Sevilla, la capital andaluza en el sur de España donde el pintor nació el 31 de diciembre de 1617, será el epicentro del "año Murillo" con numerosas exposiciones, congresos, conciertos, publicaciones e itinerarios que buscan trazar un puente entre la ciudad y su artista más internacional.
"El pintor de la luz, del color, el pintor innovador del siglo XVII es quien cuenta la ciudad innovadora del siglo XXI, y es ese concepto de la innovación el elemento que une al Murillo de hace 400 años con la Sevilla de hoy", dijo el alcalde Juan Espadas al presentar los actos que comenzaron en noviembre y durarán hasta diciembre de 2018.
La mirada "innovadora" de Murillo es el eje que guía el recuerdo de un pintor que quedó en la historia del arte por motivos que, para muchos, ha llegado el momento de revisar.
"Es un artista sobre el que aún pesan las etiquetas y clichés de pintor beato y cursi", dijo la periodista y escritora Eva Díaz Pérez a fines de noviembre al presentar en Sevilla "El color de los ángeles", una biografía novelada de Murillo.
"Es un juicio injusto, teniendo en cuenta su apuesta revolucionaria por la pintura de costumbres y el arte profano de sus niños pícaros que sirven para retratar un tiempo de desengaño. Un tipo de pintura que triunfaría en el Norte de Europa, pero que estaba mal considerada en la España de su época".
Murillo nació en Sevilla el último día de 1617 como menor de 14 hermanos. A los nueve años perdió a sus dos padres en un plazo de seis meses y ya de adolescente comenzó a recibir formación con un pintor de la familia materna.
En 1645 se casó con Beatriz Cabrera y Villalobos, con la que tuvo 11 hijos, y recibió el encargo de pintar una serie de lienzos para el Monasterio de San Francisco el Grande, en Sevilla, su primer trabajo importante.
Su abundante producción de pinturas de la Virgen y del Niño le dieron pronto fama también en el extranjero, en particular en Inglaterra y Francia, mientras que sus buenos contactos lo convirtieron también en uno de los retratistas más solicitados por la aristocracia sevillana.
En la cima de su carrera fundó con otros pintores en 1660 la influyente Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría en Sevilla, de la que fue su primer presidente, e inició su década más prolífica.
Llegaron entonces encargos como las pinturas para la iglesia de los Capuchinos y para el Hospital de la Caridad, ambos en Sevilla, cuadros como el "Nacimiento de la Virgen" o la "Inmaculada Concepción" y sus emblemáticas obras de género con motivos infantiles como "Niños jugando a los dados".
Cuando trabajaba en un altar para la iglesia de Santa Catalina, en la ciudad andaluza de Cádiz, cayó de un andamio y murió pocos meses más tarde el 3 de abril de 1682, dejando un vasto legado que amalgamó influencias diversas: de la tradición sevillana a otros maestros españoles como Zurbarán o Ribera pasando por la pintura veneciana.
El año Murillo ofrece ahora la oportunidad de revisitar esa obra con grandes muestras como "Murillo y Los Capuchinos de Sevilla", en el Museo de Bellas Artes, que permite al público ver por primera vez la serie completa compuesta por el pintor para el convento gracias al préstamo de piezas que no se conservan en la ciudad.
Otras muestras destacadas del programa son "Murillo y su estela en Sevilla", que reúne algunas de las piezas más originales del pintor, o la antología "IV Centenario", donde se explora la mirada original de Murillo sobre temas tradicionales.
En marzo se celebrará además el congreso internacional "Murillo ante su centenario", entre decenas de actividades programadas durante todo el año. En suma, una ocasión que intenta valorar "en su justa dimensión a uno de los pintores más universales de todos los tiempos", según la organización.
"El pintor de la luz, del color, el pintor innovador del siglo XVII es quien cuenta la ciudad innovadora del siglo XXI, y es ese concepto de la innovación el elemento que une al Murillo de hace 400 años con la Sevilla de hoy", dijo el alcalde Juan Espadas al presentar los actos que comenzaron en noviembre y durarán hasta diciembre de 2018.
La mirada "innovadora" de Murillo es el eje que guía el recuerdo de un pintor que quedó en la historia del arte por motivos que, para muchos, ha llegado el momento de revisar.
"Es un artista sobre el que aún pesan las etiquetas y clichés de pintor beato y cursi", dijo la periodista y escritora Eva Díaz Pérez a fines de noviembre al presentar en Sevilla "El color de los ángeles", una biografía novelada de Murillo.
"Es un juicio injusto, teniendo en cuenta su apuesta revolucionaria por la pintura de costumbres y el arte profano de sus niños pícaros que sirven para retratar un tiempo de desengaño. Un tipo de pintura que triunfaría en el Norte de Europa, pero que estaba mal considerada en la España de su época".
Murillo nació en Sevilla el último día de 1617 como menor de 14 hermanos. A los nueve años perdió a sus dos padres en un plazo de seis meses y ya de adolescente comenzó a recibir formación con un pintor de la familia materna.
En 1645 se casó con Beatriz Cabrera y Villalobos, con la que tuvo 11 hijos, y recibió el encargo de pintar una serie de lienzos para el Monasterio de San Francisco el Grande, en Sevilla, su primer trabajo importante.
Su abundante producción de pinturas de la Virgen y del Niño le dieron pronto fama también en el extranjero, en particular en Inglaterra y Francia, mientras que sus buenos contactos lo convirtieron también en uno de los retratistas más solicitados por la aristocracia sevillana.
En la cima de su carrera fundó con otros pintores en 1660 la influyente Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría en Sevilla, de la que fue su primer presidente, e inició su década más prolífica.
Llegaron entonces encargos como las pinturas para la iglesia de los Capuchinos y para el Hospital de la Caridad, ambos en Sevilla, cuadros como el "Nacimiento de la Virgen" o la "Inmaculada Concepción" y sus emblemáticas obras de género con motivos infantiles como "Niños jugando a los dados".
Cuando trabajaba en un altar para la iglesia de Santa Catalina, en la ciudad andaluza de Cádiz, cayó de un andamio y murió pocos meses más tarde el 3 de abril de 1682, dejando un vasto legado que amalgamó influencias diversas: de la tradición sevillana a otros maestros españoles como Zurbarán o Ribera pasando por la pintura veneciana.
El año Murillo ofrece ahora la oportunidad de revisitar esa obra con grandes muestras como "Murillo y Los Capuchinos de Sevilla", en el Museo de Bellas Artes, que permite al público ver por primera vez la serie completa compuesta por el pintor para el convento gracias al préstamo de piezas que no se conservan en la ciudad.
Otras muestras destacadas del programa son "Murillo y su estela en Sevilla", que reúne algunas de las piezas más originales del pintor, o la antología "IV Centenario", donde se explora la mirada original de Murillo sobre temas tradicionales.
En marzo se celebrará además el congreso internacional "Murillo ante su centenario", entre decenas de actividades programadas durante todo el año. En suma, una ocasión que intenta valorar "en su justa dimensión a uno de los pintores más universales de todos los tiempos", según la organización.