Europa, pero fíjense en los precios: cobramos muy por debajo de nuestros costes de producción", afirma el presidente de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA), Francisco Vargas, denunciando "un dominio de la distribución" y "una guerra tremenda entre las empresas de comercialización de la provincia, a ver quién vende más barato para quedarse con los clientes".
"Las multinacionales nos machacan", agrega Miguel Rubio, que no vive en la abundancia pese a explotar cuatro hectáreas de cultivos.
"El producto me lo pagan tan mal -una media de 27 céntimos por cada kilo de pepino y de 45 céntimos por el kilo de berenjenas estos últimos meses-, que me veo obligado a producir cada vez más y los otros de la zona también", afirma este agricultor de 60 años de edad. "Resulta que hay más excedentes todavía (...) y más barato nos pagan. ¡Un sistema sin sentido!", asevera.
En sus 2,5 hectáreas de invernaderos, al son del gota a gota del riego automático, Antonio Fernández presume de la "dulzura" de sus pimientos rojos "que se van a Alemania, Eslovenia, Austria, Dinamarca" o de "los grandes progresos hechos en Almería en estos siete u ocho años para reducir los pesticidas".
Pero también denuncia la espiral de competitividad que les obliga a ampliar las superficies y a invertir en equipos sofisticados, mientras "todos los precios suben (plástico, semillas, energía...) salvo el de las hortalizas".
- 'Ya no es el oro verde' -
"Ya no es el oro verde, ha dejado de ser oro" para los productores, asegura en la universidad de Almería el antropólogo Francisco Checa. "¿Por qué explotan los empresarios a los inmigrantes? Porque con el poco margen que les queda, al único que pueden apretar es al último eslabón de la cadena, la mano de obra", afirma este investigador.
"A la gran mayoría los tienen dados de alta, pero difícilmente les pagan las horas extra y casi nadie paga lo que marca el convenio del campo, 46 euros por ochos horas", asegura.
Por la noche, un enjambre de inmigrantes abandona el laberinto de invernaderos en sus viejas bicicletas.
Para producir varios millones de toneladas de frutas y hortalizas al año, la huerta almeriense necesita de esta mano de obra flexible y barata.
"No es justo pensar que somos todos negreros", protesta Fernández, a quien sus dos empleados rumanos describen como el patrón modélico, que paga "800 euros mensuales" y los aloja gratuitamente en una casa con jardín.
Pero 16 años después de los tristemente famosos disturbios de El Ejido, el portavoz provincial del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), el senegalés Spitou Mendy, constata que "las condiciones de explotación pura y dura de los inmigrantes han empeorado".
Los denunciantes acuden cada día al local sindical, como un obrero enfermo por haber inhalado pesticidas o un trabajador magrebí alojado en una granja que, mirando al suelo, explica que le gustaría "que el padre del jefe no le pegase e insultase".
- 30 a 35 euros al día -
En pleno "mar de plástico", la localidad de Níjar tiene al menos dos villas miseria. Tras la cosecha diaria de tomates verdes, un marroquí de 32 años muestra la choza hecha con trozos de madera, tubos y viejos plásticos que comparte con otros dos jornaleros.
"¿Cuánto ganas al día?", le pregunta Mendy.
"35 euros por ocho horas, pero otros cobran solo 30", responde Mohamed, que estudiaba Ciencias Económicas en Marruecos antes de cruzar clandestinamente el Mediterráneo en 2008. "Sigo sin papeles y hace ocho años que vivo aquí, cuatro trabajando en los invernaderos de tomates", aclara.
Mendy conoce bien la situación, porque él mismo trabajó sin papeles en los invernaderos entre 2001 y 2004.
De una chabola a otra, el sindicalista va repitiendo: "incluso en situación irregular, tienes los mismos derechos que los trabajadores de este país".