Con 32 años de profesión Christiansen es un observador de cómo el público se relaciona con el arte, y no le cuesta admitir que las nuevas generaciones han empujado hacia un cambio de paradigma. "Cuando una joven está ante una Venus de Tiziano hay problemas sociales que intervienen entre ella y el cuadro, impensables para la generación precedente. Las nuevas generaciones llegan al museo con una preparación y unas expectativas diferentes", reflexiona.
Reconoce que la pelota está en el tejado de su gremio y también que no tiene respuestas para el futuro inminente de los museos: "Yo insistiría en la validez de la experiencia estética, pero sé que está basada en un valor del pasado. Ahora lo que el público busca en el arte es una experiencia, pero no sólo estética". Entre sonrisas, cuenta su última visita al Reina Sofía, en la que quedó fascinado por un grupo de chavales que paseaban "con el arte como telón de fondo. No es sólo un problema del arte del pasado, sino de nuestra sociedad y de cómo se relacionan la alta cultura y la vida cotidiana", diagnostica.
Un modelo imbatible son las exposiciones coproducidas por diversos museos que itineran por distintas capitales. "La misma muestra funciona diversamente según los lugares", dice en alusión a las cifras superiores que ha obtenido la muestra de Bacon en la Tate y el Metropolitan, frente a las del Prado.
No cree que el comisario deba "preparar un producto. Es mentira que el arte sea un lenguaje universal. Es cierto que hay que aprender el lenguaje de todas las épocas, pero también es necesario que mi generación aprenda a hacer nuevas preguntas", dice desde la autocrítica.
Reconoce que la pelota está en el tejado de su gremio y también que no tiene respuestas para el futuro inminente de los museos: "Yo insistiría en la validez de la experiencia estética, pero sé que está basada en un valor del pasado. Ahora lo que el público busca en el arte es una experiencia, pero no sólo estética". Entre sonrisas, cuenta su última visita al Reina Sofía, en la que quedó fascinado por un grupo de chavales que paseaban "con el arte como telón de fondo. No es sólo un problema del arte del pasado, sino de nuestra sociedad y de cómo se relacionan la alta cultura y la vida cotidiana", diagnostica.
Un modelo imbatible son las exposiciones coproducidas por diversos museos que itineran por distintas capitales. "La misma muestra funciona diversamente según los lugares", dice en alusión a las cifras superiores que ha obtenido la muestra de Bacon en la Tate y el Metropolitan, frente a las del Prado.
No cree que el comisario deba "preparar un producto. Es mentira que el arte sea un lenguaje universal. Es cierto que hay que aprender el lenguaje de todas las épocas, pero también es necesario que mi generación aprenda a hacer nuevas preguntas", dice desde la autocrítica.