"Es necesario volver al paganismo"


Heterodoxo director, con títulos, pese a ello, de relumbrón internacional, Jean Jacques Annaud, que logró el reconocimiento mundial con 'El nombre de la rosa' (1986), siempre ha coqueteado con la transgresión, tanto la puramente narrativa de 'En busca del fuego' (1981) o 'El oso' (1988), como la moral, aunque en este caso desde actitudes casi opuestas, en 'El amante' (1992) y en su nueva obra, 'Su majestad Minor', una fábula pagana en forma de comedia de hombres y bestias con tintes shakesperianos pero con una sensualidad más ligera y dionisíaca, desprendida de las omnipresentes convenciones judeocristianas.



"Es necesario volver al paganismo"
El director francés Jean-Jaques Annaud, durante la presentación de su película "Su majestad Minor" /   Efe / Ángel Díaz



 

Lo más llamativo de su película es su posición moral, sobre todo en lo relativo a la moral sexual y social, a contracorriente.
Me repatea la moralización y banalización de los temas. Sobre todo si lo comparamos con lo que ocurría en el cine de los años 60 y 70. Me interesa la libertad de las sociedades de la Antigüedad, sus actitudes sexuales, su librepensamiento, y encuentro triste que hoy hayamos alcanzado un momento en que el pensamiento es, diríamos, monolítico, da igual que vayas a China, a Camerún, a Argentina o a Canadá. No me entienda mal, se hacen filmes muy hermosos, pero todos con la misma moral, el mismo método y el mismo formato. Por eso, al volver de Los Ángeles, donde debo decir que he trabajado con bastante libertad, me apetecía hacer algo más fresco, arriesgado y loco, y demostrarme que aún se puede hacer una película imprevisible.

Me alivia oírle hablar de los años 60 y 70, porque viendo su película me venía a la cabeza Pier Paolo Pasolini, sobre todo "Las mil y una noche"s y "El Decamerón". ¿Es un alegato para volver la vista a una moral precristiana?
Vemos cada vez más películas en un universo reducido a convenciones, por eso conviene retornar al paganismo.

No lo pregunto sólo en el terreno cinematográfico.
No, claro, a eso me refiero. Debemos recordar el mundo animal al que pertenecemos. En las culturas paganas hay una consideración más próxima entre el ser humano y los animales, pero el pensamiento cristiano estableció una división muy rigurosa entre el hombre y la naturaleza, que está a su servicio. En las civilizaciones orientales, africanas y en buena medida en la cultura mediterránea hay una fusión completa del hombre con la naturaleza. Por eso son culturas que miran a la sexualidad de frente, no ya como necesidad, sino como placer, con una actitud lúdica, alegre, que ayuda al ser humano a vivir consigo mismo en paz.

Y eso nos lleva a Pasolini.
Claro, en los últimos 20 o 30 años nos hemos ido sumiendo en una moralidad victoriana, en una podredumbre moral, y eso se ve en los temas de las películas, en las que se puede decir que hay una moral fundamentalista cristiana con todas estas cuestiones. Y en parte, esa fue la razón por la que quería rodar una película mediterránea y rodarla aquí, en España, donde todavía se conserva el fuego de la vida.

Ese alegato ¿no contiene un riesgo de abandono a lo precivilizado, lo salvaje?
El peligro es ignorar el aspecto bárbaro que existe en nuestra condición, porque ignorándolo no puede ser tratado. La belleza de la civilización es precisamente poder incorporar esta parte bestial, integrarla. Al menos, saber que existe en nosotros y no asustarse.

Siga.
Yo me siento profundamente agradecido por haber descubierto en África mi jungla, lo selvático que habita en mí. La convivencia con los pigmeos, con los que pasé mucho tiempo, no me impide apreciar a Aristóteles; al contrario. No me aleja de la música barroca o del pensamiento de Santo Tomas de Aquino, me ayuda a apreciarlo. Si no, sería algo meramente artificial.

¿A qué se refiere?
Todos esos pensadores o artistas vivían en un periodo en el que la gente común era consciente de su condición animal. Piense que eran campesinos, vivían entre animales. Lo sabían, del mismo modo que los niños saben que no son muy diferentes de los gatos, los perros o los pájaros. Saben que somos parte de un mundo salvaje, natural, pero luego la moral se nos viene encima y no nos deja comprender.

¿Cree que no lo comprendemos?
Creemos que sólo hay una manera de ser y de comportarse, y eso lleva a que una civilización rechace a las otras. Esta negación del otro empieza cuando negamos las leyes del mundo animal. Por eso admiro el mundo helénico, porque consigue integrar un pensamiento fino, sutil, con otro más primario, el de nuestra naturaleza más animal. O a las culturas asiáticas, cuyos dioses tenían forma de animales. Para una cultura en la que un perro o una vaca puede ser un dios, es más fácil aceptar las pautas y reglas de otras culturas.

Su película me ha recordado el contraste entre Jean Renoir y Luis Buñuel: ambos reivindican una moral sexual más libre, pero Buñuel lo hace desde la propia moral conservadora, preso de ella, como si quisiera sacudirse sus fantasmas, mientras que Renoir habla desde una libertad desprovista de lastres.
Me conmueve que mencione precisamente a Pasolini, Renoir y Buñuel en esta entrevista, porque son tres cineastas que me han marcado mucho. De Pasolini, le diré que mientras rodábamos "Su majestad Minor", yo tenía en la cabeza todo el tiempo "El Decamerón". En cuanto a Buñuel, siempre he envidiado su capacidad para la fantasía, el surrealismo. Y Jean Renoir…, bueno, Renoir era mi héroe desde que estudiaba cine.

Vistos los problemas de Buñuel para emanciparse de una moral que usted llama victoriana y en España diríamos más bien católica, ¿cómo se hace para hablar con una voz como la de Renoir?
Bueno, le diría dos cosas. De una parte, para mí es muy importante haber vivido durante al menos un año en muchos países. He vivido en Camboya, en Vietnam, en Canadá, en Camerún, en Argentina, en Inglaterra, en Alemania... Cuando vas a un país extraño, tienes dos opciones, o te cierras a lo extraño, o bien te abres y abrazas lo nuevo. Trabajando con gente de esos lugares tienes esa sensación de que aprendes una mayor libertad para el trabajo. La segunda razón, creo, es que yo nunca he buscado el éxito comercial; lo he tenido pero, en realidad, a la hora de poner en marcha un proyecto, siempre me ha importado un bledo.

Bien...
…Pero, ya que lo ha mencionado, le contaré una anécdota que me ocurrió con Renoir.

Le escucho.
Tras acabar mi primera película, "Blanco y negro en color", que fue un fracaso en Francia, de crítica y de público, me llamó mi productor porque había recibido una carta encomiástica. Me la leyó por teléfono, era realmente halagadora, decía que la película le había gustado mucho y, sólo al final, me dijo que la firmaba Jean Renoir.

Buf.
Me quedé petrificado, porque ya le he dicho que era mi héroe. Para mi era un dios y nunca le contesté porque creía que un ratón no se puede dirigir a un dios. Así que como no respondí, algún tiempo después, el dios me llamó para que fuera a verlo a Los Ángeles. Y cuando nos vimos me dijo: "En sus películas veo las mías, veo "Un partie de campagne", veo "La regla del juego", y hasta veo a mis dos últimas amantes".

Esta sí que es buena.
Y me explicó que la razón por la que nunca pudieron catalogar su cine, era que él siempre comprendía las razones de sus enemigos. Siempre veía la mancha blanca en el caballo negro.

¿…?
¿Se ha fijado en que en sus películas nunca hay malvados? Esa es la raíz de esa ligereza, esa libertad… Y luego Renoir me preguntaba si me había gustado "La regla del juego".

¿Perdón?
Sí, ¡es increíble! Me decía que había sido muy mal recibida en su estreno, incluso se habían destrozado cines en Francia como protesta, y entonces, muy poco antes de morir, estaba preocupado por si la película finalmente había sobrevivido, dada esa virtud amoral. Su modo de conducirse nunca me ha abandonado, nunca he podido quitarme de encima esa influencia de Renoir y su convencimiento de que no hay gente mala, sólo motivos equivocados. Por eso me exaspera el pensamiento global y monolítico, que defiende una sola forma de ver las cosas.

Viernes, 12 de Diciembre 2008
La Vanguardia
           


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